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La trampa de la comparación
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Puntos de conversación:
- La comparación asfixia tu alegría y la reemplaza con celos. 1 Samuel 18:6-9
- Compararse con los demás frena tu crecimiento y perjudica tu salud mental. 1 Samuel 18:10-11, Proverbios 14:30
- La comparación te roba la concentración y te atrapa en un esfuerzo mal dirigido. 1 Samuel 18:12
La comparación es el asesino silencioso de la alegría, el crecimiento y la concentración. Desvía tu mirada del propósito único que Dios tiene para tu vida y te atrapa en la envidia, la inseguridad y el declive espiritual.
La semana pasada vimos que las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de un proceso. La formación de un hombre o una mujer de Dios ocurre mucho antes del momento del reconocimiento. Nosotros no hacemos cosas increíbles; simplemente estamos disponibles. Dios sí hace cosas increíbles. David derrotó al gigante.
En el mensaje de hoy veremos que la victoria de David desata una celebración nacional: “¡Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles!” Pero también veremos que esta celebración provocó que Saúl tomara su lanza. ¿Por qué? Por celos. Para acabar con su competencia.
Aquí vemos un gran contraste: la canción que debería haberlos unido, en cambio, los dividió. La canción representa la celebración. La lanza representa la comparación.
En el ministerio, el liderazgo y la vida, si vas a llevar el peso de la responsabilidad, enfrentarás tanto canciones como lanzas. Personas que te celebran y afirman. Personas que quieren derribarte. Eso es lo que David aprendió en esta historia. Y es lo que aprenderemos nosotros también, pero desde la vida de Saúl. Él era el tipo que sostenía la lanza.
Veremos que la caída de Saúl se aceleró en el momento en que empezó la comparación. Quizás hoy seas tú quien empuña la lanza, y no quien la esquiva. Por lo tanto, hoy te daré tres razones del por qué la comparación es tan tóxica.
Razón #1; La comparación asfixia tu alegría y la reemplaza con celos.
1 Samuel 18:6-9 (NTV) Cuando el ejército de Israel regresaba triunfante después que David mató al filisteo, mujeres de todas las ciudades de Israel salieron para recibir al rey Saúl. Cantaron y danzaron de alegría con panderetas y címbalos. 7 Este era su canto: «Saúl mató a sus miles, ¡y David, a sus diez miles!». 8 Esto hizo que Saúl se enojara mucho. «¿Qué es esto?—dijo—. Le dan crédito a David por diez miles y a mí solamente por miles. ¡Solo falta que lo hagan su rey!». 9 Desde ese momento Saúl miró con recelo a David.
Algo curioso de observar es que Saúl tenía razones de sobra para estar feliz. Te las listo: primero, su nación había sido liberada. Segundo, su ejército había vencido y tercero, su reputación estaba intacta. Pero la alegría muere donde hay comparación. En lugar de celebrar junto a David, Saúl se sintió amenazado por la canción que lo exaltaba más que a él.
La comparación llevó a Saúl a tomar una lanza… y a perder la paz. Hoy vivimos lo mismo, pero en una escala masiva. Vivimos en la era del doom-scrolling: el hábito de pasar horas deslizando contenido negativo, comparativo o angustiante en redes sociales.
El 31% de los adultos en Estados Unidos dicen que lo hacen “mucho” o “algunas veces”. En la Generación Z, ese número sube al 53%, con más de dos horas al día consumiendo contenido fatal —aproximadamente 129 minutos diarios.
Después de una hora o más en redes sociales, los efectos emocionales son evidentes: el 35% se siente preocupado, el 30% se siente deprimido y el 29% se siente enojado. Esto es porque la comparación digital nos lanza dardos invisibles al corazón. Nos quita el gozo. Nos roba la gratitud. Distorsiona nuestra identidad. Y nos deja vacíos.
Incluso los creadores de esta tecnología advierten sobre sus efectos. Sean Parker, el primer presidente de Facebook, se llamó a sí mismo un “objetor de conciencia” frente a las redes sociales y limita su uso en casa. Un ex vicepresidente de crecimiento de usuarios de Facebook confesó: “Hemos creado herramientas que están desgarrando el tejido social de cómo funciona la sociedad.” Y añadió: “Yo no uso estas cosas, y no permito que mis hijos las usen.”
Steve Jobs, fundador de Apple, tampoco permitía que sus hijos usaran iPads, incluso después de su lanzamiento. Era estricto con el tiempo frente a pantallas.
Así como Saúl perdió la alegría por mirar a David, nosotros también perdemos la paz al mirar constantemente lo que otros hacen, tienen o aparentan. La comparación, amplificada por la tecnología, nos roba la celebración.
La canción exaltó a David. La lanza reveló el corazón de Saúl. Hoy, las redes sociales hacen ambas cosas: celebran a unos… y hieren a otros.
¿Cuántas veces has perdido la alegría por centrarte en las bendiciones de otra persona en lugar de en las tuyas?
Veamos ahora una verdad bíblica del Salmo 34:
Salmos 34:10 (NTV) Hasta los leones jóvenes y fuertes a veces pasan hambre, pero a los que confían en el Señor no les faltará ningún bien.
La verdad es que, si no lo tienes ahora, no te conviene ahora. La alegría no se trata de lo que otros tienen; se trata de quién es tu Dios.
Hay una cita que me gusta mucho de G.K. Chesterton: “La alegría es el secreto gigantesco del cristiano.” ¿Por qué? Porque un cristiano que confía completamente en Dios se mantiene alegre aunque no tenga que comer. Las circunstancias no le hacen perder su gozo.
La aplicación de este punto para tu vida es directa: deja de hacer doom-scrolling, deja de desplazarte sin rumbo por redes sociales, y empieza a buscar de Dios. La alegría crece en la gratitud, no en la comparación.
Razón #2; Compararse con los demás frena tu crecimiento y perjudica tu salud mental.
Como decimos en inglés: “Thanks, Captain Obvious” (¡Gracias, capitán obviedad!). Sí, suena evidente que la comparación te estanca y te desgasta, pero lo sorprendente es cuántas personas siguen atrapadas en ese ciclo sin darse cuenta. Veamos ahora lo que le pasaba a Saúl.
1 Samuel 18:10-11 (NTV) Al día siguiente, un espíritu atormentador de parte de Dios abrumó a Saúl, y comenzó a desvariar como un loco en su casa. David tocaba el arpa, tal como lo hacía cada día. Pero Saúl tenía una lanza en la mano, 11 y de repente se la arrojó a David, tratando de clavarlo en la pared, pero David lo esquivó dos veces.
Cuando vives comparándote con los demás, tu crecimiento se detiene. Saúl tenía una oportunidad única: podía haber forjado su legado como un líder sabio, mentor de David y guía para su nación. Pero en lugar de celebrar, se dejó consumir por los celos.
La comparación lo desgastó y lo enfermó mentalmente. Su obsesión lo llevó a la locura, hasta el punto de intentar asesinar al mismo hombre que había traído victoria a Israel. Cierto es lo que dice Proverbios 14.
Proverbios 14:30 (NTV) La paz en el corazón da salud al cuerpo; los celos son como cáncer en los huesos.
Algo parecido vimos con Pedro cuando Jesús lo llamó. La pregunta de Pedro fue: “¿Y qué hay de Juan?” Y Jesús le respondió con firmeza: “¿Y eso qué te importa? Tú sígueme” (Juan 21:21–22). Este intercambio revela una verdad profunda: el juego de mirar al otro es tan antiguo como tóxico. Desde tiempos bíblicos, la comparación ha sido una trampa que desvía el llamado personal.
Según una estadística del Seminario Fuller, el 87% de los creyentes no conocen sus dones. ¿Por qué? Porque pasan más tiempo mirando hacia los lados que mirando hacia adentro. En lugar de enfocarse en lo que Dios ha depositado en ellos, se distraen con lo que otros están haciendo, logrando o mostrando.
Te doy una analogía para explicar esto: el ejercicio y la alimentación. No puedes entrenar lo suficiente para compensar una mala dieta. Puedes pasar horas en el gimnasio, pero si tu alimentación es desordenada y llena de comida chatarra, no verás resultados. Lo mismo ocurre en la vida espiritual: puedes asistir a reuniones, leer libros o escuchar mensajes, pero si tu “dieta interna” está llena de comparación, envidia y descontento, seguirás débil por dentro.
La comparación es como una dieta tóxica para el alma: te debilita, te enferma y te impide crecer. Por eso, el consejo es claro: deja de medir tu progreso al ritmo de otra persona. Y la aplicación de este punto es aún más clara: descubre tus dones, no los de otros. Crece en la gracia, no en la competencia. Alimenta tu alma con la Palabra de Dios, no con las redes sociales.
Razón #3: La comparación te roba la concentración y te atrapa en un esfuerzo mal dirigido.
Eso es lo que hace la comparación: te desvía la mirada de lo que Dios te ha llamado a hacer y la fija en lo que otra persona está haciendo. Pierdes enfoque, pierdes propósito, y terminas siguiendo a otros en lugar de seguir a Cristo. Da la sensación de movimiento, pero no lleva a ninguna parte.
Lo vemos claramente en el caso de Saúl. En lugar de edificar su reino, comenzó a encoger su mundo. Piensa en lo que un rey debería estar haciendo: un rey debería expandir su reino, no reducirlo por miedo y sospecha. Debería fortalecer a su ejército, no atacar a sus propios soldados. Debería inspirar lealtad, no alejar a la gente con ira. Debería formar a la siguiente generación, no intentar destruirla. Debería buscar la dirección de Dios, no actuar guiado por sus emociones.
Pero la comparación desconcentró a Saúl. Lo sacó de su llamado, lo robó de su propósito, y lo llevó por un camino de destrucción.
1 Samuel 18:12 (NTV) Después Saúl tenía miedo de David porque el Señor estaba con David pero se había apartado de él.
Su atención se desvió de la sala del trono a la lanza que tenía en la mano. De liderar Israel, pasó a envidiar a un adolescente. Saúl perdió el propósito. Cuando el corazón se llena de comparación, el liderazgo se convierte en destrucción. Y lo que debía ser un legado, se convierte en una advertencia para nosotros hoy.
Esta historia nos deja un principio por el cual vivir: a lo que fijas tu mirada, hacia eso diriges tu vida. Saúl fijó sus ojos en David y terminó dirigiéndose hacia el miedo. Y es que el enfoque determina la dirección. Si tu atención está en lo que Dios te ha dado, avanzarás en tu llamado. Pero si tu mirada está en otros, te desviarás de tu propósito.
Esto contrasta profundamente con la perspectiva moderna. La comparación te mantiene mirando a los demás y te hace perseguir su versión del éxito: la versión que nuestros padres querían, la versión que nuestra cultura aplaude, la versión que desearíamos ser. ¿Y qué pasa con esta perspectiva? Que nos llena de inseguridades y miedo, causando el famoso síndrome del impostor: sentirte como un fraude, incluso cuando estás logrando cosas, porque tu valor está construido sobre la aprobación de otros en lugar de la afirmación de Dios.
En cambio, la verdad bíblica nos libera. El plan de Dios para ti incluye también la gracia para llevarlo a cabo. Como dice Filipenses 1:6 (NTV): “Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva.”
Lastimosamente, los celos de Saúl no eran un caso aislado. Incluso algunos de los seguidores más cercanos de Jesús luchaban contra las comparaciones. ¿Recuerdan a Santiago y Juan en Marcos 10?
Marcos 10:37 (NTV) Ellos contestaron: —Cuando te sientes en tu trono glorioso, nosotros queremos sentarnos en lugares de honor a tu lado, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda..
Querían sentarse en los lugares de honor: uno a la derecha de Jesús y otro a su izquierda. Buscaban estatus, posición e identidad. Jesús los reprendió, porque todavía no entendían de qué se trataba el reino de Dios. Pero años después, Juan —el mismo del que acabamos de hablar— escribió algo que demuestra que finalmente entendió.
1 Juan 3:1 (NTV) Miren con cuánto amor nos ama nuestro Padre que nos llama sus hijos, ¡y eso es lo que somos!…
En algún punto entre aquel joven discípulo ambicioso y el anciano apóstol, Juan dejó de intentar demostrar su valía y comenzó a descansar en lo que él era en Cristo. Pasó de pedir un trono a maravillarse de ser amado por el Padre. Eso es lo que hace el evangelio. Sustituye la inseguridad por la identidad. Te lleva del esfuerzo a la pertenencia. De la competición al descanso.
Tristemente, Saúl nunca hizo ese cambio; dejó que la comparación lo destruyera. Pero Juan nos muestra lo que sucede cuando el amor echa raíces: la confianza reemplaza a los celos, y la paz reemplaza el esfuerzo.
Esta es la buena noticia de la Biblia: no tienes que ganarte tu lugar. Ya lo tienes. No te definen tus logros, sino lo que Jesús ya ha hecho por ti.
Tal vez hoy te identificas con Saúl. Has estado atrapado en el juego de la comparación, mirando hacia los lados en lugar de mirar hacia arriba. Te sientes inseguro, debilitado, como si nunca fueras suficiente, y quizás hasta un poco fuera de sí. Pero tu historia, al contrario de la de Saúl, no tiene que terminar así.
El evangelio te ofrece una salida. Jesús no vino a exigirte más esfuerzo; vino a darte identidad, descanso y pertenencia. Donde antes había celos, ahora puede haber confianza. Donde antes había ansiedad, ahora puede haber paz.
Y si aún no conoces a Jesús, esta es tu invitación: no tienes que ganarte tu lugar. Ya hay uno reservado para ti. No te definen tus logros, tus fracasos ni tus comparaciones. Te define lo que Jesús ya hizo por ti en la cruz.
Hoy puedes dejar de correr detrás de la aprobación de otros y empezar a caminar en la afirmación de Dios. Hoy puedes dejar de competir y comenzar a descansar en el amor que no cambia. Ven a Jesús. Él no te compara. Él te llama. Y te recibe con gracia.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Cuándo has sentido que tu gozo disminuye porque estabas comparando tu vida con la de otra persona?
- ¿Por qué crees que los celos se describen como “cáncer en los huesos” en Proverbios 14:30? ¿Cómo has visto esto manifestarse?
- ¿Dónde sientes la presión de medir tu progreso según el ritmo de otra persona?
- ¿Cómo se ve el “esfuerzo mal dirigido” en tu vida en este momento?
- Lee Juan 21:21–22. ¿Cómo habla la respuesta de Jesús a Pedro sobre tu lucha con la comparación?
- ¿Cómo te ayuda reconocer tu identidad en Cristo (1 Juan 3:1) a liberarte de la comparación?
El proceso de desarollo de David
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Puntos de conversación:
- El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano. Mateo 25:21
- Las victorias privadas respaldan lo que haces en público. 1 Samuel 17:34–37
- Aprende a caminar con tu propia armadura. 1 Samuel 17:38–40
- Dios prepara tanto al obrero como la obra. 1 Samuel 17:50-51, 1 Samuel 5:1-4, Efesios 2:10
Las promesas de Dios siempre conllevan un proceso. La formación de un hombre o una mujer de Dios comienza mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, mediante la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. A esto le llamamos proceso de desarrollo. Es como una fotografía antigua revelada en el cuarto oscuro, Dios forma a Su pueblo en lugares invisibles. La imagen ya está presente en el negativo, pero si se expone demasiado pronto, se arruina.
Así fue el proceso de desarrollo de David. A partir de ese proceso, aprenderemos cuatro lecciones importantes que nos ayudarán en nuestra propia formación para llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos. En cada lección, compartiré una verdad bíblica y un paso de acción para que esta enseñanza sea lo más práctica posible para cada uno de nosotros.
Y es que la grandeza de David comenzó mucho antes de la batalla contra Goliat — en las rutinas ordinarias de pastorear y servir. Esto nos lleva a la primera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano.
Y en lo aparentemente insignificante. En 1 Samuel 17, se relata a David haciendo mandados para su padre — nada extraordinario ni memorable. Simplemente David, siendo un hijo obediente.
1 Samuel 17:17–20 Un día, Isaí le dijo a David: «Toma esta canasta de grano tostado y estos diez panes, y llévaselos de prisa a tus hermanos. 18 Y dale estos diez pedazos de queso a su capitán. Averigua cómo están tus hermanos y tráeme un informe de cómo les va». Los hermanos de David estaban con Saúl y el ejército israelita en el valle de Ela, peleando contra los filisteos. 20 Así que temprano a la mañana siguiente, David dejó las ovejas al cuidado de otro pastor y salió con los regalos, como Isaí le había indicado. Llegó al campamento justo cuando el ejército de Israel salía al campo de batalla dando gritos de guerra.
Ah, pero el gran momento de David llegó mientras hacía recados para su padre. Su gran momento comenzó con un pequeño acto de obediencia. Su padre le mando: “dale estos diez pedazos de queso” Estas son las tareas ignominiosas que ponen a prueba nuestra verdadera valía.
En este pasaje de la vida de David encontramos una verdad bíblica que no podemos ignorar: Quien no está dispuesto a servir, no está listo para liderar. Si eres demasiado grande para servir, eres demasiado pequeño para liderar.
A continuación quiero compartirte tres principios del Reino de Dios que respaldan esta verdad bíblica. Al cerrar el punto, te daré un paso de acción que puedes tomar hoy para que esta enseñanza sea práctica y transformadora en tu vida.
Primer principio: el reino de Dios crece a través de fidelidad en las pequeñas cosas. Jesús lo expresó claramente en Mateo 25:21: “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades.” Esto nos enseña que la promoción en el Reino no depende de lo visible o lo grande, sino de la constancia en lo cotidiano.
Segundo, mientras el mundo celebra el ascenso, Dios celebra la obediencia. Cada “mandado de queso” —esos actos simples y aparentemente insignificantes de obediencia— forman parte del proceso de formación que Dios utiliza para preparar a sus siervos. Lo que parece pequeño ante los ojos humanos, tiene gran peso en el Reino.
Tercero: Dios honra la fidelidad en lo poco como plataforma para lo mucho. Tal como leímos en Mateo 25:21, “Has sido fiel en lo poco; ahora gobernarás sobre mucho.” Dios no ignora lo pequeño; lo usa como base para lo grande. Por eso, cada paso de obediencia, por más discreto que parezca, tiene un propósito eterno.
Ahora, tu paso de acción para esta semana es identificar una tarea “insignificante”; esas que no tienen reconocimiento ni gloria, esta semana y hazla como un acto de adoración (Colosenses 3:23). Y siempre recuerda: Sé fiel al amar a las personas difíciles, sé amable contigo mismo cuando estés cansado y sírve cuando nadie te esté mirando.
La segunda lección que quiero que aprendas del proceso de desarrollo de David es:
Las victorias privadas respaldan lo que haces en público.
1 Samuel 17:34-37 (NTV) Pero David insistió: —He estado cuidando las ovejas y las cabras de mi padre. Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del rebaño, 35 yo lo persigo con un palo y rescato el cordero de su boca. Si el animal me ataca, lo tomo de la quijada y lo golpeo hasta matarlo. 36 Lo he hecho con leones y con osos, y lo haré también con este filisteo pagano, ¡porque ha desafiado a los ejércitos del Dios viviente! 37 ¡El mismo Señor que me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este filisteo! Así que Saúl por fin accedió: —Está bien, adelante. ¡Y que el Señor esté contigo!
David no se enfrentó a Goliat por casualidad. Su valentía no nació en el campo de batalla, sino en la pradera, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba desafíos que nadie más veía. Como él mismo lo expresa al enumerar las razones que lo capacitan para enfrentar al gigante: “Tu siervo ha matado tanto al león como al oso.”
Esa declaración revela una verdad profunda: la fe se fortalece en las batallas personales. La confianza de David no era arrogancia ni presunción, sino el fruto de una relación íntima con Dios, cultivada en lo secreto. Cada pequeña victoria en lo oculto fue parte del entrenamiento divino que lo preparó para los grandes momentos públicos.
La verdad bíblica es esta: la vida no cambia tanto; simplemente hay más en juego. Es como ese joven que juega fútbol en el parque con sus amigos. Ahí aprende a pasar el balón, a resistir la presión y a mantenerse enfocado. Años después, ese mismo joven está en una final nacional. El campo es más grande, hay miles de personas observando, pero los fundamentos siguen siendo los mismos: pasar, resistir la presión, mantenerse enfocado. Lo que ha cambiado no es la esencia del juego, sino lo que está en juego: un campeonato.
Esta verdad también trae una advertencia seria. Los compromisos privados —aquellos que se hacen en lo secreto, lejos de los reflectores— siempre terminan conduciendo a la vergüenza pública si no se manejan con integridad. Tus “leones y osos” son las tentaciones y los pecados que debes vencer en lo íntimo, en lo cotidiano.
Dios siempre advierte antes de exponerte y sacar tus trapitos al sol. Por eso, presta atención a la advertencia hoy. Como lo enseñan las Escrituras: “El pecado, cuando ha sido concebido, da a luz la muerte” (Santiago 1:15), y “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Tu paso de acción para este punto es identificar tus propios “leones y osos”, es decir, aquellas batallas internas que enfrentas en lo secreto: envidia, lujuria, engaño, orgullo, o cualquier otra lucha que intente robarte tu integridad. No ignores esas áreas; reconócelas con honestidad delante de Dios. Luego, da el siguiente paso: confiesa tus pecados y tráelos a la luz con un creyente de confianza. La Escritura nos enseña que “confesad vuestros pecados unos a otros y orad unos por otros para que seáis sanados” (Santiago 5:16), y que “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1:7).
Tercera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
Aprende a caminar con tu propia armadura.
1 Samuel 17:38-40 (NTV) Después Saúl le dio a David su propia armadura: un casco de bronce y una cota de malla. 39 David se los puso, se ciñó la espada y probó dar unos pasos porque nunca antes se había vestido con algo semejante. —No puedo andar con todo esto—le dijo a Saúl—. No estoy acostumbrado a usarlo. Así que David se lo quitó. 40 Tomó cinco piedras lisas de un arroyo y las metió en su bolsa de pastor. Luego, armado únicamente con su vara de pastor y su honda, comenzó a cruzar el valle para luchar contra el filisteo.
Cuando Saúl le ofreció su armadura, David la probó, pero rápidamente se dio cuenta de que no podía moverse con libertad ni pelear con confianza. No era su forma, no era su historia, no era su proceso. Él había aprendido a confiar en Dios, no en lo exterior ni en lo que parecía más fuerte a los ojos humanos.
Más vale una honda en la mano que una espada que no te queda bien. Saúl intentó que David luchara con una armadura prestada, pero David tuvo que reconocer con qué Dios lo había equipado verdaderamente. Y es que nunca se puede ir a la guerra con armadura ajena. Lo que funciona para otros no necesariamente es lo que Dios ha preparado para ti.
Este momento no es solo un detalle técnico en la historia; es una profunda lección de identidad. David entendió que no podía pelear con lo que no le pertenecía. No necesitaba parecerse a Saúl para ser efectivo. Su confianza no estaba en una armadura prestada, sino en el Dios que lo había entrenado en lo secreto, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba leones y osos con un palo. Esa preparación invisible fue suficiente para enfrentar al gigante visible.
La verdad bíblica que aprendemos de este punto es clara: no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Cuando David probó la armadura de Saúl, rápidamente se dio cuenta de que no era para él. No le pertenecía, no le quedaba bien, y ni siquiera podía moverse con libertad. Por eso dijo: “No puedo pelear con esto.”
Su fuerza no venía de lo que otros usaban, sino de lo que Dios le había dado personalmente. Esta escena nos enseña que la efectividad espiritual no depende de imitar a otros, sino de caminar con lo que Dios ha puesto en ti.
2 Samuel 21:22 (NTV) Estos cuatro filisteos eran descendientes de los gigantes de Gat, pero David y sus guerreros los mataron.
Esto sucedió años después; tal vez David los estaba esperando en el valle de Elah.
Otra verdad bíblica que encontramos aquí es que nosotros no hacemos cosas increíbles; simplemente estamos disponibles. Es Dios quien hace lo extraordinario. Esta frase nos recuerda que lo que Él busca no es perfección ni grandeza humana, sino corazones dispuestos. No se trata de tener habilidades extraordinarias, sino de estar presentes y entregados para que Dios obre lo extraordinario a través de nosotros.
Podemos ilustrarlo con los votos matrimoniales. No son espectaculares por sí solos; son palabras sencillas de compromiso. Pero con el tiempo, ese compromiso constante revela algo profundo: confianza, fidelidad y amor probado. Lo asombroso no ocurre en el momento de la promesa, sino en la constancia de vivirla día tras día.
Así también en nuestra vida espiritual, no se necesita ser increíble, solo estar presente y fiel. Lo asombroso —la transformación, la profundidad, el fruto— lo hace Dios a través del tiempo. Disponibilidad hoy, fidelidad mañana… y Dios se encarga del resto.
El paso de acción que debemos tomar para este punto es hacer una pregunta clave: ¿Qué ha puesto Dios en tus manos? Reconocer lo que ya tienes es el primer paso para caminar con propósito.
Identifica los dones espirituales que Dios te ha dado y sé fiel en las prácticas diarias que fortalecen tu fe. Al igual que David, no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Por eso, es fundamental aprender a caminar en tu llamado hoy, para que estés listo para luchar desde él mañana. Como dice 1 Timoteo 4:14–16, no descuides el don que hay en ti.
Ya casi para terminar, veamos la cuarta y última lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David.
Dios prepara tanto al obrero como la obra.
1 Samuel 17:50-51 (NTV) Así David triunfó sobre el filisteo con solo una honda y una piedra, porque no tenía espada. 51 Después David corrió y sacó de su vaina la espada de Goliat y la usó para matarlo y cortarle la cabeza. Cuando los filisteos vieron que su campeón estaba muerto, se dieron la vuelta y huyeron.
Al cortar la cabeza de Goliat, David replicaba lo que Dios había hecho antes con Dagón
1 Samuel 5:1-4 (NTV) Después de que los filisteos capturaran el arca de Dios, la llevaron del campo de batalla en Ebenezer hasta la ciudad de Asdod. 2 Llevaron el arca de Dios al templo del dios Dagón y la pusieron junto a una estatua de Dagón. 3 Pero cuando los ciudadanos de Asdod fueron a verla a la mañana siguiente, ¡la estatua de Dagón había caído boca abajo delante del arca del Señor! Así que levantaron a Dagón y nuevamente lo colocaron en su lugar. 4 Pero temprano al día siguiente sucedió lo mismo: de nuevo Dagón había caído boca abajo frente al arca del Señor. Esta vez su cabeza y sus manos se habían quebrado y estaban a la entrada; solo el tronco de su cuerpo quedó intacto.
Cuando David cortó la cabeza de Goliat (lo que en la cultura antigua simbolizaba la humillación absoluta y la victoria final), no solo confirmó su victoria, sino que replicó un patrón que Dios ya había establecido: la humillación total de los enemigos que se levantan contra Él. Así como Dios derribó a Dagón —el dios de los filisteos— y dejó su cabeza cortada en el umbral del templo (1 Samuel 5), David hizo lo mismo con Goliat, exponiendo públicamente la impotencia del enemigo.
Esto revela un principio poderoso: Dios prepara tanto al obrero como la obra. David no solo fue formado en lo secreto —con la honda, el rebaño y la fe— sino que también fue llevado a un escenario donde la victoria ya estaba profetizada. La batalla no fue improvisada; fue parte de un diseño divino.
La decapitación de Goliat no fue solo un acto de guerra, fue una declaración espiritual: “Lo que Dios ya hizo en lo invisible, ahora lo manifiesta en lo visible.” Así que cuando Dios te llama, no solo te está preparando a ti —también está preparando el terreno, el momento y el impacto. Tu obediencia activa lo increible que solo Él puede hacer.
La verdad bíblica que aprendemos en este punto es que Dios siempre va un paso por delante. A lo largo de la Escritura vemos cómo Él prepara el escenario antes de que sus siervos entren en acción. El “retiro” de Abraham se convirtió en una guardería de naciones. El exilio de Moisés fue su campo de entrenamiento. El cautiverio de Nehemías sentó las bases para la reconstrucción de Jerusalén. Y la decepción de los discípulos abrió el camino para la resurrección. Nada de esto fue improvisado; Dios ya lo tenía planeado. Solo faltaba que aparecieran los personajes —los obreros que Él mismo levantaría.
Dios no está improvisando tu vida. Él la está escribiendo con intención y propósito. David no solo fue preparado para lanzar la piedra, sino también para tomar la espada del enemigo y completar la obra. Goliat no solo cayó, su derrota fue pública, simbólica y estratégica, al igual que la caída del ídolo Dagón. Cada detalle tenía un propósito mayor. Así es como Dios obra: con precisión, visión y anticipación.
Por eso, el paso de acción que debemos tomar es estar atentos a las “obras preparadas” que Dios coloca cada día en nuestro camino. Pueden ser citas divinas, puertas abiertas o conversaciones oportunas, como nos enseña Pablo en Colosenses 4:3–6. Además, nunca olvidemos nuestro propósito al venir a Cristo:
Efesios 2:10 (NTV) Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás.
Para terminar, recuerda que David no se hizo grande de la noche a la mañana. Se hizo grande a través de años de fidelidad invisible. Dios está creando algo en ti, aunque todavía no puedas verlo. El proceso de cuarto oscuro lleva tiempo, pero la imagen se está formando.
2 Pedro 1:3 (NTV) Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia;
Todo lo que necesitas para vivir en rectitud ya está en ti a través de Cristo. El crecimiento espiritual no se trata de recibir más de Dios, sino de dar más de ti mismo a lo que Él ya ha sembrado en ti. Es como el crecimiento de un niño: el ADN ya está dentro de cada embrión, cada bebé; solo necesita desarrollarse.
La formación de un hombre o una mujer de Dios ocurre mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, a través de la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. Las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de un proceso. Su imagen ya está en ti; ahora permite que Él la enfoque y la defina con claridad
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que Dios forma líderes en temporadas ocultas antes de las públicas? ¿Puedes recordar un momento en que Él te preparó en silencio antes de algo grande?
- ¿Cuáles han sido tus momentos tipo “llevar el queso” — esos pequeños actos de obediencia que te permitieron mostrar tu verdadera esencia?
- ¿Cómo puedes vencer tus “batallas privadas” para estar listo para llamados públicos? ¿Qué pasos prácticos te ayudan a mantenerte responsable?
- ¿Por qué es importante caminar con tu propia armadura en lugar de imitar el llamado de otro?
- ¿Cómo te anima saber que Dios te prepara a ti y a tus circunstancias con anticipación?
- ¿Qué parte del proceso de “formación” te cuesta más en este momento — esperar, confiar o permanecer fiel? ¿Qué verdad de esta enseñanza te ayuda a perseverar?
Un corazón conforme a Dios
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Puntos de conversación:
- El temor conduce a la desobediencia. Saúl actuó por pánico en lugar de confiar, mostrando que todo pecado comienza como una falta de confianza. 1 Samuel 13:8–14; Romanos 14:23
- La conveniencia busca atajos, pero la obediencia honra los mandamientos de Dios, incluso cuando obedecer cuesta. Saúl eligió la comodidad por encima de la integridad. 1 Samuel 15:9; 15:21–22
- El orgullo valora más la reputación que el arrepentimiento. Saúl confesó, pero incluso su arrepentimiento fue para salvar las apariencias. 1 Samuel 15:30
- Saúl representa el esfuerzo humano—intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas. David representa la gracia—confiar en el poder del Espíritu de Dios. Todo lo bueno que hizo a David apto ante Dios tenía su raíz en Jesús. Apocalipsis 22:16
Comenzamos una serie de seis semanas dedicada a David, uno de los personajes bíblicos más reconocidos de todos los tiempos. Su historia está llena de momentos poderosos, decisiones difíciles y una profunda conexión con Dios que lo convirtió en una figura central en la narrativa bíblica.
Pero antes de hablar de David, hoy empezaremos con el personaje que vino antes que él. El hombre del que podríamos estar hablando… pero no lo estamos. No porque no tuviera potencial, sino porque le faltaban las cualidades que Dios estaba buscando. Ese hombre tuvo la primera gran oportunidad de alcanzar la grandeza. Fue elegido, ungido y puesto en una posición de liderazgo sin precedentes. Pero falló. Su nombre es Saúl.
Saúl fue el primer rey de Israel. Su historia, aunque marcada por el fracaso, nos deja una importante lección de vida: es posible parecer el indicado, pero carecer del poder. Tenía la apariencia, la posición y el reconocimiento, pero no el carácter que Dios buscaba. Su reinado comenzó con promesa, pero terminó con rechazo.
Curiosamente, esta misma verdad se refleja en una historia moderna. En 2010, un joven de 24 años en Alemania fue arrestado por hacerse pasar por piloto de Lufthansa. Vestía el uniforme completo, portaba una tarjeta falsa de identificación y publicaba fotos en redes sociales desde la cabina de mando, aparentando ser parte de la tripulación. Lo más sorprendente es que logró sentarse en la cabina de varios vuelos, saludando al personal como si realmente fuera uno de ellos. Aunque nunca llegó a volar un avión —afortunadamente—, se paseaba por los aeropuertos con total seguridad, como si fuera Tom Cruise en Top Gun. A simple vista, parecía todo un piloto… pero no lo era.
Cuando fue descubierto, declaró que “solo quería sentirse importante”. La prensa lo apodó “el piloto de Instagram”. Así como Saúl, este joven tenía la imagen, pero no la autoridad. Ambos nos recuerdan que la apariencia externa no sustituye la autenticidad, la preparación ni el propósito verdadero.
Muy parecida a esa fue la historia de Saúl. A simple vista, parecía un rey: tenía la presencia, el porte y la apariencia que cualquiera esperaría de un líder. Pero no vivía como tal, y por eso fue descartado.
En 1 Samuel 13:14 leemos: “porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón.” Lamentablemente, lo que Dios buscaba no lo encontró en Saúl. Aunque fue el primero en ocupar el trono de Israel, su carácter no estuvo a la altura de su llamado.
Israel quería un rey “como las demás naciones”, alguien que representara poder, estatura y autoridad. Dios les advirtió que ese deseo traería problemas, pero el pueblo insistió. Saúl parecía el indicado —“era el hombre más apuesto… era tan alto que los demás apenas le llegaban a los hombros” (1 Samuel 9:2, NTV)—. Sin embargo, no tenía el corazón para ello.
Su historia nos recuerda que la verdadera grandeza no se mide por la apariencia, sino por la disposición del corazón ante Dios. Por eso, hoy vamos a comparar el corazón de Saúl con el de David. Veremos qué se necesita para tener un corazón conforme al de Dios.
Saúl falló no solo como rey ante Dios, sino también como persona. Su caída nos revela tres actitudes que pueden alejarnos del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
Así que, sin más preámbulo, entremos de lleno al mensaje de hoy, donde exploraremos tres lecciones que podemos aprender de estas actitudes —actitudes que se convirtieron en el talón de Aquiles de Saúl. La primera lección es:
Un corazón que sigue a Dios pasa del miedo a la confianza.
Si Dios no aparece cuando tú quieres y como tú quieres… ¿esperarás? Quizás has pedido sanidad, pero Dios parece guardar silencio. Tal vez necesitas cerrar una venta importante y sientes la presión de romper las reglas para lograrlo. O puede que hayas orado con insistencia para que tu hijo o tu cónyuge “reaccione”, pero no ves ningún cambio. En esos momentos, es fácil sentirse tentado a controlar la situación, a dar sermones o incluso a manipular.
El miedo puede empujarnos a tomar el asunto en nuestras propias manos, en lugar de esperar en Dios y confiar en su tiempo. Pero esa decisión, aunque comprensible, puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Esa fue precisamente la historia de Saúl en la ciudad de Gilgal. Él y sus tropas se estaban preparando para la batalla, temblando de miedo… esperando la bendición de Dios. Pero en lugar de esperar, Saúl actuó por temor, y esa decisión marcó el comienzo de su caída.
1 Samuel 13:8-9 (NTV) Durante siete días Saúl esperó allí, según las instrucciones de Samuel, pero aun así Samuel no llegaba. Saúl se dio cuenta de que sus tropas habían comenzado a desertar, 9 de modo que ordenó: «¡Tráiganme la ofrenda quemada y las ofrendas de paz!». Y Saúl mismo sacrificó la ofrenda quemada.
Las matemáticas de Saúl eran simples pero peligrosas: soldados desertando + el profeta retrasado + el enemigo acercándose se tradujeron en una fórmula impulsiva —actuar ahora, preguntar después. Ante la presión, el miedo y la incertidumbre, Saúl decidió tomar el control por su cuenta, sin esperar la dirección de Dios, y esa decisión le costó caro.
1 Samuel 13:10-12 (NTV) Precisamente cuando Saúl terminaba de sacrificar la ofrenda quemada, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo, 11 pero Samuel preguntó: —¿Qué has hecho? Saúl le contestó: —Vi que mis hombres me abandonaban, y que tú no llegabas cuando prometiste, y que los filisteos ya están en Micmas, listos para la batalla. 12 Así que dije: “¡Los filisteos están listos para marchar contra nosotros en Gilgal, y yo ni siquiera he pedido ayuda al Señor!”. De manera que me vi obligado a ofrecer yo mismo la ofrenda quemada antes de que tú llegaras.
¿Ves reflejos del corazón de Saúl en estas palabras? “No fue mi culpa. Mis hombres me abandonaban. Tú no llegas. Los filisteos estaban listos para la batalla.” Justificaciones como estas son comunes cuando fallamos. Es raro encontrar a alguien que peque sin tener una “buena razón” para hacerlo. Siempre hay una excusa, una presión, una circunstancia que parece justificar la decisión.
Pero la verdad espiritual fundamental es esta: todo pecado comienza con una falta de confianza. Confiar en Dios implica soltar el control, dejar de depender de lo mejor que yo puedo hacer y entregarme a lo mejor que Dios puede hacer. Saúl no confió, y su necesidad de actuar por miedo lo llevó a perder lo que Dios quería darle.
1 Samuel 13:13-14 (NTV) —¡Qué tontería!—exclamó Samuel—. No obedeciste al mandato que te dio el Señor tu Dios. Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre. 14 Pero ahora tu reino tiene que terminar, porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón. El Señor ya lo ha nombrado para ser líder de su pueblo, porque tú no obedeciste el mandato del Señor.
Saúl no confió en Dios. En lugar de esperar la dirección divina, se dejó llevar por el miedo, la presión y las circunstancias. Su decisión no fue simplemente una acción equivocada, sino una revelación de lo que había en su corazón.
Cuando Samuel lo confronta, le dice: “Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre…” Saúl eligió lo mejor que él podía hacer, en vez de esperar lo mejor que Dios podía hacer. El miedo lo llevó a tomar el control, y esa falta de confianza lo apartó del propósito divino.
Confiar en Dios implica renunciar al control, a la urgencia y a la necesidad de resultados inmediatos. Es decir: “Aunque no vea la solución, sé que Dios tiene una mejor.” Esa es la segunda lección que aprendemos de la historia de Saúl:
Un corazón conforme al de Dios pasa de la conveniencia a la obediencia.
Definamos conveniencia: es “la cualidad de ser algo práctico y conveniente, aunque posiblemente sea inapropiado o inmoral.” En otras palabras, es tomar un atajo cuando el camino largo es el correcto. Es elegir lo fácil por encima de lo correcto.
Por ejemplo, recuerdo aquella vez que iba un poco retrasado para la iglesia de Riverdale. Conduciendo la van a alta velocidad, de repente vi una patrulla. ¿Qué hice? Como muchos, oré: “Señor, cierra los ojos del policía.” ¡Qué oración tan absurda! Como si Dios fuera a cegar al pobre hombre sin razón, solo por mi conveniencia. Lo irónico fue que, cuando me detuvo, lo primero que vio en el tablero fue mi Biblia. ¡Qué vergüenza!
Cuando me preguntó si sabía por qué me había detenido, ¿qué podía decir? Que sí. Pude haber inventado una excusa, pero decidí decir la verdad. Esta vez, elegí la obediencia por encima de mi conveniencia.
Te cuento esta anécdota porque algo similar le pasó a Saúl. En el siguiente episodio de su historia, Dios le dio la victoria sobre la nación de Amalec y su rey Agag, y le ordenó destruirlo todo por completo. Fue otra prueba para su corazón. Ya había fallado en el capítulo 13… ¿fallaría también en el capítulo 15?
1 Samuel 15:9 (NTV) Saúl y sus hombres le perdonaron la vida a Agag y se quedaron con lo mejor de las ovejas y las cabras, del ganado, de los becerros gordos y de los corderos; de hecho, con todo lo que les atrajo. Solo destruyeron lo que no tenía valor o que era de mala calidad.
¡Wow, esto sería un excelente sermón sobre generosidad! Porque, en el fondo, dar no se trata solo de dinero… se trata de confianza. Es preguntarse: ¿Confiaré en que Dios proveerá si suelto lo que tengo? ¿Elegiré obedecer, incluso cuando la conveniencia me diga que retenga? Pero ese mensaje será para otro momento. Por ahora, sigamos leyendo.
1 Samuel 15:19 (NTV) ¿Por qué te apuraste a tomar del botín…?
Esa fue la pregunta que Samuel le hizo a Saúl. Lo que Saúl hizo —guardar lo mejor del botín— era común entre los vencedores de guerra, una práctica habitual en tiempos antiguos. Pero cuando Dios te ha dicho que no lo hagas, esa estrategia se convierte en desobediencia. ¿Y la excusa de Saúl? Como muchas veces ocurre, trató de justificar su acción apelando a la lógica humana, ignorando que la obediencia a Dios siempre está por encima de la conveniencia.
1 Samuel 15:20-21 (NTV) —¡Pero yo sí obedecí al Señor!—insistió Saúl—. ¡Cumplí la misión que él me encargó! Traje al rey Agag, pero destruí a todos los demás. 21 Entonces mis tropas llevaron lo mejor de las ovejas, de las cabras, del ganado y del botín para sacrificarlos al Señor tu Dios en Gilgal.
Espera… eso no fue lo que Dios pidió. Strike dos. Saúl decidió perdonar lo que Dios había ordenado destruir por completo, y luego lo justificó llamándolo adoración (1 Samuel 15:15). Pero Dios lo llamó por lo que realmente era: “lanzarse tras el botín con ansias.” Saúl disfrazó su desobediencia como devoción, pero Dios vio el corazón detrás del acto, y no se dejó engañar por las apariencias.
1 Samuel 15:22-23 (NTV) Pero Samuel respondió: —¿Qué es lo que más le agrada al Señor: tus ofrendas quemadas y sacrificios, o que obedezcas a su voz ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio, y la sumisión es mejor que ofrecer la grasa de carneros. 23 La rebelión es tan pecaminosa como la hechicería, y la terquedad, tan mala como rendir culto a ídolos. Así que, por cuanto has rechazado el mandato del Señor, él te ha rechazado como rey.
Los mandatos de Dios no son reglas arbitrarias; son descripciones de la realidad. No están diseñados para limitarte, sino para protegerte. Cuando los rompes, no solo desobedeces… te rompes a ti mismo.
Sin rendición de cuentas, no hay integridad. Saúl tenía títulos, poder y posición, pero no tenía a nadie que le dijera la verdad. Más adelante veremos cómo David, en contraste, responde con humildad cuando alguien lo confronta con la verdad. La diferencia entre ambos está en el corazón.
Al final, solo puedes ser tan responsable como tú decidas serlo. Dios llama a la obediencia, pero nosotros tendemos a minimizar nuestra terquedad, como si no fuera gran cosa. Y esa actitud puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Ahora veamos la tercera y última lección:
Un corazón conforme al de Dios pasa de cuidar su reputación a buscar arrepentimiento.
¿Por qué es tan difícil admitir el fracaso sin intentar guardar las apariencias? Lo vemos constantemente, por ejemplo, en el mundo de la política. Rara vez un político dice simplemente: “Me equivoqué.” Siempre hay un motivo oculto, una explicación estratégica, una maniobra para proteger la imagen pública.
1 Samuel 15:30 (NTV) Entonces Saúl volvió a implorar: —Sé que he pecado. Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos de mi pueblo y ante Israel al volver conmigo para que adore al Señor tu Dios.
Saúl confesó su pecado, pero en lugar de arrepentirse sinceramente, rogó: «Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos…». Strike tres. Seguía más preocupado por su imagen que por su corazón. Estaba más enfocado en proteger su reputación que en buscar una transformación genuina.
Esta actitud revela la diferencia entre la tristeza según Dios y la tristeza del mundo, como lo explica 2 Corintios 7:10. La tristeza que Dios quiere produce arrepentimiento y lleva a la salvación. En cambio, la tristeza del mundo no transforma, solo destruye. Cuando alguien dice: “Sé que pequé, pero…”, esa frase ya es una mala señal. Ese “pero” indica que aún no hay un corazón quebrantado, sino una estrategia para guardar las apariencias.
Debemos dejar de aparentar perfección. Dios no está buscando personas perfectas, porque sabe que nunca alcanzaremos el estándar perfecto que es Cristo Jesús. Lo que Él desea es que vivamos con un corazón conforme al suyo: un corazón obediente, arrepentido y que confíe plenamente en Él.
Aquí es donde debe ocurrir un cambio de enfoque. Si quieres agradar a Dios, no puedes vivir para impresionar a los demás. Como el director de una orquesta, que debe darle la espalda al público para guiar a los músicos, tú también debes apartar la mirada de las opiniones humanas y afinar tu oído para escuchar la única voz que realmente importa: la voz de Dios, a través de su Palabra, la Biblia.
Entonces, si tener un corazón conforme al de Dios no significa ser perfecto, ¿qué esperanza tenemos cuando fallamos? Para responder, veamos al hombre del momento: David.
1 Samuel 16:1 (NTV) Ahora bien, el Señor le dijo a Samuel: —Ya has hecho suficiente duelo por Saúl. Lo he rechazado como rey de Israel, así que llena tu frasco con aceite de oliva y ve a Belén. Busca a un hombre llamado Isaí que vive allí, porque he elegido a uno de sus hijos para que sea mi rey.
Dios retiró su favor de Saúl y entregó el reino a David. Pero aquí viene lo alucinante y sorprendente: nadie más lo sabía. Saúl siguió reinando como si nada hubiera cambiado, y David continuó cuidando a las ovejas, lejos del palacio y del poder. Sin embargo, en lo invisible, algo profundo había ocurrido.
La pista está, una vez más, en el recipiente usado para la unción. A Saúl se le ungió con un frasco hecho por el hombre (1 Samuel 10), mientras que a David se le ungió con un cuerno, símbolo de fuerza y autoridad, hecho por Dios mismo (1 Samuel 16). Ese detalle marca una diferencia espiritual significativa: lo que es hecho por el hombre puede parecer legítimo, pero lo que es hecho por Dios tiene peso eterno.
Y es en el último capítulo de la Biblia donde todo se conecta. Allí, Jesús es llamado “la raíz y el linaje de David”, no de Saúl. Porque Dios no escoge por apariencia, sino por el corazón.
Apocalipsis 22:16 (NTV) «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel con el fin de darte este mensaje para las iglesias. Yo soy tanto la fuente de David como el heredero de su trono…».
Sabemos que Jesús es el heredero del trono de David, pero ¿cómo puede ser también la fuente? La respuesta está en el origen del cambio: el paso del hombre de ayer, Saúl, al hombre del momento, David, fue obra de Dios. En otras palabras, un corazón conforme al de Dios no nace del esfuerzo humano, sino que proviene de Dios mismo.
La comparación entre Saúl y David nos ofrece una imagen clara de lo que significa intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas, en lugar de recibir su gracia por medio de Jesús. Saúl representa a quien busca cumplir con Dios desde la autosuficiencia, y su historia revela tres actitudes que lo alejaron del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
En contraste, la historia de David —como veremos en las próximas semanas— trata del poder de Dios obrando en el corazón humano, dando a luz confianza, integridad y obediencia. Y aunque David cometió pecados incluso más graves que los de Saúl, su diferencia estuvo en el arrepentimiento. Falló muchas veces… pero siempre volvió a Dios con un corazón quebrantado. Siempre se arrepintió y pidió perdón y misericordia.
El punto de todo esto es claro:
¡Todo lo bueno que hizo a David apto delante de Dios tenía su raíz en Jesús!
Esa es la lección de Apocalipsis 22: la aprendemos literalmente en el último capítulo de la Biblia. Allí se revela que Jesús no solo es el heredero del trono de David, sino también la fuente de todo lo que necesitamos. Por eso, si buscas poder y propósito, míralo a Él. Es Jesús quien transforma el corazón, quien nos da un carácter conforme al de Dios, y quien nos guía hacia una vida de obediencia, esperanza y plenitud.
La misma gracia que ungió a David está disponible hoy para nosotros en Cristo. Si te has alejado o has fallado delante de Dios como Saúl, no tengas miedo. Dios no te rechazará si te arrepientes de verdad. David también falló, y en más de una ocasión. Pero lo que lo distinguió de Saúl no fue su perfección, sino su arrepentimiento sincero. Dios no rechaza un corazón quebrantado.
Su gracia sigue llamándote, no para condenarte, sino para restaurarte. Vuelve a Él. Su misericordia es nueva cada mañana, y hoy puedes comenzar de nuevo.
Y si aún no conoces a Jesús, Él es el verdadero Rey, el Hijo de David, el que nunca falló. Su vida perfecta, su muerte en la cruz y su resurrección abrieron el camino para que tú también puedas tener un corazón conforme al de Dios. No se trata de religión, se trata de relación. Jesús te ofrece perdón, propósito y una nueva identidad.
Si deseas conocer a este Dios que te ama y te perdona, ora conmigo esta oración. Y si tú, que te has alejado y has fallado a Dios, deseas volver a Él hoy, también ora conmigo:
“Jesús, te necesito. Reconozco que he pecado contra ti y que solo tú puedes perdonarme. Recibo tu perdón y agradezco que hayas muerto por mí en la cruz. Hoy te acepto como Señor y Salvador de mi vida. Quiero vivir para ti. Amén.”
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- “Es posible parecer el indicado y carecer del poder.” Explica este fenómeno en la vida de Saúl. ¿Sigue siendo cierto en la política hoy en día? Discútelo.
- ¿En qué momento has actuado por miedo en lugar de por fe? ¿Qué reveló eso sobre tu confianza en Dios?
- ¿Por qué los atajos resultan tan tentadores, incluso cuando sabemos que la obediencia es mejor? Da un ejemplo.
- Saúl quiso “guardar las apariencias” después de su fracaso. Comparte una ocasión en la que tú hiciste lo mismo.
- Lee Apocalipsis 22:16. ¿Qué significa que “Todo lo bueno que calificó a David ante Dios tenía su raíz en Jesús”?
- ¿En qué área estás siendo probado actualmente en confianza, obediencia o humildad? ¿Cómo se vería responder con un corazón como el de David?
La formación de David

La formación de David
Conoce la historia de David en la Biblia y cómo pasó de ser un joven pastor a convertirse en el rey de Israel. Una serie de 6 semanas.
Un corazón conforme a Dios
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Puntos de conversación:
- El temor conduce a la desobediencia. Saúl actuó por pánico en lugar de confiar, mostrando que todo pecado comienza como una falta de confianza. 1 Samuel 13:8–14; Romanos 14:23
- La conveniencia busca atajos, pero la obediencia honra los mandamientos de Dios, incluso cuando obedecer cuesta. Saúl eligió la comodidad por encima de la integridad. 1 Samuel 15:9; 15:21–22
- El orgullo valora más la reputación que el arrepentimiento. Saúl confesó, pero incluso su arrepentimiento fue para salvar las apariencias. 1 Samuel 15:30
- Saúl representa el esfuerzo humano—intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas. David representa la gracia—confiar en el poder del Espíritu de Dios. Todo lo bueno que hizo a David apto ante Dios tenía su raíz en Jesús. Apocalipsis 22:16
Comenzamos una serie de seis semanas dedicada a David, uno de los personajes bíblicos más reconocidos de todos los tiempos. Su historia está llena de momentos poderosos, decisiones difíciles y una profunda conexión con Dios que lo convirtió en una figura central en la narrativa bíblica.
Pero antes de hablar de David, hoy empezaremos con el personaje que vino antes que él. El hombre del que podríamos estar hablando… pero no lo estamos. No porque no tuviera potencial, sino porque le faltaban las cualidades que Dios estaba buscando. Ese hombre tuvo la primera gran oportunidad de alcanzar la grandeza. Fue elegido, ungido y puesto en una posición de liderazgo sin precedentes. Pero falló. Su nombre es Saúl.
Saúl fue el primer rey de Israel. Su historia, aunque marcada por el fracaso, nos deja una importante lección de vida: es posible parecer el indicado, pero carecer del poder. Tenía la apariencia, la posición y el reconocimiento, pero no el carácter que Dios buscaba. Su reinado comenzó con promesa, pero terminó con rechazo.
Curiosamente, esta misma verdad se refleja en una historia moderna. En 2010, un joven de 24 años en Alemania fue arrestado por hacerse pasar por piloto de Lufthansa. Vestía el uniforme completo, portaba una tarjeta falsa de identificación y publicaba fotos en redes sociales desde la cabina de mando, aparentando ser parte de la tripulación. Lo más sorprendente es que logró sentarse en la cabina de varios vuelos, saludando al personal como si realmente fuera uno de ellos. Aunque nunca llegó a volar un avión —afortunadamente—, se paseaba por los aeropuertos con total seguridad, como si fuera Tom Cruise en Top Gun. A simple vista, parecía todo un piloto… pero no lo era.
Cuando fue descubierto, declaró que “solo quería sentirse importante”. La prensa lo apodó “el piloto de Instagram”. Así como Saúl, este joven tenía la imagen, pero no la autoridad. Ambos nos recuerdan que la apariencia externa no sustituye la autenticidad, la preparación ni el propósito verdadero.
Muy parecida a esa fue la historia de Saúl. A simple vista, parecía un rey: tenía la presencia, el porte y la apariencia que cualquiera esperaría de un líder. Pero no vivía como tal, y por eso fue descartado.
En 1 Samuel 13:14 leemos: “porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón.” Lamentablemente, lo que Dios buscaba no lo encontró en Saúl. Aunque fue el primero en ocupar el trono de Israel, su carácter no estuvo a la altura de su llamado.
Israel quería un rey “como las demás naciones”, alguien que representara poder, estatura y autoridad. Dios les advirtió que ese deseo traería problemas, pero el pueblo insistió. Saúl parecía el indicado —“era el hombre más apuesto… era tan alto que los demás apenas le llegaban a los hombros” (1 Samuel 9:2, NTV)—. Sin embargo, no tenía el corazón para ello.
Su historia nos recuerda que la verdadera grandeza no se mide por la apariencia, sino por la disposición del corazón ante Dios. Por eso, hoy vamos a comparar el corazón de Saúl con el de David. Veremos qué se necesita para tener un corazón conforme al de Dios.
Saúl falló no solo como rey ante Dios, sino también como persona. Su caída nos revela tres actitudes que pueden alejarnos del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
Así que, sin más preámbulo, entremos de lleno al mensaje de hoy, donde exploraremos tres lecciones que podemos aprender de estas actitudes —actitudes que se convirtieron en el talón de Aquiles de Saúl. La primera lección es:
Un corazón que sigue a Dios pasa del miedo a la confianza.
Si Dios no aparece cuando tú quieres y como tú quieres… ¿esperarás? Quizás has pedido sanidad, pero Dios parece guardar silencio. Tal vez necesitas cerrar una venta importante y sientes la presión de romper las reglas para lograrlo. O puede que hayas orado con insistencia para que tu hijo o tu cónyuge “reaccione”, pero no ves ningún cambio. En esos momentos, es fácil sentirse tentado a controlar la situación, a dar sermones o incluso a manipular.
El miedo puede empujarnos a tomar el asunto en nuestras propias manos, en lugar de esperar en Dios y confiar en su tiempo. Pero esa decisión, aunque comprensible, puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Esa fue precisamente la historia de Saúl en la ciudad de Gilgal. Él y sus tropas se estaban preparando para la batalla, temblando de miedo… esperando la bendición de Dios. Pero en lugar de esperar, Saúl actuó por temor, y esa decisión marcó el comienzo de su caída.
1 Samuel 13:8-9 (NTV) Durante siete días Saúl esperó allí, según las instrucciones de Samuel, pero aun así Samuel no llegaba. Saúl se dio cuenta de que sus tropas habían comenzado a desertar, 9 de modo que ordenó: «¡Tráiganme la ofrenda quemada y las ofrendas de paz!». Y Saúl mismo sacrificó la ofrenda quemada.
Las matemáticas de Saúl eran simples pero peligrosas: soldados desertando + el profeta retrasado + el enemigo acercándose se tradujeron en una fórmula impulsiva —actuar ahora, preguntar después. Ante la presión, el miedo y la incertidumbre, Saúl decidió tomar el control por su cuenta, sin esperar la dirección de Dios, y esa decisión le costó caro.
1 Samuel 13:10-12 (NTV) Precisamente cuando Saúl terminaba de sacrificar la ofrenda quemada, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo, 11 pero Samuel preguntó: —¿Qué has hecho? Saúl le contestó: —Vi que mis hombres me abandonaban, y que tú no llegabas cuando prometiste, y que los filisteos ya están en Micmas, listos para la batalla. 12 Así que dije: “¡Los filisteos están listos para marchar contra nosotros en Gilgal, y yo ni siquiera he pedido ayuda al Señor!”. De manera que me vi obligado a ofrecer yo mismo la ofrenda quemada antes de que tú llegaras.
¿Ves reflejos del corazón de Saúl en estas palabras? “No fue mi culpa. Mis hombres me abandonaban. Tú no llegas. Los filisteos estaban listos para la batalla.” Justificaciones como estas son comunes cuando fallamos. Es raro encontrar a alguien que peque sin tener una “buena razón” para hacerlo. Siempre hay una excusa, una presión, una circunstancia que parece justificar la decisión.
Pero la verdad espiritual fundamental es esta: todo pecado comienza con una falta de confianza. Confiar en Dios implica soltar el control, dejar de depender de lo mejor que yo puedo hacer y entregarme a lo mejor que Dios puede hacer. Saúl no confió, y su necesidad de actuar por miedo lo llevó a perder lo que Dios quería darle.
1 Samuel 13:13-14 (NTV) —¡Qué tontería!—exclamó Samuel—. No obedeciste al mandato que te dio el Señor tu Dios. Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre. 14 Pero ahora tu reino tiene que terminar, porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón. El Señor ya lo ha nombrado para ser líder de su pueblo, porque tú no obedeciste el mandato del Señor.
Saúl no confió en Dios. En lugar de esperar la dirección divina, se dejó llevar por el miedo, la presión y las circunstancias. Su decisión no fue simplemente una acción equivocada, sino una revelación de lo que había en su corazón.
Cuando Samuel lo confronta, le dice: “Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre…” Saúl eligió lo mejor que él podía hacer, en vez de esperar lo mejor que Dios podía hacer. El miedo lo llevó a tomar el control, y esa falta de confianza lo apartó del propósito divino.
Confiar en Dios implica renunciar al control, a la urgencia y a la necesidad de resultados inmediatos. Es decir: “Aunque no vea la solución, sé que Dios tiene una mejor.” Esa es la segunda lección que aprendemos de la historia de Saúl:
Un corazón conforme al de Dios pasa de la conveniencia a la obediencia.
Definamos conveniencia: es “la cualidad de ser algo práctico y conveniente, aunque posiblemente sea inapropiado o inmoral.” En otras palabras, es tomar un atajo cuando el camino largo es el correcto. Es elegir lo fácil por encima de lo correcto.
Por ejemplo, recuerdo aquella vez que iba un poco retrasado para la iglesia de Riverdale. Conduciendo la van a alta velocidad, de repente vi una patrulla. ¿Qué hice? Como muchos, oré: “Señor, cierra los ojos del policía.” ¡Qué oración tan absurda! Como si Dios fuera a cegar al pobre hombre sin razón, solo por mi conveniencia. Lo irónico fue que, cuando me detuvo, lo primero que vio en el tablero fue mi Biblia. ¡Qué vergüenza!
Cuando me preguntó si sabía por qué me había detenido, ¿qué podía decir? Que sí. Pude haber inventado una excusa, pero decidí decir la verdad. Esta vez, elegí la obediencia por encima de mi conveniencia.
Te cuento esta anécdota porque algo similar le pasó a Saúl. En el siguiente episodio de su historia, Dios le dio la victoria sobre la nación de Amalec y su rey Agag, y le ordenó destruirlo todo por completo. Fue otra prueba para su corazón. Ya había fallado en el capítulo 13… ¿fallaría también en el capítulo 15?
1 Samuel 15:9 (NTV) Saúl y sus hombres le perdonaron la vida a Agag y se quedaron con lo mejor de las ovejas y las cabras, del ganado, de los becerros gordos y de los corderos; de hecho, con todo lo que les atrajo. Solo destruyeron lo que no tenía valor o que era de mala calidad.
¡Wow, esto sería un excelente sermón sobre generosidad! Porque, en el fondo, dar no se trata solo de dinero… se trata de confianza. Es preguntarse: ¿Confiaré en que Dios proveerá si suelto lo que tengo? ¿Elegiré obedecer, incluso cuando la conveniencia me diga que retenga? Pero ese mensaje será para otro momento. Por ahora, sigamos leyendo.
1 Samuel 15:19 (NTV) ¿Por qué te apuraste a tomar del botín…?
Esa fue la pregunta que Samuel le hizo a Saúl. Lo que Saúl hizo —guardar lo mejor del botín— era común entre los vencedores de guerra, una práctica habitual en tiempos antiguos. Pero cuando Dios te ha dicho que no lo hagas, esa estrategia se convierte en desobediencia. ¿Y la excusa de Saúl? Como muchas veces ocurre, trató de justificar su acción apelando a la lógica humana, ignorando que la obediencia a Dios siempre está por encima de la conveniencia.
1 Samuel 15:20-21 (NTV) —¡Pero yo sí obedecí al Señor!—insistió Saúl—. ¡Cumplí la misión que él me encargó! Traje al rey Agag, pero destruí a todos los demás. 21 Entonces mis tropas llevaron lo mejor de las ovejas, de las cabras, del ganado y del botín para sacrificarlos al Señor tu Dios en Gilgal.
Espera… eso no fue lo que Dios pidió. Strike dos. Saúl decidió perdonar lo que Dios había ordenado destruir por completo, y luego lo justificó llamándolo adoración (1 Samuel 15:15). Pero Dios lo llamó por lo que realmente era: “lanzarse tras el botín con ansias.” Saúl disfrazó su desobediencia como devoción, pero Dios vio el corazón detrás del acto, y no se dejó engañar por las apariencias.
1 Samuel 15:22-23 (NTV) Pero Samuel respondió: —¿Qué es lo que más le agrada al Señor: tus ofrendas quemadas y sacrificios, o que obedezcas a su voz ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio, y la sumisión es mejor que ofrecer la grasa de carneros. 23 La rebelión es tan pecaminosa como la hechicería, y la terquedad, tan mala como rendir culto a ídolos. Así que, por cuanto has rechazado el mandato del Señor, él te ha rechazado como rey.
Los mandatos de Dios no son reglas arbitrarias; son descripciones de la realidad. No están diseñados para limitarte, sino para protegerte. Cuando los rompes, no solo desobedeces… te rompes a ti mismo.
Sin rendición de cuentas, no hay integridad. Saúl tenía títulos, poder y posición, pero no tenía a nadie que le dijera la verdad. Más adelante veremos cómo David, en contraste, responde con humildad cuando alguien lo confronta con la verdad. La diferencia entre ambos está en el corazón.
Al final, solo puedes ser tan responsable como tú decidas serlo. Dios llama a la obediencia, pero nosotros tendemos a minimizar nuestra terquedad, como si no fuera gran cosa. Y esa actitud puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Ahora veamos la tercera y última lección:
Un corazón conforme al de Dios pasa de cuidar su reputación a buscar arrepentimiento.
¿Por qué es tan difícil admitir el fracaso sin intentar guardar las apariencias? Lo vemos constantemente, por ejemplo, en el mundo de la política. Rara vez un político dice simplemente: “Me equivoqué.” Siempre hay un motivo oculto, una explicación estratégica, una maniobra para proteger la imagen pública.
1 Samuel 15:30 (NTV) Entonces Saúl volvió a implorar: —Sé que he pecado. Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos de mi pueblo y ante Israel al volver conmigo para que adore al Señor tu Dios.
Saúl confesó su pecado, pero en lugar de arrepentirse sinceramente, rogó: «Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos…». Strike tres. Seguía más preocupado por su imagen que por su corazón. Estaba más enfocado en proteger su reputación que en buscar una transformación genuina.
Esta actitud revela la diferencia entre la tristeza según Dios y la tristeza del mundo, como lo explica 2 Corintios 7:10. La tristeza que Dios quiere produce arrepentimiento y lleva a la salvación. En cambio, la tristeza del mundo no transforma, solo destruye. Cuando alguien dice: “Sé que pequé, pero…”, esa frase ya es una mala señal. Ese “pero” indica que aún no hay un corazón quebrantado, sino una estrategia para guardar las apariencias.
Debemos dejar de aparentar perfección. Dios no está buscando personas perfectas, porque sabe que nunca alcanzaremos el estándar perfecto que es Cristo Jesús. Lo que Él desea es que vivamos con un corazón conforme al suyo: un corazón obediente, arrepentido y que confíe plenamente en Él.
Aquí es donde debe ocurrir un cambio de enfoque. Si quieres agradar a Dios, no puedes vivir para impresionar a los demás. Como el director de una orquesta, que debe darle la espalda al público para guiar a los músicos, tú también debes apartar la mirada de las opiniones humanas y afinar tu oído para escuchar la única voz que realmente importa: la voz de Dios, a través de su Palabra, la Biblia.
Entonces, si tener un corazón conforme al de Dios no significa ser perfecto, ¿qué esperanza tenemos cuando fallamos? Para responder, veamos al hombre del momento: David.
1 Samuel 16:1 (NTV) Ahora bien, el Señor le dijo a Samuel: —Ya has hecho suficiente duelo por Saúl. Lo he rechazado como rey de Israel, así que llena tu frasco con aceite de oliva y ve a Belén. Busca a un hombre llamado Isaí que vive allí, porque he elegido a uno de sus hijos para que sea mi rey.
Dios retiró su favor de Saúl y entregó el reino a David. Pero aquí viene lo alucinante y sorprendente: nadie más lo sabía. Saúl siguió reinando como si nada hubiera cambiado, y David continuó cuidando a las ovejas, lejos del palacio y del poder. Sin embargo, en lo invisible, algo profundo había ocurrido.
La pista está, una vez más, en el recipiente usado para la unción. A Saúl se le ungió con un frasco hecho por el hombre (1 Samuel 10), mientras que a David se le ungió con un cuerno, símbolo de fuerza y autoridad, hecho por Dios mismo (1 Samuel 16). Ese detalle marca una diferencia espiritual significativa: lo que es hecho por el hombre puede parecer legítimo, pero lo que es hecho por Dios tiene peso eterno.
Y es en el último capítulo de la Biblia donde todo se conecta. Allí, Jesús es llamado “la raíz y el linaje de David”, no de Saúl. Porque Dios no escoge por apariencia, sino por el corazón.
Apocalipsis 22:16 (NTV) «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel con el fin de darte este mensaje para las iglesias. Yo soy tanto la fuente de David como el heredero de su trono…».
Sabemos que Jesús es el heredero del trono de David, pero ¿cómo puede ser también la fuente? La respuesta está en el origen del cambio: el paso del hombre de ayer, Saúl, al hombre del momento, David, fue obra de Dios. En otras palabras, un corazón conforme al de Dios no nace del esfuerzo humano, sino que proviene de Dios mismo.
La comparación entre Saúl y David nos ofrece una imagen clara de lo que significa intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas, en lugar de recibir su gracia por medio de Jesús. Saúl representa a quien busca cumplir con Dios desde la autosuficiencia, y su historia revela tres actitudes que lo alejaron del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
En contraste, la historia de David —como veremos en las próximas semanas— trata del poder de Dios obrando en el corazón humano, dando a luz confianza, integridad y obediencia. Y aunque David cometió pecados incluso más graves que los de Saúl, su diferencia estuvo en el arrepentimiento. Falló muchas veces… pero siempre volvió a Dios con un corazón quebrantado. Siempre se arrepintió y pidió perdón y misericordia.
El punto de todo esto es claro:
¡Todo lo bueno que hizo a David apto delante de Dios tenía su raíz en Jesús!
Esa es la lección de Apocalipsis 22: la aprendemos literalmente en el último capítulo de la Biblia. Allí se revela que Jesús no solo es el heredero del trono de David, sino también la fuente de todo lo que necesitamos. Por eso, si buscas poder y propósito, míralo a Él. Es Jesús quien transforma el corazón, quien nos da un carácter conforme al de Dios, y quien nos guía hacia una vida de obediencia, esperanza y plenitud.
La misma gracia que ungió a David está disponible hoy para nosotros en Cristo. Si te has alejado o has fallado delante de Dios como Saúl, no tengas miedo. Dios no te rechazará si te arrepientes de verdad. David también falló, y en más de una ocasión. Pero lo que lo distinguió de Saúl no fue su perfección, sino su arrepentimiento sincero. Dios no rechaza un corazón quebrantado.
Su gracia sigue llamándote, no para condenarte, sino para restaurarte. Vuelve a Él. Su misericordia es nueva cada mañana, y hoy puedes comenzar de nuevo.
Y si aún no conoces a Jesús, Él es el verdadero Rey, el Hijo de David, el que nunca falló. Su vida perfecta, su muerte en la cruz y su resurrección abrieron el camino para que tú también puedas tener un corazón conforme al de Dios. No se trata de religión, se trata de relación. Jesús te ofrece perdón, propósito y una nueva identidad.
Si deseas conocer a este Dios que te ama y te perdona, ora conmigo esta oración. Y si tú, que te has alejado y has fallado a Dios, deseas volver a Él hoy, también ora conmigo:
“Jesús, te necesito. Reconozco que he pecado contra ti y que solo tú puedes perdonarme. Recibo tu perdón y agradezco que hayas muerto por mí en la cruz. Hoy te acepto como Señor y Salvador de mi vida. Quiero vivir para ti. Amén.”
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- “Es posible parecer el indicado y carecer del poder.” Explica este fenómeno en la vida de Saúl. ¿Sigue siendo cierto en la política hoy en día? Discútelo.
- ¿En qué momento has actuado por miedo en lugar de por fe? ¿Qué reveló eso sobre tu confianza en Dios?
- ¿Por qué los atajos resultan tan tentadores, incluso cuando sabemos que la obediencia es mejor? Da un ejemplo.
- Saúl quiso “guardar las apariencias” después de su fracaso. Comparte una ocasión en la que tú hiciste lo mismo.
- Lee Apocalipsis 22:16. ¿Qué significa que “Todo lo bueno que calificó a David ante Dios tenía su raíz en Jesús”?
- ¿En qué área estás siendo probado actualmente en confianza, obediencia o humildad? ¿Cómo se vería responder con un corazón como el de David?
El proceso de desarollo de David
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Puntos de conversación:
- El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano. Mateo 25:21
- Las victorias privadas respaldan lo que haces en público. 1 Samuel 17:34–37
- Aprende a caminar con tu propia armadura. 1 Samuel 17:38–40
- Dios prepara tanto al obrero como la obra. 1 Samuel 17:50-51, 1 Samuel 5:1-4, Efesios 2:10
Las promesas de Dios siempre conllevan un proceso. La formación de un hombre o una mujer de Dios comienza mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, mediante la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. A esto le llamamos proceso de desarrollo. Es como una fotografía antigua revelada en el cuarto oscuro, Dios forma a Su pueblo en lugares invisibles. La imagen ya está presente en el negativo, pero si se expone demasiado pronto, se arruina.
Así fue el proceso de desarrollo de David. A partir de ese proceso, aprenderemos cuatro lecciones importantes que nos ayudarán en nuestra propia formación para llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos. En cada lección, compartiré una verdad bíblica y un paso de acción para que esta enseñanza sea lo más práctica posible para cada uno de nosotros.
Y es que la grandeza de David comenzó mucho antes de la batalla contra Goliat — en las rutinas ordinarias de pastorear y servir. Esto nos lleva a la primera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano.
Y en lo aparentemente insignificante. En 1 Samuel 17, se relata a David haciendo mandados para su padre — nada extraordinario ni memorable. Simplemente David, siendo un hijo obediente.
1 Samuel 17:17–20 Un día, Isaí le dijo a David: «Toma esta canasta de grano tostado y estos diez panes, y llévaselos de prisa a tus hermanos. 18 Y dale estos diez pedazos de queso a su capitán. Averigua cómo están tus hermanos y tráeme un informe de cómo les va». Los hermanos de David estaban con Saúl y el ejército israelita en el valle de Ela, peleando contra los filisteos. 20 Así que temprano a la mañana siguiente, David dejó las ovejas al cuidado de otro pastor y salió con los regalos, como Isaí le había indicado. Llegó al campamento justo cuando el ejército de Israel salía al campo de batalla dando gritos de guerra.
Ah, pero el gran momento de David llegó mientras hacía recados para su padre. Su gran momento comenzó con un pequeño acto de obediencia. Su padre le mando: “dale estos diez pedazos de queso” Estas son las tareas ignominiosas que ponen a prueba nuestra verdadera valía.
En este pasaje de la vida de David encontramos una verdad bíblica que no podemos ignorar: Quien no está dispuesto a servir, no está listo para liderar. Si eres demasiado grande para servir, eres demasiado pequeño para liderar.
A continuación quiero compartirte tres principios del Reino de Dios que respaldan esta verdad bíblica. Al cerrar el punto, te daré un paso de acción que puedes tomar hoy para que esta enseñanza sea práctica y transformadora en tu vida.
Primer principio: el reino de Dios crece a través de fidelidad en las pequeñas cosas. Jesús lo expresó claramente en Mateo 25:21: “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades.” Esto nos enseña que la promoción en el Reino no depende de lo visible o lo grande, sino de la constancia en lo cotidiano.
Segundo, mientras el mundo celebra el ascenso, Dios celebra la obediencia. Cada “mandado de queso” —esos actos simples y aparentemente insignificantes de obediencia— forman parte del proceso de formación que Dios utiliza para preparar a sus siervos. Lo que parece pequeño ante los ojos humanos, tiene gran peso en el Reino.
Tercero: Dios honra la fidelidad en lo poco como plataforma para lo mucho. Tal como leímos en Mateo 25:21, “Has sido fiel en lo poco; ahora gobernarás sobre mucho.” Dios no ignora lo pequeño; lo usa como base para lo grande. Por eso, cada paso de obediencia, por más discreto que parezca, tiene un propósito eterno.
Ahora, tu paso de acción para esta semana es identificar una tarea “insignificante”; esas que no tienen reconocimiento ni gloria, esta semana y hazla como un acto de adoración (Colosenses 3:23). Y siempre recuerda: Sé fiel al amar a las personas difíciles, sé amable contigo mismo cuando estés cansado y sírve cuando nadie te esté mirando.
La segunda lección que quiero que aprendas del proceso de desarrollo de David es:
Las victorias privadas respaldan lo que haces en público.
1 Samuel 17:34-37 (NTV) Pero David insistió: —He estado cuidando las ovejas y las cabras de mi padre. Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del rebaño, 35 yo lo persigo con un palo y rescato el cordero de su boca. Si el animal me ataca, lo tomo de la quijada y lo golpeo hasta matarlo. 36 Lo he hecho con leones y con osos, y lo haré también con este filisteo pagano, ¡porque ha desafiado a los ejércitos del Dios viviente! 37 ¡El mismo Señor que me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este filisteo! Así que Saúl por fin accedió: —Está bien, adelante. ¡Y que el Señor esté contigo!
David no se enfrentó a Goliat por casualidad. Su valentía no nació en el campo de batalla, sino en la pradera, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba desafíos que nadie más veía. Como él mismo lo expresa al enumerar las razones que lo capacitan para enfrentar al gigante: “Tu siervo ha matado tanto al león como al oso.”
Esa declaración revela una verdad profunda: la fe se fortalece en las batallas personales. La confianza de David no era arrogancia ni presunción, sino el fruto de una relación íntima con Dios, cultivada en lo secreto. Cada pequeña victoria en lo oculto fue parte del entrenamiento divino que lo preparó para los grandes momentos públicos.
La verdad bíblica es esta: la vida no cambia tanto; simplemente hay más en juego. Es como ese joven que juega fútbol en el parque con sus amigos. Ahí aprende a pasar el balón, a resistir la presión y a mantenerse enfocado. Años después, ese mismo joven está en una final nacional. El campo es más grande, hay miles de personas observando, pero los fundamentos siguen siendo los mismos: pasar, resistir la presión, mantenerse enfocado. Lo que ha cambiado no es la esencia del juego, sino lo que está en juego: un campeonato.
Esta verdad también trae una advertencia seria. Los compromisos privados —aquellos que se hacen en lo secreto, lejos de los reflectores— siempre terminan conduciendo a la vergüenza pública si no se manejan con integridad. Tus “leones y osos” son las tentaciones y los pecados que debes vencer en lo íntimo, en lo cotidiano.
Dios siempre advierte antes de exponerte y sacar tus trapitos al sol. Por eso, presta atención a la advertencia hoy. Como lo enseñan las Escrituras: “El pecado, cuando ha sido concebido, da a luz la muerte” (Santiago 1:15), y “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Tu paso de acción para este punto es identificar tus propios “leones y osos”, es decir, aquellas batallas internas que enfrentas en lo secreto: envidia, lujuria, engaño, orgullo, o cualquier otra lucha que intente robarte tu integridad. No ignores esas áreas; reconócelas con honestidad delante de Dios. Luego, da el siguiente paso: confiesa tus pecados y tráelos a la luz con un creyente de confianza. La Escritura nos enseña que “confesad vuestros pecados unos a otros y orad unos por otros para que seáis sanados” (Santiago 5:16), y que “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1:7).
Tercera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
Aprende a caminar con tu propia armadura.
1 Samuel 17:38-40 (NTV) Después Saúl le dio a David su propia armadura: un casco de bronce y una cota de malla. 39 David se los puso, se ciñó la espada y probó dar unos pasos porque nunca antes se había vestido con algo semejante. —No puedo andar con todo esto—le dijo a Saúl—. No estoy acostumbrado a usarlo. Así que David se lo quitó. 40 Tomó cinco piedras lisas de un arroyo y las metió en su bolsa de pastor. Luego, armado únicamente con su vara de pastor y su honda, comenzó a cruzar el valle para luchar contra el filisteo.
Cuando Saúl le ofreció su armadura, David la probó, pero rápidamente se dio cuenta de que no podía moverse con libertad ni pelear con confianza. No era su forma, no era su historia, no era su proceso. Él había aprendido a confiar en Dios, no en lo exterior ni en lo que parecía más fuerte a los ojos humanos.
Más vale una honda en la mano que una espada que no te queda bien. Saúl intentó que David luchara con una armadura prestada, pero David tuvo que reconocer con qué Dios lo había equipado verdaderamente. Y es que nunca se puede ir a la guerra con armadura ajena. Lo que funciona para otros no necesariamente es lo que Dios ha preparado para ti.
Este momento no es solo un detalle técnico en la historia; es una profunda lección de identidad. David entendió que no podía pelear con lo que no le pertenecía. No necesitaba parecerse a Saúl para ser efectivo. Su confianza no estaba en una armadura prestada, sino en el Dios que lo había entrenado en lo secreto, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba leones y osos con un palo. Esa preparación invisible fue suficiente para enfrentar al gigante visible.
La verdad bíblica que aprendemos de este punto es clara: no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Cuando David probó la armadura de Saúl, rápidamente se dio cuenta de que no era para él. No le pertenecía, no le quedaba bien, y ni siquiera podía moverse con libertad. Por eso dijo: “No puedo pelear con esto.”
Su fuerza no venía de lo que otros usaban, sino de lo que Dios le había dado personalmente. Esta escena nos enseña que la efectividad espiritual no depende de imitar a otros, sino de caminar con lo que Dios ha puesto en ti.
2 Samuel 21:22 (NTV) Estos cuatro filisteos eran descendientes de los gigantes de Gat, pero David y sus guerreros los mataron.
Esto sucedió años después; tal vez David los estaba esperando en el valle de Elah.
Otra verdad bíblica que encontramos aquí es que nosotros no hacemos cosas increíbles; simplemente estamos disponibles. Es Dios quien hace lo extraordinario. Esta frase nos recuerda que lo que Él busca no es perfección ni grandeza humana, sino corazones dispuestos. No se trata de tener habilidades extraordinarias, sino de estar presentes y entregados para que Dios obre lo extraordinario a través de nosotros.
Podemos ilustrarlo con los votos matrimoniales. No son espectaculares por sí solos; son palabras sencillas de compromiso. Pero con el tiempo, ese compromiso constante revela algo profundo: confianza, fidelidad y amor probado. Lo asombroso no ocurre en el momento de la promesa, sino en la constancia de vivirla día tras día.
Así también en nuestra vida espiritual, no se necesita ser increíble, solo estar presente y fiel. Lo asombroso —la transformación, la profundidad, el fruto— lo hace Dios a través del tiempo. Disponibilidad hoy, fidelidad mañana… y Dios se encarga del resto.
El paso de acción que debemos tomar para este punto es hacer una pregunta clave: ¿Qué ha puesto Dios en tus manos? Reconocer lo que ya tienes es el primer paso para caminar con propósito.
Identifica los dones espirituales que Dios te ha dado y sé fiel en las prácticas diarias que fortalecen tu fe. Al igual que David, no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Por eso, es fundamental aprender a caminar en tu llamado hoy, para que estés listo para luchar desde él mañana. Como dice 1 Timoteo 4:14–16, no descuides el don que hay en ti.
Ya casi para terminar, veamos la cuarta y última lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David.
Dios prepara tanto al obrero como la obra.
1 Samuel 17:50-51 (NTV) Así David triunfó sobre el filisteo con solo una honda y una piedra, porque no tenía espada. 51 Después David corrió y sacó de su vaina la espada de Goliat y la usó para matarlo y cortarle la cabeza. Cuando los filisteos vieron que su campeón estaba muerto, se dieron la vuelta y huyeron.
Al cortar la cabeza de Goliat, David replicaba lo que Dios había hecho antes con Dagón
1 Samuel 5:1-4 (NTV) Después de que los filisteos capturaran el arca de Dios, la llevaron del campo de batalla en Ebenezer hasta la ciudad de Asdod. 2 Llevaron el arca de Dios al templo del dios Dagón y la pusieron junto a una estatua de Dagón. 3 Pero cuando los ciudadanos de Asdod fueron a verla a la mañana siguiente, ¡la estatua de Dagón había caído boca abajo delante del arca del Señor! Así que levantaron a Dagón y nuevamente lo colocaron en su lugar. 4 Pero temprano al día siguiente sucedió lo mismo: de nuevo Dagón había caído boca abajo frente al arca del Señor. Esta vez su cabeza y sus manos se habían quebrado y estaban a la entrada; solo el tronco de su cuerpo quedó intacto.
Cuando David cortó la cabeza de Goliat (lo que en la cultura antigua simbolizaba la humillación absoluta y la victoria final), no solo confirmó su victoria, sino que replicó un patrón que Dios ya había establecido: la humillación total de los enemigos que se levantan contra Él. Así como Dios derribó a Dagón —el dios de los filisteos— y dejó su cabeza cortada en el umbral del templo (1 Samuel 5), David hizo lo mismo con Goliat, exponiendo públicamente la impotencia del enemigo.
Esto revela un principio poderoso: Dios prepara tanto al obrero como la obra. David no solo fue formado en lo secreto —con la honda, el rebaño y la fe— sino que también fue llevado a un escenario donde la victoria ya estaba profetizada. La batalla no fue improvisada; fue parte de un diseño divino.
La decapitación de Goliat no fue solo un acto de guerra, fue una declaración espiritual: “Lo que Dios ya hizo en lo invisible, ahora lo manifiesta en lo visible.” Así que cuando Dios te llama, no solo te está preparando a ti —también está preparando el terreno, el momento y el impacto. Tu obediencia activa lo increible que solo Él puede hacer.
La verdad bíblica que aprendemos en este punto es que Dios siempre va un paso por delante. A lo largo de la Escritura vemos cómo Él prepara el escenario antes de que sus siervos entren en acción. El “retiro” de Abraham se convirtió en una guardería de naciones. El exilio de Moisés fue su campo de entrenamiento. El cautiverio de Nehemías sentó las bases para la reconstrucción de Jerusalén. Y la decepción de los discípulos abrió el camino para la resurrección. Nada de esto fue improvisado; Dios ya lo tenía planeado. Solo faltaba que aparecieran los personajes —los obreros que Él mismo levantaría.
Dios no está improvisando tu vida. Él la está escribiendo con intención y propósito. David no solo fue preparado para lanzar la piedra, sino también para tomar la espada del enemigo y completar la obra. Goliat no solo cayó, su derrota fue pública, simbólica y estratégica, al igual que la caída del ídolo Dagón. Cada detalle tenía un propósito mayor. Así es como Dios obra: con precisión, visión y anticipación.
Por eso, el paso de acción que debemos tomar es estar atentos a las “obras preparadas” que Dios coloca cada día en nuestro camino. Pueden ser citas divinas, puertas abiertas o conversaciones oportunas, como nos enseña Pablo en Colosenses 4:3–6. Además, nunca olvidemos nuestro propósito al venir a Cristo:
Efesios 2:10 (NTV) Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás.
Para terminar, recuerda que David no se hizo grande de la noche a la mañana. Se hizo grande a través de años de fidelidad invisible. Dios está creando algo en ti, aunque todavía no puedas verlo. El proceso de cuarto oscuro lleva tiempo, pero la imagen se está formando.
2 Pedro 1:3 (NTV) Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia;
Todo lo que necesitas para vivir en rectitud ya está en ti a través de Cristo. El crecimiento espiritual no se trata de recibir más de Dios, sino de dar más de ti mismo a lo que Él ya ha sembrado en ti. Es como el crecimiento de un niño: el ADN ya está dentro de cada embrión, cada bebé; solo necesita desarrollarse.
La formación de un hombre o una mujer de Dios ocurre mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, a través de la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. Las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de un proceso. Su imagen ya está en ti; ahora permite que Él la enfoque y la defina con claridad
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que Dios forma líderes en temporadas ocultas antes de las públicas? ¿Puedes recordar un momento en que Él te preparó en silencio antes de algo grande?
- ¿Cuáles han sido tus momentos tipo “llevar el queso” — esos pequeños actos de obediencia que te permitieron mostrar tu verdadera esencia?
- ¿Cómo puedes vencer tus “batallas privadas” para estar listo para llamados públicos? ¿Qué pasos prácticos te ayudan a mantenerte responsable?
- ¿Por qué es importante caminar con tu propia armadura en lugar de imitar el llamado de otro?
- ¿Cómo te anima saber que Dios te prepara a ti y a tus circunstancias con anticipación?
- ¿Qué parte del proceso de “formación” te cuesta más en este momento — esperar, confiar o permanecer fiel? ¿Qué verdad de esta enseñanza te ayuda a perseverar?
La trampa de la comparación
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Puntos de conversación:
- La comparación asfixia tu alegría y la reemplaza con celos. 1 Samuel 18:6-9
- Compararse con los demás frena tu crecimiento y perjudica tu salud mental. 1 Samuel 18:10-11, Proverbios 14:30
- La comparación te roba la concentración y te atrapa en un esfuerzo mal dirigido. 1 Samuel 18:12
La comparación es el asesino silencioso de la alegría, el crecimiento y la concentración. Desvía tu mirada del propósito único que Dios tiene para tu vida y te atrapa en la envidia, la inseguridad y el declive espiritual.
La semana pasada vimos que las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de un proceso. La formación de un hombre o una mujer de Dios ocurre mucho antes del momento del reconocimiento. Nosotros no hacemos cosas increíbles; simplemente estamos disponibles. Dios sí hace cosas increíbles. David derrotó al gigante.
En el mensaje de hoy veremos que la victoria de David desata una celebración nacional: “¡Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles!” Pero también veremos que esta celebración provocó que Saúl tomara su lanza. ¿Por qué? Por celos. Para acabar con su competencia.
Aquí vemos un gran contraste: la canción que debería haberlos unido, en cambio, los dividió. La canción representa la celebración. La lanza representa la comparación.
En el ministerio, el liderazgo y la vida, si vas a llevar el peso de la responsabilidad, enfrentarás tanto canciones como lanzas. Personas que te celebran y afirman. Personas que quieren derribarte. Eso es lo que David aprendió en esta historia. Y es lo que aprenderemos nosotros también, pero desde la vida de Saúl. Él era el tipo que sostenía la lanza.
Veremos que la caída de Saúl se aceleró en el momento en que empezó la comparación. Quizás hoy seas tú quien empuña la lanza, y no quien la esquiva. Por lo tanto, hoy te daré tres razones del por qué la comparación es tan tóxica.
Razón #1; La comparación asfixia tu alegría y la reemplaza con celos.
1 Samuel 18:6-9 (NTV) Cuando el ejército de Israel regresaba triunfante después que David mató al filisteo, mujeres de todas las ciudades de Israel salieron para recibir al rey Saúl. Cantaron y danzaron de alegría con panderetas y címbalos. 7 Este era su canto: «Saúl mató a sus miles, ¡y David, a sus diez miles!». 8 Esto hizo que Saúl se enojara mucho. «¿Qué es esto?—dijo—. Le dan crédito a David por diez miles y a mí solamente por miles. ¡Solo falta que lo hagan su rey!». 9 Desde ese momento Saúl miró con recelo a David.
Algo curioso de observar es que Saúl tenía razones de sobra para estar feliz. Te las listo: primero, su nación había sido liberada. Segundo, su ejército había vencido y tercero, su reputación estaba intacta. Pero la alegría muere donde hay comparación. En lugar de celebrar junto a David, Saúl se sintió amenazado por la canción que lo exaltaba más que a él.
La comparación llevó a Saúl a tomar una lanza… y a perder la paz. Hoy vivimos lo mismo, pero en una escala masiva. Vivimos en la era del doom-scrolling: el hábito de pasar horas deslizando contenido negativo, comparativo o angustiante en redes sociales.
El 31% de los adultos en Estados Unidos dicen que lo hacen “mucho” o “algunas veces”. En la Generación Z, ese número sube al 53%, con más de dos horas al día consumiendo contenido fatal —aproximadamente 129 minutos diarios.
Después de una hora o más en redes sociales, los efectos emocionales son evidentes: el 35% se siente preocupado, el 30% se siente deprimido y el 29% se siente enojado. Esto es porque la comparación digital nos lanza dardos invisibles al corazón. Nos quita el gozo. Nos roba la gratitud. Distorsiona nuestra identidad. Y nos deja vacíos.
Incluso los creadores de esta tecnología advierten sobre sus efectos. Sean Parker, el primer presidente de Facebook, se llamó a sí mismo un “objetor de conciencia” frente a las redes sociales y limita su uso en casa. Un ex vicepresidente de crecimiento de usuarios de Facebook confesó: “Hemos creado herramientas que están desgarrando el tejido social de cómo funciona la sociedad.” Y añadió: “Yo no uso estas cosas, y no permito que mis hijos las usen.”
Steve Jobs, fundador de Apple, tampoco permitía que sus hijos usaran iPads, incluso después de su lanzamiento. Era estricto con el tiempo frente a pantallas.
Así como Saúl perdió la alegría por mirar a David, nosotros también perdemos la paz al mirar constantemente lo que otros hacen, tienen o aparentan. La comparación, amplificada por la tecnología, nos roba la celebración.
La canción exaltó a David. La lanza reveló el corazón de Saúl. Hoy, las redes sociales hacen ambas cosas: celebran a unos… y hieren a otros.
¿Cuántas veces has perdido la alegría por centrarte en las bendiciones de otra persona en lugar de en las tuyas?
Veamos ahora una verdad bíblica del Salmo 34:
Salmos 34:10 (NTV) Hasta los leones jóvenes y fuertes a veces pasan hambre, pero a los que confían en el Señor no les faltará ningún bien.
La verdad es que, si no lo tienes ahora, no te conviene ahora. La alegría no se trata de lo que otros tienen; se trata de quién es tu Dios.
Hay una cita que me gusta mucho de G.K. Chesterton: “La alegría es el secreto gigantesco del cristiano.” ¿Por qué? Porque un cristiano que confía completamente en Dios se mantiene alegre aunque no tenga que comer. Las circunstancias no le hacen perder su gozo.
La aplicación de este punto para tu vida es directa: deja de hacer doom-scrolling, deja de desplazarte sin rumbo por redes sociales, y empieza a buscar de Dios. La alegría crece en la gratitud, no en la comparación.
Razón #2; Compararse con los demás frena tu crecimiento y perjudica tu salud mental.
Como decimos en inglés: “Thanks, Captain Obvious” (¡Gracias, capitán obviedad!). Sí, suena evidente que la comparación te estanca y te desgasta, pero lo sorprendente es cuántas personas siguen atrapadas en ese ciclo sin darse cuenta. Veamos ahora lo que le pasaba a Saúl.
1 Samuel 18:10-11 (NTV) Al día siguiente, un espíritu atormentador de parte de Dios abrumó a Saúl, y comenzó a desvariar como un loco en su casa. David tocaba el arpa, tal como lo hacía cada día. Pero Saúl tenía una lanza en la mano, 11 y de repente se la arrojó a David, tratando de clavarlo en la pared, pero David lo esquivó dos veces.
Cuando vives comparándote con los demás, tu crecimiento se detiene. Saúl tenía una oportunidad única: podía haber forjado su legado como un líder sabio, mentor de David y guía para su nación. Pero en lugar de celebrar, se dejó consumir por los celos.
La comparación lo desgastó y lo enfermó mentalmente. Su obsesión lo llevó a la locura, hasta el punto de intentar asesinar al mismo hombre que había traído victoria a Israel. Cierto es lo que dice Proverbios 14.
Proverbios 14:30 (NTV) La paz en el corazón da salud al cuerpo; los celos son como cáncer en los huesos.
Algo parecido vimos con Pedro cuando Jesús lo llamó. La pregunta de Pedro fue: “¿Y qué hay de Juan?” Y Jesús le respondió con firmeza: “¿Y eso qué te importa? Tú sígueme” (Juan 21:21–22). Este intercambio revela una verdad profunda: el juego de mirar al otro es tan antiguo como tóxico. Desde tiempos bíblicos, la comparación ha sido una trampa que desvía el llamado personal.
Según una estadística del Seminario Fuller, el 87% de los creyentes no conocen sus dones. ¿Por qué? Porque pasan más tiempo mirando hacia los lados que mirando hacia adentro. En lugar de enfocarse en lo que Dios ha depositado en ellos, se distraen con lo que otros están haciendo, logrando o mostrando.
Te doy una analogía para explicar esto: el ejercicio y la alimentación. No puedes entrenar lo suficiente para compensar una mala dieta. Puedes pasar horas en el gimnasio, pero si tu alimentación es desordenada y llena de comida chatarra, no verás resultados. Lo mismo ocurre en la vida espiritual: puedes asistir a reuniones, leer libros o escuchar mensajes, pero si tu “dieta interna” está llena de comparación, envidia y descontento, seguirás débil por dentro.
La comparación es como una dieta tóxica para el alma: te debilita, te enferma y te impide crecer. Por eso, el consejo es claro: deja de medir tu progreso al ritmo de otra persona. Y la aplicación de este punto es aún más clara: descubre tus dones, no los de otros. Crece en la gracia, no en la competencia. Alimenta tu alma con la Palabra de Dios, no con las redes sociales.
Razón #3: La comparación te roba la concentración y te atrapa en un esfuerzo mal dirigido.
Eso es lo que hace la comparación: te desvía la mirada de lo que Dios te ha llamado a hacer y la fija en lo que otra persona está haciendo. Pierdes enfoque, pierdes propósito, y terminas siguiendo a otros en lugar de seguir a Cristo. Da la sensación de movimiento, pero no lleva a ninguna parte.
Lo vemos claramente en el caso de Saúl. En lugar de edificar su reino, comenzó a encoger su mundo. Piensa en lo que un rey debería estar haciendo: un rey debería expandir su reino, no reducirlo por miedo y sospecha. Debería fortalecer a su ejército, no atacar a sus propios soldados. Debería inspirar lealtad, no alejar a la gente con ira. Debería formar a la siguiente generación, no intentar destruirla. Debería buscar la dirección de Dios, no actuar guiado por sus emociones.
Pero la comparación desconcentró a Saúl. Lo sacó de su llamado, lo robó de su propósito, y lo llevó por un camino de destrucción.
1 Samuel 18:12 (NTV) Después Saúl tenía miedo de David porque el Señor estaba con David pero se había apartado de él.
Su atención se desvió de la sala del trono a la lanza que tenía en la mano. De liderar Israel, pasó a envidiar a un adolescente. Saúl perdió el propósito. Cuando el corazón se llena de comparación, el liderazgo se convierte en destrucción. Y lo que debía ser un legado, se convierte en una advertencia para nosotros hoy.
Esta historia nos deja un principio por el cual vivir: a lo que fijas tu mirada, hacia eso diriges tu vida. Saúl fijó sus ojos en David y terminó dirigiéndose hacia el miedo. Y es que el enfoque determina la dirección. Si tu atención está en lo que Dios te ha dado, avanzarás en tu llamado. Pero si tu mirada está en otros, te desviarás de tu propósito.
Esto contrasta profundamente con la perspectiva moderna. La comparación te mantiene mirando a los demás y te hace perseguir su versión del éxito: la versión que nuestros padres querían, la versión que nuestra cultura aplaude, la versión que desearíamos ser. ¿Y qué pasa con esta perspectiva? Que nos llena de inseguridades y miedo, causando el famoso síndrome del impostor: sentirte como un fraude, incluso cuando estás logrando cosas, porque tu valor está construido sobre la aprobación de otros en lugar de la afirmación de Dios.
En cambio, la verdad bíblica nos libera. El plan de Dios para ti incluye también la gracia para llevarlo a cabo. Como dice Filipenses 1:6 (NTV): “Y estoy seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva.”
Lastimosamente, los celos de Saúl no eran un caso aislado. Incluso algunos de los seguidores más cercanos de Jesús luchaban contra las comparaciones. ¿Recuerdan a Santiago y Juan en Marcos 10?
Marcos 10:37 (NTV) Ellos contestaron: —Cuando te sientes en tu trono glorioso, nosotros queremos sentarnos en lugares de honor a tu lado, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda..
Querían sentarse en los lugares de honor: uno a la derecha de Jesús y otro a su izquierda. Buscaban estatus, posición e identidad. Jesús los reprendió, porque todavía no entendían de qué se trataba el reino de Dios. Pero años después, Juan —el mismo del que acabamos de hablar— escribió algo que demuestra que finalmente entendió.
1 Juan 3:1 (NTV) Miren con cuánto amor nos ama nuestro Padre que nos llama sus hijos, ¡y eso es lo que somos!…
En algún punto entre aquel joven discípulo ambicioso y el anciano apóstol, Juan dejó de intentar demostrar su valía y comenzó a descansar en lo que él era en Cristo. Pasó de pedir un trono a maravillarse de ser amado por el Padre. Eso es lo que hace el evangelio. Sustituye la inseguridad por la identidad. Te lleva del esfuerzo a la pertenencia. De la competición al descanso.
Tristemente, Saúl nunca hizo ese cambio; dejó que la comparación lo destruyera. Pero Juan nos muestra lo que sucede cuando el amor echa raíces: la confianza reemplaza a los celos, y la paz reemplaza el esfuerzo.
Esta es la buena noticia de la Biblia: no tienes que ganarte tu lugar. Ya lo tienes. No te definen tus logros, sino lo que Jesús ya ha hecho por ti.
Tal vez hoy te identificas con Saúl. Has estado atrapado en el juego de la comparación, mirando hacia los lados en lugar de mirar hacia arriba. Te sientes inseguro, debilitado, como si nunca fueras suficiente, y quizás hasta un poco fuera de sí. Pero tu historia, al contrario de la de Saúl, no tiene que terminar así.
El evangelio te ofrece una salida. Jesús no vino a exigirte más esfuerzo; vino a darte identidad, descanso y pertenencia. Donde antes había celos, ahora puede haber confianza. Donde antes había ansiedad, ahora puede haber paz.
Y si aún no conoces a Jesús, esta es tu invitación: no tienes que ganarte tu lugar. Ya hay uno reservado para ti. No te definen tus logros, tus fracasos ni tus comparaciones. Te define lo que Jesús ya hizo por ti en la cruz.
Hoy puedes dejar de correr detrás de la aprobación de otros y empezar a caminar en la afirmación de Dios. Hoy puedes dejar de competir y comenzar a descansar en el amor que no cambia. Ven a Jesús. Él no te compara. Él te llama. Y te recibe con gracia.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Cuándo has sentido que tu gozo disminuye porque estabas comparando tu vida con la de otra persona?
- ¿Por qué crees que los celos se describen como “cáncer en los huesos” en Proverbios 14:30? ¿Cómo has visto esto manifestarse?
- ¿Dónde sientes la presión de medir tu progreso según el ritmo de otra persona?
- ¿Cómo se ve el “esfuerzo mal dirigido” en tu vida en este momento?
- Lee Juan 21:21–22. ¿Cómo habla la respuesta de Jesús a Pedro sobre tu lucha con la comparación?
- ¿Cómo te ayuda reconocer tu identidad en Cristo (1 Juan 3:1) a liberarte de la comparación?
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Dios está muerto
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Puntos de conversación:
- La idea de que “Dios ha muerto” comenzó con Friedrich Nietzsche, quien observó el declive de la fe en Europa y predijo que seguiría un caos moral. 1 Tesalonicenses 5:21
- El Argumento Cosmológico muestra que todo lo que comienza a existir tiene una causa — y la causa del universo encaja con la descripción de Dios. Salmo 33:6
- El Argumento Teleológico señala hacia un diseño inteligente. La belleza y precisión de la creación revelan a un Creador con propósito. Salmo 19:1
- El Argumento Moral demuestra que la moralidad universal apunta a un Legislador moral. Sin Dios, el bien y el mal pierden su significado. Eclesiastés 3:11Cuando una cultura rechaza a Dios, inevitablemente pierde la verdad, el propósito y la esperanza. Salmo 14:1
- Jesús es la prueba viva de que Dios no está muerto. A través de Su resurrección, venció el pecado y la muerte para siempre. Juan 11:25
Hoy estamos concluyendo nuestra serie “Mentiras creíbles”, en la que hemos desenmascarado ideas que, aunque suenan verdaderas, distorsionan la realidad de quién es Dios y cómo actúa en nuestras vidas. A lo largo de esta serie, hemos confrontado mentiras como: “Dios es un aguafiestas”, “Estoy demasiado lejos del alcance de Dios”, “Dios no me dará más de lo que puedo soportar”, “La fe verdadera significa no tener dudas”, y “Amar significa afirmar”.
Hoy cerramos con una de las más peligrosas: “Dios está muerto.” Esta mentira no es nueva. Cada generación se enfrenta al mismo engaño espiritual, aunque con un envoltorio diferente. La mayoría de la gente no lo dice en voz alta, pero vive como si fuera verdad. Frases como “Dios no importa”, “La fe está obsoleta”, o “La ciencia ha reemplazado a la creencia” reflejan una cultura que ha desplazado a Dios del centro.
Y si lo llevamos al plano más personal, lo escuchamos en expresiones como: “Sigue tu corazón”, “Tú defines tu propio significado”, o incluso en frases como “El fútbol es mi religión”, “La política es mi religión”, “Las montañas son mi religión”. Para algunos, su familia, su perro, o cualquier otra cosa a la que dedican más tiempo que a Dios, se convierte en su verdadero objeto de adoración.
Dios no está muerto. Pero cuando una cultura cree que sí lo está, no solo perdemos la religión… perdemos nuestro camino. Es una suposición que se esconde en mil millones de videos de YouTube. Presta atención, y la verás en todas partes: en canciones, series, conversaciones, ideologías. Pero esta idea falsa no comenzó en nuestros tiempos.
A finales del siglo XIX, un filósofo alemán ateo y muy inteligente llamado Friedrich Nietzsche (se pronuncia “Nicha”) dijo una frase muy famosa: “Dios ha muerto, y nosotros lo hemos matado.” Lo curioso es que cuando Nietzsche era niño, quería ser pastor como su papá. Pero su papá murió cuando él tenía solo cinco años, y poco después también murió su hermano. Eso rompió su fe.
Cuando Nietzsche dijo esa frase tan conocida,no estaba promoviendo el ateísmo ni celebrando que la gente dejara de creer en Dios. Más bien, estaba describiendo lo que veía: un mundo que ya no creía.
Durante los años 1700 y 1800, surgió un movimiento llamado la Ilustración. En ese tiempo, la gente comenzó a confiar más en la razón y la ciencia que en la fe y la Biblia. El pensamiento racional se convirtió en el nuevo estándar, desplazando lentamente la autoridad espiritual.
Más adelante, en 1859, Charles Darwin presentó su teoría de la evolución, una explicación sobre el origen de la vida que no mencionaba a Dios. Esta idea reforzó la creencia de que la ciencia podía responder las grandes preguntas sin necesidad de lo divino.
La Revolución Industrial también transformó el mundo. Las máquinas, las fábricas y los avances tecnológicos hicieron que las personas se sintieran fuertes, autosuficientes y capaces… sin necesidad de Dios. Al mismo tiempo, Europa estaba dividida por muchas religiones diferentes, y para muchos, el cristianismo parecía algo viejo, sin vida ni relevancia. Aunque la gente seguía asistiendo a la iglesia, Nietzsche observaba que ya no creían de verdad.
Por eso escribió: “¿Dónde está Dios? Te lo diré. ¡Lo hemos matado, tú y yo! ¡Todos somos sus asesinos!” Nietzsche no se sentía culpable por esa declaración. De hecho, no le gustaba el cristianismo. Pero sí le preocupaba lo que vendría después. Él advirtió que si la gente dejaba de creer en Dios, el mundo se llenaría de caos moral, tristeza y falta de sentido. (Guarda esa idea, porque la veremos más adelante.)
Nietzsche creía que el resultado sería el nihilismo: una visión en la que no hay verdad, ni propósito, ni significado en la vida. Su propuesta fue que, en lugar de Dios, el ser humano debía crear su propio significado, lo que lo llevó a desarrollar su concepto del “Übermensch” —el superhombre que define su propio valor y propósito.
Este “Superhombre” sería alguien que no sigue las reglas tradicionales, sino que crea sus propios valores y su propio significado. ¿Cómo sería ese Superhombre? Tendría autodominio: controlaría sus miedos, su culpa y no seguiría a la multitud. Poseería poder creativo: inventaría nuevas ideas en lugar de copiar las antiguas. Y viviría con independencia: no se dejaría controlar por la religión ni por lo que la sociedad dice que está bien o mal.
¿Te suena todo esto? Hoy lo llamamos “deconstrucción”. Es una corriente en la que se cuestiona la interpretación bíblica, la autoridad de la iglesia y los absolutos morales. Este último término se refiere a principios éticos que se consideran verdaderos y válidos en todo momento, lugar y situación —como “no mentir” o “no matar”— sin importar las circunstancias.
En esta forma de pensar, se valora más la emoción sobre la verdad, la autenticidad por encima de la obediencia, y la autoexpresión por encima de la sumisión a Dios. Cada uno se convierte en su propio superhombre. El problema con todo esto es que la filosofía llega a conclusiones equivocadas, porque la base es errónea. Esto es lo que dice la Biblia sobre todo esto:
1 Tesalonicenses 5:21 (NTV) …pongan a prueba todo lo que se dice. Retengan lo que es bueno.
Eso es precisamente lo que vamos a hacer hoy.
Como seguidores de Jesús, rechazamos la deconstrucción que busca desmantelar la verdad bíblica. En lugar de eso, respondemos con convicción, gracia y fidelidad a la Palabra de Dios. Porque, aunque la cultura diga lo contrario, la verdad permanece firme: Dios NO está muerto.
A continuación, quiero presentarte tres argumentos apologéticos que podemos usar para defender esta verdad. Ahora bien, la palabra “apologética” puede sonar como si tuviera que ver con pedir disculpas, pero no es así. Proviene del griego apología, que significa “una defensa razonada”. Como cristianos, estamos llamados a estar preparados para explicar y defender la esperanza que tenemos en Cristo.
1 Pedro 3:15 (NTV) …Si alguien les pregunta acerca de la esperanza que tienen como creyentes, estén siempre preparados para dar una explicación;
Aquí está el primer argumento que podemos usar para defender que Dios no está muerto.
El Argumento Cosmológico
El argumento cosmológico es una de las razones más poderosas e intuitivas para creer en la existencia de Dios. Se basa en dos conceptos sencillos y una conclusión lógica: todo lo que comienza a existir tiene una causa, y el universo comenzó a existir; por lo tanto, el universo fue creado por Dios.
Si el universo tuvo un comienzo —como afirman tanto la Biblia como la ciencia moderna— entonces debe tener una causa más allá de sí mismo. Esa causa debe ser inmaterial (no hecho de materia), atemporal (que existe antes del tiempo), lo suficientemente poderoso como para crear el universo. ¡Eso describe perfectamente al Dios de la Biblia!
Salmos 33:6 (NTV) El Señor tan solo habló y los cielos fueron creados. Sopló la palabra, y nacieron todas las estrellas.
La cosmología confirma lo que el libro de Génesis declaró hace miles de años: el universo tuvo un punto de inicio. Incluso la teoría del Big Bang respalda la idea de que el espacio, el tiempo y la materia surgieron simultáneamente. Sin embargo, la ciencia solo puede describir cómo ocurrió, pero no puede explicar por qué. Dios es ese “por qué”; Él es la explicación definitiva de por qué existe algo en lugar de nada.
En esencia, el origen del universo señala hacia una Primera Causa: un Creador eterno, que no tiene una causa externa que lo haya originado ni fue provocado por nada ni por nadie.
Ahora, pasemos al segundo argumento que puedes usar para defender que Dios no está muerto.
El Argumento Teleológico
El argumento teleológico, derivado de la palabra griega telos, que significa “propósito” o “diseño”, sostiene que el orden y la complejidad del universo apuntan a la existencia de un Diseñador inteligente. Se basa en dos ideas fundamentales: el universo muestra orden y propósito, y todo diseño requiere un diseñador; por lo tanto, la conclusión lógica es que el universo fue diseñado por Dios.
Imagina que un día estás caminando por un sendero y ves un iPhone tirado en la tierra. Lo recoges, la pantalla se ilumina, deslizas el dedo y responde. Puedes ver todas las aplicaciones, la cámara, el GPS y cómo todo funciona en conjunto a la perfección.
Ahora imagina que alguien se acerca y dice: “¿Ah, eso? Fue por casualidad. A lo largo de millones de años, el polvo y el metal se unieron aleatoriamente hasta que… ¡boom! Se convirtió en un teléfono inteligente”. Te reirías, ¿verdad?
Miremos donde miremos —desde las constantes precisas de la física hasta la intrincada codificación del ADN— vemos evidencia de un diseño intencional. La probabilidad de que estas cosas ocurran por pura casualidad es astronómicamente pequeña.
Te doy un ejemplo: la posición, la atmósfera y las condiciones de la Tierra son perfectamente adecuadas para la vida. Nuestro planeta se encuentra en lo que los astrónomos llaman la “zona Ricitos de Oro”: ni demasiado caliente ni demasiado fría, sino justo la temperatura adecuada para que exista agua líquida. Si acercamos la Tierra un poco más al Sol, los océanos se evaporarían; si la alejamos, se congelarían por completo.
Además, la Tierra está inclinada solo 23,5 grados, lo que nos da las estaciones, temperaturas estables y el equilibrio entre el día y la noche. Si esa inclinación fuera incluso ligeramente diferente, los patrones climáticos serían caóticos y gran parte del planeta sería inhabitable.
Podríamos seguir con miles de ejemplos como este, pero solo te daré uno más: los fractales. Los fractales son patrones geométricos que se repiten infinitamente en diferentes escalas. Los vemos en la naturaleza: en los helechos, las ramas de los árboles, los copos de nieve, las costas, e incluso en nuestros pulmones y vasos sanguíneos.
Esta repetición no es accidental. Es ordenada, precisa y matemática. ¿Cómo puede algo tan complejo surgir por accidente? Los fractales reflejan una inteligencia detrás del diseño, una mente que no solo crea, sino que se deleita en la belleza y el orden tal como lo dice el Salmo 19.
Salmos 19:1 (NTV) Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento despliega la destreza de sus manos.
El caos accidental nunca produce orden. Un cuadro necesita un pintor; un edificio necesita un constructor; y un diseño requiere un diseñador. Estas verdades simples nos llevan a una conclusión poderosa: la belleza, la estructura y la precisión del universo apuntan a un Creador cuya mente supera la imaginación humana.
Ahora veamos el tercero y último argumento.
El Argumento Moral
El argumento moral sostiene que nuestro sentido universal del bien y del mal apunta a la existencia de un Dios moral. Todo ser humano, sin importar su cultura o contexto, posee una brújula moral interna que distingue entre lo correcto y lo incorrecto. Por conciencia moral, sabemos que el amor y la honestidad son buenos, mientras que el asesinato y la crueldad son malos.
Este argumento moral se basa en dos conceptos sencillos. Primero, todo ser humano reconoce la existencia del bien y del mal. Segundo, toda ley moral requiere un Dador de la Ley Moral. Por tanto, la conclusión lógica es que la moral fue establecida por Dios.
Si la moralidad fuera solo un producto de la evolución o de las preferencias sociales, entonces lo correcto y lo incorrecto variarían de persona a persona o de cultura a cultura. Sin embargo, sabemos por instinto que hay acciones que siempre están mal, como la crueldad o la injusticia, sin importar el contexto. Esta conciencia universal sugiere la existencia de un estándar moral que trasciende a la humanidad, un estándar absoluto y objetivo arraigado en el carácter mismo de Dios. Esto es porque Dios mismo lo sembró en nuestro corazón.
Eclesiastés 3:11 (NTV) …Él sembró la eternidad en el corazón humano…
La sociedad moderna todavía desea valores morales como la justicia, la compasión y el amor, pero a menudo intenta aferrarse a ellos mientras rechaza al Dios que les da sentido. Esta contradicción ha sido evidente a lo largo de la historia, y filósofos como Nietzsche lo reconocieron: cuando eliminamos a Dios como fundamento moral, la estructura del significado se derrumba.
Sin Dios, no hay razón objetiva para que una visión moral sea mejor que otra. Nietzsche entendía que, sin una fuente trascendente, no existe una base sólida para la verdad, la moralidad o el propósito. Por eso propuso una alternativa al Dador de la Ley Moral: el “Übermensch” o “Superhombre”, una figura que representaría a la humanidad elevándose para convertirse en su propia fuente de significado.
La pregunta del millón es: ¿funcionó la idea de que el ser humano puede convertirse en su propio fundamento moral? La respuesta clara e indiscutible es no. La historia misma nos proporciona la prueba. La filosofía sin Dios, centrada únicamente en el hombre, conduce al caos y la desesperación.
La vida del propio Nietzsche se convirtió en un reflejo de la desesperanza que brotó de su pensamiento. Abandonó su trabajo, se aisló y pasó sus últimos años escribiendo obras que apenas fueron leídas en vida. Con el tiempo, su salud mental se deterioró gravemente, y terminó sumido en la locura, devastado por el delirio y la enfermedad. Su mente, antes entregada a la idea de la “voluntad de poder”, ya no podía sostenerse en la realidad.
Nietzsche escribió una frase célebre: “Si miras durante mucho tiempo al abismo, el abismo también te mira a ti.” Trágicamente, él mismo se convirtió en la evidencia viva de esa afirmación. Y es que, cuando el ser humano intenta ocupar el lugar de Dios y convertirse en su propio estándar moral, el resultado no es libertad, sino un profundo vacío.
Después de la muerte de Nietzsche, su hermana —una nacionalista alemana y una de las primeras partidarias de Adolf Hitler— tomó el control de sus escritos. Los nazis adoptaron la idea del “Übermensch” (superhombre) y la distorsionaron para justificar su visión de una “raza superior”. Esta interpretación contribuyó directamente a la ideología de la superioridad racial, que desembocó en genocidio, guerra y la muerte de millones de personas.
La famosa declaración de Nietzsche, “Dios ha muerto”, no se quedó en los libros de filosofía. Tuvo un impacto real en la historia y sigue influyendo en el pensamiento moderno. Hoy, corrientes como el posmodernismo y la deconstrucción afirman que no existe una verdad absoluta, solo perspectivas. Sostienen que la moralidad es una construcción social, no un estándar divino, y que el significado de la vida no se recibe, sino que se crea individualmente.
Ante esta visión fragmentada que se ha arraigado desde Nietzsche hasta nuestros días, el propósito de este mensaje no es simplemente refutar esa mentira obscena de que Dios está muerto. Es para que te levantes y defiendas la verdad con convicció n: Dios no está muerto. Porque cuando una cultura cree que lo está, no solo pierde la religión… pierde su rumbo, su identidad y su alma.
Si aún no estás convencido, pregúntale a los supervivientes del Holocausto, a las víctimas del nazismo de Hitler o a tus propios vecinos que viven sin esperanza ni propósito. La historia y la experiencia humana nos enseñan que negar a Dios no nos eleva, nos destruye. La Biblia lo expresa con claridad en el Salmo 14.
Salmos 14:1 (NTV) Solo los necios dicen en su corazón: «No hay Dios» …
Dios NO está muerto. Y la Biblia nos revela al verdadero “Übermensch”, no como un ideal humano arrogante, sino como una persona real. Su nombre es Jesús. Vivió una vida perfecta, sin pecado. Nos mostró el camino hacia Dios con humildad, verdad y amor. Venció el pecado por nosotros, cargando con nuestra culpa en la cruz. Y murió… pero no se quedó allí. Resucitó para darnos libertad, propósito y vida eterna, como Él mismo lo dijo:
Juan 11:25 (NTV) Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto.
Hoy, esa vida está disponible para ti. No importa tu pasado, tus dudas o tus heridas. Jesús no vino a condenarte, sino a salvarte. Él te ofrece perdón, paz y una nueva vida —pero debes responder. Cree en Él y entrégale tu corazón. Reconoce que lo necesitas, y dile:
“Jesús, creo en ti. Te recibo como mi Salvador. Perdona mis pecados y transforma mi vida.”
No salgas de aquí sin haber respondido a esa verdad: Dios no está muerto… y quiere vivir en ti.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que tantas personas hoy viven como si Dios no importara, incluso si no se consideran ateas?
- ¿Cuál de los tres argumentos — cosmológico, teleológico o moral — te parece más convincente? ¿Por qué?
- ¿Cómo has visto los efectos de una mentalidad de “Dios ha muerto” en nuestra cultura o entre personas que conoces?
- ¿Qué crees que Nietzsche entendió bien sobre la naturaleza humana — y en qué se equivocó?
- ¿Cómo responde la resurrección de Jesús a la afirmación de que “Dios ha muerto”?
- ¿Qué pasos puedes tomar esta semana para vivir como si Dios realmente estuviera vivo — no solo en tus creencias, sino en tus prioridades y acciones diarias?
Amar significa afirmar
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Puntos de conversación:
- El amor de Dios por Israel fue fiel, pero no complaciente. Juan 4:8, Jeremías 31:3-4
- El amor de Dios por nosotros fue sacrificial, no sentimental. Romanos 5:8, Juan 15:3
- Nuestro amor hacia los demás debe ser humilde pero con firmeza. Gálatas 6:1
Hoy estamos desenmascarando la mentira creíble de que “amar significa afirmar”. La cultura actual tiende a confundir el amor con la afirmación. En este contexto, la palabra afirmar se entiende como complacer, es decir, validar y aceptar sin cuestionar. Muchas personas creen que, porque Dios nos ama, nos acepta tal como somos.
En parte, eso es cierto: Dios nos recibe tal como somos y desea que nos acerquemos a Él. Sin embargo, lo que a menudo se omite es que, aunque Dios nos acepta en nuestro estado actual, una vez que lo conocemos, estamos llamados a apartarnos del pecado y vivir una vida que lo honre. Debe haber una transformación como resultado de ese encuentro con Él. Muchos se quedan con una verdad a medias y promueven un amor sin corrección.
Uno pensaría que nunca han leído el siguiente pasaje:
Juan 8:1-5 (NTV) Jesús regresó al monte de los Olivos, 2 pero muy temprano a la mañana siguiente, estaba de vuelta en el templo. Pronto se juntó una multitud, y él se sentó a enseñarles. 3 Mientras hablaba, los maestros de la ley religiosa y los fariseos le llevaron a una mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio; la pusieron en medio de la multitud. 4 «Maestro—le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. 5 La ley de Moisés manda apedrearla; ¿tú qué dices?».
Remontémonos a ese momento. Imaginemos la escena: la multitud guarda silencio, la mujer se siente humillada, los fariseos se muestran satisfechos. Todos quieren saber cómo responderá Jesús. ¿La condenará? ¿O la afirmará dándole la razón? Vivimos en un mundo que cree que esas son las únicas dos opciones. Pero Jesús nos muestra un tercer camino: un camino de verdad y de gracia, un camino que rechaza tanto la crueldad como el ceder en sus principios.
De eso vamos a hablar hoy: de la mentira creíble de que amar a alguien significa afirmar todo sobre esa persona. Esta es una falsedad que actualmente cuenta con muchos defensores que la difunden. Se ha infiltrado en todos los ámbitos de la sociedad. Se ha infiltrado en la iglesia (banderas arcoíris). También, se ha infiltrado en nuestro culto a Dios.
Algunos ejemplos de esto son canciones como “Eres Todo Para Mí” de Alex Campos. Esta canción se centra en el amor incondicional de Dios y en cómo Él nos acepta tal como somos. Aunque es profundamente emotiva y verdadera en muchos aspectos, no enfatiza el llamado a la transformación o a la santificación. Letra destacada: “No importa lo que fui, me amas como soy.”
Me encanta Alex Campos. Me gustan muchas de sus canciones. No les digo que dejen de escucharlo, pero debemos ejercer discernimiento al consumir música de alabanza moderna. Esa afirmación simplemente no es del todo cierta. También hay justicia, santidad y rectitud en el corazón de Dios. Siempre hay amor en el corazón de Dios, pero no solo hay amor en el corazón de Dios.
Otro ejemplo es la canción “Tal Como Soy” de Jesús Adrián Romero. Es una canción muy popular que transmite el mensaje de que Dios nos recibe sin condiciones. Aunque el amor de Dios ciertamente es así, la canción no menciona el proceso de cambio que sigue a esa aceptación. Letra destacada: “Tal como soy, me amas. Tal como soy, me aceptas.”
¿Estás bromeando? Él quiere transformarte sin reservas. Quiere hacerte más como Jesús. De hecho, ha prometido terminar la buena obra que comenzó en ti. Eso se llama santificación, y es una parte crucial de nuestro caminar con Jesús. Hay tantas cosas que quiero que Dios cambie en mí. Quiero que me ayude a ser más paciente. Quiero ser menos crítico. Quiero seguir creciendo en generosidad y humildad. En serio, estoy desesperado por que Dios siga cambiándome. Dios ama con perfección. Él es el modelo supremo del amor. En 1 Juan se nos dice que Dios es amor.
1 Juan 4:8 (NTV) …el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
Si queremos entender qué es el amor, debemos mirar a Dios. ¿Cómo ama Dios? Nuestra visión del amor está distorsionada por el pecado, por eso necesitamos acudir al autor del amor —el Dios que es amor— para comprender cómo Él ama.
Exploraremos cómo Dios amó a Israel en el Antiguo Testamento. Esto no significa que haya dejado de amarlos, sino que usaremos ese contexto para encontrar referencias bíblicas claras. También veremos cómo Dios nos ama como seguidores de Jesús. Finalmente, concluiremos reflexionando sobre cómo Dios nos ha llamado a amar a quienes nos rodean.
Sin más preámbulo, para comenzar, veamos cómo se manifestó el amor de Dios hacia Israel en el Antiguo Testamento. Este amor nos ofrece una base sólida para entender su carácter: un amor constante, pero también exigente. Y es que…
El amor de Dios por Israel fue fiel, pero no complaciente.
En otras palabras, el amor de Dios fue constante, pero no aprobaba todo. Los amaba, pero eso no significa que aceptara sin reprensión todo lo que hicieran. En el Salmo 136, el salmista declara 27 veces que el amor fiel de Dios perdura para siempre. Incluso en medio del pecado y la desobediencia de Israel, Dios los amó profundamente, pero no afirmó ni aprobó su comportamiento pecaminoso. Los disciplinó precisamente porque los amaba.
Jeremías 31:3-4 (NTV) Hace tiempo el Señor le dijo a Israel: «Yo te he amado, pueblo mío, con un amor eterno. Con amor inagotable te acerqué a mí. 4 Yo te reedificaré, mi virgen Israel. Volverás a ser feliz y con alegría danzarás con las panderetas.
El amor que Dios expresó hacia Israel no era exclusivo para ellos; es el mismo amor que Él tiene por cada creyente. Para entender mejor este amor, consideremos el contexto del pasaje de Jeremías: gran parte del mensaje de este profeta al pueblo de Israel fue de advertencia y condenación por su desobediencia e idolatría. Los capítulos 30 al 33 de Jeremías fueron escritos justo antes de la caída final de Jerusalén a manos de los babilonios. Israel iba a ser exiliado como consecuencia de su rebelión.
Sin embargo, esto no anuló el amor de Dios por su pueblo. Aun en medio de la disciplina, Dios les recuerda que los sigue amando. Este es un poderoso recordatorio para nosotros, especialmente como padres: debemos reforzar nuestro amor por nuestros hijos incluso en tiempos de corrección. Amar no significa evitar la disciplina.
Al contrario, Proverbios 3:11-12 nos exhorta a no rechazar la disciplina del Señor ni enojarnos cuando Él nos corrige: “Porque el Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido.” La disciplina, entonces, no es contraria al amor; es una prueba de él. Dios no nos corrige porque nos rechaza, sino porque nos ama demasiado como para dejarnos igual.
Ese amor no es superficial ni volátil. No se basa en emociones pasajeras, sino en una entrega profunda que lo llevó a dar a su Hijo por nosotros. Es un amor que actúa, que transforma, que corrige y que salva.
El amor de Dios por nosotros fue sacrificial, no sentimental.
Romanos 5:8 (NTV) pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Dios no esperó a que lo amáramos para actuar. Nos amó cuando aún éramos pecadores, y demostró ese amor con acciones concretas. Dios nos ama tal como somos, pero nos ama demasiado como para dejarnos donde estamos. Su amor nos encuentra justo en el lugar en que nos encontramos. No espera que nos limpiemos para amarnos, pero tampoco nos deja en nuestra condición desdichada.
Un ejemplo poderoso de este amor es la historia de Jesús sanando al leproso. Jesús lo tocó antes de sanarlo, cuando aún estaba impuro. Esto confirma que, sí, Dios nos ama tal como somos. Pero también lo sanó. Lo transformó. No lo dejó en el mismo estado en que se encontraba cuando acudió a Él.
Juan 15:13 (NTV) No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos.
Esta es una prueba contundente del amor de Jesús. No cabe duda de que Él nos ama. Dio su vida por nosotros y nos ofreció el mayor ejemplo de amor que alguien puede dar. Pero ¿afirmó nuestras acciones? Observa cuántas veces en las Escrituras Jesús reprendió a sus discípulos y los confrontó por su pecado. Aquí tienes algunos ejemplos:
- Lucas 9:54-55: Santiago y Juan quieren hacer descender fuego sobre una aldea de Samaria. Jesús se volvió y los reprendió.
- Lucas 22:24-25: Los discípulos discuten sobre quién será el mayor. Jesús los corrige y les enseña que no liderarán como los gentiles, sino que serán los mejores siervos.
- Marcos 8:31-33: Jesús les anuncia que será entregado a los líderes religiosos, asesinado y resucitará al tercer día. Pedro lo confronta por decir esto, y Jesús lo reprende con firmeza: “¡Aléjate de mí, Satanás!”. Inmediatamente después, se dirige a la multitud y les dice que, si quieren seguirlo, deben abandonar su propia manera de vivir. Necesitan entregar su vida, o la perderán.
Este definitivamente no es un lenguaje de afirmación sin condiciones.
Sin embargo, esto no nos da licencia para juzgar ni para ser déspotas con los demás. Tampoco debemos irnos al otro extremo, como hacen algunos. Como mencioné la semana pasada, hay quienes se aferran únicamente a la segunda parte del versículo que dice: “Dios es amor, pero también es fuego consumidor”. No debe ser así.
Nuestro amor hacia los demás debe ser humilde pero con firmeza.
Gálatas 6:1 (NTV) Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación.
El versículo no nos está diciendo que aceptemos el pecado en la vida de un creyente. Nos llama, más bien, a ayudar con ternura y humildad a esa persona a volver al camino correcto. Y eso no es fácil. Se requiere valor y firmeza para demostrar este tipo de amor. A menudo, lo más sencillo es ignorarlo.
El pastor John tuvo que ejercer este amor con alguien que se había mudado recientemente a Colorado. La contactó para saber cómo estaba, ya que antes de su mudanza la había conectado con una mentora. Ella le respondió que estaba más feliz que nunca, que se quedaría en Colorado y que se estaba divorciando de su esposo.
Él cuenta que dudó durante tres días si debía responder. ¿Lo escucharía? ¿Se molestaría? Pensó: “Ya ni siquiera forma parte de mi congregación. ¿Debería involucrarme en esto?” Pero Dios lo confrontó y le hizo ver que, en el fondo, la verdadera pregunta era si la amaría a ella o se amaría a sí mismo —su paz, su reputación. Así que decidió hablar con ella y señalarle su error: que esa no era la voluntad de Dios, porque Dios está en contra del divorcio.
Pero no solo estamos llamados a alcanzar a otros creyentes.
Piensa en la historia de Jonás que vimos hace dos semanas. Dios lo llamó a predicar el arrepentimiento en Nínive. Jonás se mostró reacio, no por miedo ni por pensar que no responderían, sino porque no los amaba. No quería que Dios tuviera misericordia de ellos. Y cuando Dios los perdonó, se enojó.
Ahora quiero que dirijamos nuestra atención a la Gran Comisión que Jesús nos dio antes de ascender al cielo:
Mateo 28:18-20 (NTV) Jesús se acercó y dijo a sus discípulos: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 20 Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos».
La Gran Comisión, dirigida a todos los creyentes, nos ordena enseñar a quienes vienen a Jesús a obedecer todos los mandamientos que Él nos ha dado. En ningún momento se nos instruye a afirmar o validar comportamientos pecaminosos.
Cuando confesamos que Jesús es el Señor (Romanos 10:9), estamos reconociendo su autoridad sobre nuestras vidas. Nos rendimos a Él. Y eso implica transformación. No se trata solo de una declaración verbal, sino de una entrega que produce un cambio real y continuo en nuestra manera de vivir.
Para concluir, volvamos al capítulo 8 del evangelio de Juan. Los fariseos exigen un veredicto. ¿Afirmará Jesús el pecado de la mujer? ¿La condenará públicamente? En medio de la tensión, Jesús se arrodilla, escribe en el polvo y pronuncia unas palabras que desarman a todos:
Juan 8:7 (NTV) Como ellos seguían exigiéndole una respuesta, él se incorporó nuevamente y les dijo: «¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!»
Juan 8:9 (NTV) Al oír eso, los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad, hasta que quedaron solo Jesús y la mujer en medio de la multitud.
Juan 8:10-11 (NTV) Entonces Jesús se incorporó de nuevo y le dijo a la mujer: —¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ni uno de ellos te condenó? 11 —Ni uno, Señor—dijo ella. —Yo tampoco —le dijo Jesús—. Vete y no peques más.
Esta es la tercera opción: el camino de Jesús. Él no dice: “Yo te afirmo”. Él dice: “Te perdono. Ahora ve y cambia.” Misericordia y transformación, lado a lado. Eso es amor verdadero.
Nuestro mundo dice: “Si me amas, afírmame. Acéptame tal como soy.” Jesús dice: “Si te amo, te liberaré.” Su amor no ignora el pecado; lo vence. No celebra el quebrantamiento; lo sana. No nos dice que estamos bien tal como somos; nos transforma en nuevas criaturas. Es un amor que dice la verdad con humildad, valentía y firmeza.
Así que te dejo con esta pregunta: ¿Amas a las personas lo suficiente como para decirles la verdad?
El amor auténtico no se conforma con el silencio cómodo ni con la aprobación superficial. Amar de verdad implica estar dispuesto a incomodar, a hablar con gracia pero con firmeza cuando alguien se aleja de lo que es bueno, justo y verdadero. No se trata de juzgar, sino de cuidar. Porque el amor que no advierte, que no corrige, que no guía, no es amor: es indiferencia disfrazada.
Y esto no se limita al debate sobre la sexualidad o el transgénero —aunque ciertamente lo incluye—. También abarca cualquier área en la que la cultura nos presiona a callar la verdad en nombre de la aceptación. Ya sea en temas de identidad, ética, relaciones o decisiones personales, el amor verdadero no abandona la verdad para mantener una paz superficial. Al contrario, busca la paz que nace de la verdad de Dios.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que nuestra cultura equipara el amor con la afirmación? ¿Cómo ha afectado eso a las relaciones o a las iglesias hoy en día?
- ¿Cómo desafía la forma en que Dios amó a Israel en el Antiguo Testamento nuestra comprensión moderna del amor?
- ¿Cuáles son algunas maneras en que Jesús mostró amor sin afirmar el pecado durante Su ministerio?
- ¿Cómo puedes amar a alguien en tu vida que está tomando decisiones destructivas sin comprometer la verdad ni volverte duro?
- ¿Alguna vez has experimentado que alguien te ame lo suficiente como para decirte una verdad difícil? ¿Cómo te cambió eso?
- ¿De qué maneras puedes reflejar el “tercer camino” de Jesús —verdad y gracia— en tus propias relaciones esta semana?
La verdadera fe significa no tener dudas
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Puntos de conversación:
- Nuestra doctrina puede estar “en construcción” sin poner en riesgo nuestra salvación. Hechos 2:36–39
- La duda a menudo surge cuando nuestra imagen de Jesús no coincide con la realidad. Mateo 3:12
- Juan enfrentó sus dudas más profundas en prisión—un recordatorio de que las temporadas difíciles ponen a prueba la fe. Mateo 11:2–3
- Jesús no rechaza ni avergüenza por las preguntas sinceras; al contrario, nos guía de nuevo hacia la verdad y la evidencia.. Mateo 11:4–6
A muchos nos han dicho que si realmente confiamos en Dios, nunca tendremos preguntas ni dudas. Pero eso simplemente no es verdad. Incluso algunos de los más grandes héroes de la fe lucharon con las dudas. Uno de ellos fue Juan el Bautista. Y es que la verdadera fe no significa no tener dudas. Significa elegir confiar en Jesús incluso cuando tenemos muchas preguntas.
¿Alguna vez has mirado a otro cristiano y pensado: “¡Vaya, lo tiene todo bajo control! Su fe es tan fuerte. Nunca parece pasar por momentos difíciles como yo”?
Luego te comparas y tus propias dudas te hacen preguntarte si siquiera perteneces a la familia cristiana o si tu fe es lo suficiente fuerte. Pero aquí está la verdad: eso es una mentira. Una mentira creíble, sí, pero mentira al fin y al cabo. Porque incluso el hombre de fe más fuerte y valiente, Juan el Bautista, luchó con la duda.
Piensa en esto: El predicador apasionado en el desierto. El hombre que bautizó a Jesús. El que declaró: “¡Miren! ¡El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” Aun él tuvo momentos en los que no estaba tan seguro. Así que si alguna vez has sentido que tus dudas te descalifican, no estás solo.
Hoy vamos a ver por qué la duda no destruye la fe, y cómo responde Jesús cuando le presentamos nuestras dudas. Bienvenidos a la semana 4 de nuestra serie Mentiras Creíbles. Lo que vamos a desmentir hoy es la mentira creíble: La fe verdadera significa no tener dudas. Vayamos al texto:
Mateo 3:7-8 (NTV) 7 Cuando Juan vio que muchos fariseos y saduceos venían a mirarlo bautizar, los enfrentó. «¡Camada de víboras!—exclamó—. ¿Quién les advirtió que huyeran de la ira que se acerca? 8 Demuestren con su forma de vivir que se han arrepentido de sus pecados y han vuelto a Dios.
¡Juan era INTENSO! Quizás conozcas a cristianos así; intensos en su amor por Jesús. A veces, quizás se pasan un poco. Cuando recién me convertí, quería que todos aceptaran a Jesús y si no lo hacían los mandaba al infierno sin misericordia. Me excusaba diciendo: “es que el celo santo me consume.”
Estos son los cristianos que parecen marcar el estándar de un cristiano verdadero. Los que dan la impresión de tener una fe madura y sólida. Ciertamente estas personas no tienen dudas. Nos hace cuestionar nuestra propia fe comparándola con la de ellos. Y todos, alguna vez o muchas, en nuestro caminar lo hacemos.
A mí me pasaba, por ejemplo, cuando empecé a asistir a reuniones pastorales. Escuchaba a grandes pastores con títulos universitarios, como el pastor Bryan, que tiene una mente brillante, es muy articulado y posee una fe tan grande que pasó de liderar un grupo de 50 personas en un garaje a dirigir una iglesia con ocho campus. ¡A veces todavía los escucho y me pregunto si estoy en su nivel de fe!
En los días de Jesús, ese supercristiano era Juan el Bautista. Este personaje estaba realmente apasionado en Jesús y comprometido con la visión del reino de Dios. Veamos.
Mateo 3:11 (NTV) 11 »Yo bautizo con agua a los que se arrepienten de sus pecados y vuelven a Dios, pero pronto viene alguien que es superior a mí, tan superior que ni siquiera soy digno de ser su esclavo y llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Tenía toda la razón: ¡Jesús es más grande! Su bautismo el mejor. Juan el Bautista parece tenerlo todo bajo control. Parece saber más sobre Jesús que nadie. Parece ese “súper cristiano” que te hace dudar de tu propia fe. Pero cuando se encuentra con Jesús le hace su primera pregunta:
Mateo 3:13-14 (NTV) 13 Luego Jesús fue de Galilea al río Jordán para que Juan lo bautizara, 14 pero Juan intentó convencerlo de que no lo hiciera. —Yo soy el que necesita que tú me bautices—dijo Juan—, entonces, ¿por qué vienes tú a mí?
No voy a entrar en detalles sobre esto, pero básicamente: Jesús tuvo que “cumplir toda justicia”. Jesús tuvo que identificarse con los pecadores antes de poder salvarlos. Lo que deducimos con esta pregunta de Juan a Jesús es que aun Juan el Bautista tenía aspectos de su doctrina que aún no comprendía del todo. Puede que te sientas así hoy, y eso podría hacerte sentir “menos” cristiano. Pero no es verdad.
La verdad es que nuestra doctrina puede estar en construcción sin amenazar tu salvación.
De hecho, siempre estará en construcción (como nuestras carreteras). Pero, ¿qué quiero decir con que “nuestra doctrina puede estar en construcción sin amenazar tu salvación”? Significa que no necesitamos entenderlo todo perfectamente para ser salvos; nuestra fe puede crecer mientras seguimos aprendiendo.
Para explicarlo mejor, hagamos un breve repaso del libro de los Hechos. El mensaje básico del cristianismo primitivo era este: todos somos pecadores. Jesús jamás lo fue; Él es, en realidad, Dios. Jesús murió y resucitó. Si te arrepientes y crees en Él, serás salvo. Jesús regresará algún día. Toda otra doctrina puede estar en proceso. No es necesario tenerlo todo resuelto y bien entendido antes de que Dios te llame suyo.
Así que tal vez Juan el Bautista no era tan perfecto como pensábamos después de todo. Pero no fueron sólo las cuestiones doctrinales las que lo hicieron menos que un superhéroe. También tenía preguntas más básicas sobre Jesús y su misión. Volvamos a cómo Juan imaginaba a Jesús antes de conocerlo personalmente.
Mateo 3:12 (NTV) Está listo para separar el trigo de la paja con su rastrillo. Luego limpiará la zona donde se trilla y juntará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego interminable».
Esto es cierto hasta cierto punto. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué quería decir Juan el Bautista con esto? ¿Cuál era la imagen que él tenía de Jesús? Léelo de nuevo… ¿A quién se parece la imagen que se ha formado? ¡Al mismísimo Juan el Bautista! Rudo, directo, sin filtros, y hasta un poco inclinado a juzgar y condenar.
La duda a menudo surge cuando nuestra imagen de Jesús no coincide con la realidad.
La verdad es que todos tendemos a formar una imagen de Jesús según nuestra propia perspectiva, y cuando descubrimos que en la vida real es diferente, eso puede generar dudas. Muchos estadounidenses, por ejemplo, no imaginan al Jesús de las Escrituras, sino una versión cultural moldeada por el arte, el cine y las preferencias personales: generalmente de piel clara, cabello castaño suelto, ojos dulces y expresión serena, más parecido a un modelo europeo que a un judío del Oriente Medio. Incluso, para algunos, Jesús se asemeja a un patriota ondeando la bandera estadounidense.
El peligro es que, cuando nuestra imagen de Jesús no coincide con la realidad, puede llevarnos a la decepción y a la duda, tal como le ocurrió a Juan el Bautista. Él esperaba un Mesías intenso, directo y confrontador; alguien incluso más radical que él. Pero Jesús, en cambio, se mostró como un siervo amable y sereno. Bendecía a las personas, corregía con ternura, y actuaba con amor y misericordia. Era amigo de publicanos y pecadores. Por eso, la pregunta que Juan hace más adelante tiene tanto sentido.
Mateo 9:14 (NTV) 14 Un día los discípulos de Juan el Bautista se acercaron a Jesús y le preguntaron: —¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?
¿Entiendes la pregunta? Jesús y sus discípulos estaban “viviendo la vida al máximo”: milagros, grandes multitudes, sermones llenos de esperanza. Mientras tanto, Juan el Bautista y sus discípulos estaban luchando. Juan estaba solo, encerrado en prisión por causa de su ministerio. Lejos de las multitudes. Su mensaje era de juicio y confrontación, muy distinto a los sermones esperanzadores de Jesús. Incluso dos de sus discípulos se habían marchado para seguir a Jesús. ¿Le habrá dolido eso en ese momento? Volvamos a la expectativa que Juan tenía sobre Jesús.
Mateo 3:12 (NTV) Está listo para separar el trigo de la paja con su rastrillo. Luego limpiará la zona donde se trilla y juntará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego interminable».
Esto no era lo que Juan el Bautista y sus seguidores estaban viendo en Jesús. Juan esperaba a un Mesías que derrocaría al imperio romano, alguien que traería juicio y liberación política. Pero cuando Jesús no encajó en ese perfil, la duda comenzó a surgir en su corazón. Sin embargo, Juan —y todos nosotros— necesitamos recordar esto: la fe consiste en confiar en el plan de Dios, incluso cuando no se alinea con nuestras expectativas.
Es normal tener dudas y cuestionarte sobre ciertos aspectos de la fe. Incluso Juan el Bautista tenía preguntas sobre la manera en que Jesús llevaba a cabo su ministerio. Tal vez tú también lo has sentido: “¿Dios, por qué no haces justicia con ese grupo? Que les caiga fuego del cielo” o “¿Por qué estoy luchando tanto en esta etapa de mi vida?”
A veces, como Juan, proyectamos nuestras expectativas sobre Jesús, esperando que actúe según nuestras preferencias, incluso políticas. Juan esperaba que el Mesías se involucrara en la vida política de su tiempo y derrotara al imperio romano. Hoy, algunos demócratas dudan de Jesús por la imagen que reciben de sus amigos republicanos, y algunos republicanos no logran ver a Jesús con claridad porque su visión está más influenciada por la política que por la verdad bíblica. Pero el verdadero giro llega en el capítulo 11.
Juan enfrentó sus dudas más profundas en prisión—un recordatorio de que las temporadas difíciles ponen a prueba la fe.
Mateo 11:2-3 (NTV) 2 Juan el Bautista, quien estaba en prisión, oyó acerca de todas las cosas que hacía el Mesías. Entonces envió a sus discípulos para que le preguntaran a Jesús: 3 —¿Eres tú el Mesías a quien hemos esperado o debemos seguir buscando a otro?
Este es uno de los versículos más impactantes del Nuevo Testamento: Juan el Bautista pregunta si Jesús es realmente el Mesías. ¡¿Qué?! ¡Si él es primo de Jesús! Es la voz que clama en el desierto. Nació, literalmente, para señalar a la gente hacia Jesús. Fue quien dijo: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”. ¿Y ahora lo está dudando todo?
Nota histórica: En relación con Mateo 11:3, el Comentario del Pilar del Nuevo Testamento señala lo siguiente: “Algunos sugieren que el propio Juan no tenía ninguna duda, sino que formuló la pregunta para que Jesús tranquilizara a sus seguidores. Esta perspectiva era común en la iglesia primitiva y entre los reformadores… Pero sin duda es demasiado artificial.”
En otras palabras, la verdad es que Juan el Bautista sí dudó. Miró a su alrededor, a la mazmorra poco iluminada de su realidad, y se preguntó si se había equivocado por completo. La cima de su ministerio había quedado atrás, y el aislamiento lo llevó a replantearse todo lo que alguna vez creyó.
Esto también es normal. Incluso Juan el Bautista tuvo dudas en su propio calabozo personal. ¿Has estado ahí? ¿O quizás estás ahí ahora mismo? Ese lugar de encierro emocional o espiritual donde las preguntas parecen más grandes que las respuestas.
Así que déjame hacerte una última pregunta: ¿Crees que esas dudas significaban que Juan el Bautista había perdido la fe? La respuesta de Jesús a los discípulos de Juan nos da una pista importante.
Mateo 11:4-5 (NTV) 4 Jesús les dijo: —Regresen a Juan y cuéntenle lo que han oído y visto: 5 los ciegos ven, los cojos caminan bien, los que tienen lepra son curados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les predica la Buena Noticia.
La respuesta de Jesús a Juan nos muestra que:
Jesús no rechaza ni avergüenza por las preguntas sinceras; al contrario, nos guía de nuevo hacia la verdad y la evidencia.
En lugar de reprender a Juan, Jesús le señaló la evidencia para fortalecer su fe: los milagros que estaba realizando, las vidas transformadas y las profecías que se estaban cumpliendo. Jesús no lo regañó por dudar, sino que le mostró señales concretas de que el Reino de Dios estaba avanzando.
Pero eso no fue todo. Jesús también le envió un recordatorio personal y alentador, una respuesta que hablaba directo al corazón de Juan, reafirmando que su papel en la historia de la redención no había sido en vano.
Mateo 11:6 (NTV) 6 —Y agregó—: Dios bendice a los que no se apartan por causa de mí.
Deja que esas palabras penetren en tu mente: “…por causa de mí”. No dice “por culpa de Satanás, ni de malas influencias, ni de malos amigos…”, sino “por causa de Jesús”. Jesús fue la piedra de tropiezo. Juan no estaba luchando contra Satanás, sino con Jesús mismo. Luchaba con sus dudas, con aspectos de la doctrina que aún no comprendía del todo, con la estrategia de Jesús que no encajaba en sus expectativas, y con la oscuridad de su propia mazmorra personal.
Y Juan no es el único. ¿Estás tú en su lugar hoy? Escuchemos nuevamente las palabras de Jesús: “Dios bendice a los que no se apartan por causa de mí.” Para hacer eco de las palabras de El prisionero en la tercera celda —una novela profundamente reflexiva que explora los últimos días de Juan el Bautista en prisión— Gene Edwards escribe: “Cuando estés en el calabozo de las circunstancias de las que no puedes escapar, cuando estés en la celda donde no llega ningún milagro, te enfrentarás a la pregunta más importante de tu vida: ¿Amarás todavía a Dios?”
Déjame decirte algo importante: tus dudas no te hacen menos cristiano. Simplemente te hacen humano. Todos atravesamos momentos de incertidumbre, y eso no invalida nuestra fe. Esa fue la historia de Juan el Bautista. Y esto es lo que Jesús dijo sobre él:
Mateo 11:11 (NTV) 11 »Les digo la verdad, de todos los que han vivido, nadie es superior a Juan el Bautista…
Estas fueron palabras de afirmación, honra y reconocimiento, incluso en medio de sus preguntas y dudas. Jesús no descartó a Juan por dudar; lo valoró profundamente. Así que no creas la mentira creíble de que la fe verdadera significa no tener dudas. La verdad de Dios es esta: la verdadera fe no es la ausencia de dudas, sino confiar en Él incluso cuando la vida no tiene sentido.
Se trata de plantear esas preguntas difíciles sobre la doctrina y la teología. Es batallar con Dios en esas áreas, mientras se abrazan los principios esenciales del evangelio. Es atreverse a cuestionar la estrategia de Jesús y descubrir quién es en verdad. Es exponer tus dudas en tu calabozo personal.
Ya vimos que incluso uno de los más grandes héroes de la fe, como Juan el Bautista, luchó con las dudas. Esto demuestra que la duda y la fe pueden coexistir, porque la verdadera fe no es la ausencia de preguntas, sino la decisión de confiar en Jesús aun cuando el corazón está lleno de incertidumbre, sabiendo que Él no se aleja de nosotros, sino que camina a nuestro lado y nos guía de nuevo hacia la verdad con evidencias.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Alguna vez has pensado que tener dudas te hace menos cristiano? ¿Cómo desafía esa idea la historia de Juan el Bautista?
- ¿Qué expectativas has puesto sobre Jesús que no coinciden con quién es Él realmente?
- ¿Cómo afectan a tu fe tus “temporadas de prisión” —esos tiempos oscuros y desalentadores?
- ¿Por qué crees que Jesús nos señala la evidencia de su obra en lugar de reprendernos por nuestras dudas?
- ¿Cómo podemos crear un espacio seguro donde otros puedan compartir sus preguntas y luchas sin sentir vergüenza?
- ¿Cuál es un área de tu vida en la que hoy necesitas confiar en Jesús, incluso con tus dudas?
Dios no me dará más de lo que puedo soportar
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Puntos de conversación:
La verdad sobre las tentaciones:
- Las tentaciones son reales, pero no irresistibles.
- La “salida de escape” de Dios toma muchas formas.
- La fidelidad de Dios es el fundamento. (2 Corintios 1:8-9a)
La verdad sobre el sufrimiento:
- Es posible que Dios nos dé más de lo que podemos soportar.
- El sufrimiento nos enseña a depender de Cristo. (2 Corintios 1:9b)
- El sufrimiento nos impulsa a conectarnos con la familia de la iglesia. (2 Corintios 1:4)
En la década de 1930, Alemania se sumía en la oscuridad. Adolf Hitler había tomado el poder, y el régimen nazi exigía lealtad absoluta, incluso de la iglesia. La mayoría de los pastores lo aceptaron. Pero un joven teólogo, Dietrich Bonhoeffer, se negó a doblegarse.
Bonhoeffer creía que seguir a Cristo significaba decir la verdad, incluso cuando le costaba todo. Entrenó a jóvenes pastores en secreto, escribió conmovedoramente sobre el discipulado y finalmente se unió a la resistencia contra Hitler. Por ello, fue arrestado.
Durante dos largos años, permaneció en prisión. Separado de sus amigos, sus libros, sus clases, su púlpito. Soportó interrogatorios, soledad y la constante amenaza de muerte. Esto era mucho más de lo que cualquier hombre podía soportar. Sin embargo, en sus escritos, seguía guiando a la gente hacia Jesús. Dijo:“Debemos estar dispuestos a dejarnos interrumpir por Dios”. Su vida fue interrumpida por el sufrimiento y la injusticia. ¿Qué crees que le habría dicho Bonhoeffer a un hombre de hoy en estos tiempos donde el confort es primordial?
Así, que empecemos con la mentira creíble de hoy: Dios no me dará más de lo que puedo soportar. La gente la toma como una pequeña promesa que podrías encontrar en una placa en una cocina estadounidense. Pero no lo habrías encontrado en las paredes de la celda de la prisión de Bonhoeffer. Y tampoco lo encontrarás en la Biblia.
Es posible que se lo hayas dicho a alguien con buenas intenciones. Para animarlos en su sufrimiento y/o para ayudarles a confiar en un Dios bueno. Si bien es cierto que Dios está A FAVOR de ellos cómo se manifiesta esto en la vida cotidiana no es tan sencillo. Dios no promete que no serás aplastado, abrumado o incapaz de soportar sufrimientos.
Este concepto erróneo se basa en una lectura equivocada de 1 Corintios 10:13. Es un buen recordatorio para todos nosotros de leer y estudiar nuestra Biblia, porque es tentador hacer que las Escrituras digan lo que queremos que digan. Veamos el versículo:
1 Corintios 10:13 (NTV) Las tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros atraviesan. Y Dios es fiel; no permitirá que la tentación sea mayor de lo que puedan soportar. Cuando sean tentados, él les mostrará una salida, para que puedan resistir.
Hablemos de lo que dice este versículo y lo que NO dice. Lo que está diciendo: Dios no permitirá que la tentación sea más de lo que puedes soportar. Ahí está la parte mal citada. No dice “Dios no me dará más de lo que pueda soportar” en términos de sufrimiento. Sino más bien, “Dios no me dará más de lo que pueda soportar” en términos de tentación.
La verdad sobre las tentaciones:
Primero, las tentaciones son reales, pero no irresistibles.
La historia de Israel lo demostró: algunos cayeron, pero no todos. La diferencia no residió en la fuerza de la tentación, sino en si la gente confiaba en Dios. El contexto inmediato está hablando sobre el peregrinaje de los israelitas. Estuvieron tentados a quejarse. Tentados por la comida, la bebida, la inmoralidad sexual y por la idolatría.
Mas este no es un problema del antiguo Israel. Es un problema humano. Todos somos tentados, hoy más que nunca. Sin embargo, la perseverancia es posible para todo creyente. El versículo no promete inmunidad a la tentación, sino la seguridad de que la fidelidad es posible gracias a la ayuda de Dios (Hebreos 2:18).
Segundo, la “salida de escape” de Dios toma muchas formas.
A veces la “salida” es alejarse literalmente de la situación, otras veces es la fuerza para soportar la tentación sin ceder. De cualquier manera, Dios nunca nos abandona al fracaso (Santiago 1:12). ¿Una salida? ¿Cómo qué? ¿Una señal de Dios o un milagro? No, solo una elección diferente. No tienes que seguir a tu carne
A continuación te doy algunos ejemplos de salida de escape. Primero, cambia tu entorno. Sientes la tentación de ver algo inapropiado en línea. La solución podría ser cerrar la laptop, dejar el teléfono o salir de la habitación. Eso no es un milagro sino es una elección de alejarse antes de que la tentación crezca.
Segundo ejemplo, usa las Escrituras para contraatacar la tentación. Cuando Jesús fue tentado en el desierto, respondió con la Palabra de Dios (Mateo 4). Si sientes la tentación de arremeter con ira, recuerda Proverbios 15:1 (“La respuesta amable calma el enojo”). Esa es una salida.
Tercer ejemplo, busca ayuda. ¿Te sientes tentado a recaer en una adicción? Contáctate con alguien sabio. Un mensaje a un amigo o mentor de confianza puede ser la salida. Santiago 5:16 nos recuerda que confesar a otros y orar juntos trae sanidad.
Tercero, la fidelidad de Dios es el fundamento.
No tu fidelidad. Nuestra capacidad para mantenernos firmes no proviene de la fuerza de voluntad, sino de que Dios cumple las promesas que nos hizo. Él es fiel incluso cuando nos sentimos débiles. Es decir, cuando somos infieles (2 Tesalonicenses 3:3). Este versículo se convierte en una advertencia contra la arrogancia. Clarificando, pensar que estás seguro de ti mismo es la misma actitud que te lleva a caer. Es interesante la elección de palabras. Tienes la tentación de NO ser fiel pero Dios permanecerá fiel. ¡Tú no eres fiel, Dios sí lo es!
Así que, en pocas palabras, la verdad es: Dios no te dará más tentación de la que puedes soportar. Pero eso no quiere decir que: Dios no te dará más sufrimiento del que puedas soportar. La prueba de esto está en la siguiente carta que Pablo escribe a los corintios.
2 Corintios 1:8-9a (NTV) 8 Amados hermanos, pensamos que tienen que estar al tanto de las dificultades que hemos atravesado en la provincia de Asia. Fuimos oprimidos y agobiados más allá de nuestra capacidad de aguantar y hasta pensamos que no saldríamos con vida. 9 De hecho, esperábamos morir;…
En otras palabras, Pablo está diciendo que el sufrimiento fue MÁS de lo que podían soportar. Así que ahora veamos
La verdad sobre el sufrimiento:
Primero, es posible que Dios nos dé más de lo que podemos soportar.
¿Alguna vez te has sentido aplastado, abrumado, incapaz de soportar más o esperando morir? Yo sí. Cuando hace años pasé por una gran enfermedad que me mantuvo atada a la cama por un poco más de 5 años. Literalmente, me sentía morir. Sufrí de un dolor en la parte inferior del cuerpo, en ambas piernas. No encontré ninguna respuesta médica al dolor.
Debilitada, super delgada, con los músculos atrofiados y sin fuerzas lo único que podía hacer es venir a Dios y confiar en Él. No te voy a decir que a veces mi fe no flaqueaba porque el peso de esta enfermedad era demasiado. Pero yo sabía que aunque no sanara, mi Dios seguía siendo Dios. Y que a pesar de que si moría, viviría por la eternidad con Él. En todo este proceso aprendí que solo me quedaba confiar en Dios totalmente y que yo no podía hacer nada sin Él.
Segundo, el sufrimiento nos enseña a depender de Cristo.
2 Corintios 1:9b (NTV) …pero, como resultado, dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios, quien resucita a los muertos.
Lo que aprendemos de nuestros sufrimientos es que el sufrimiento es un maestro poderoso. Nos libera de la autosuficiencia y nos pone firmemente en las manos de Jesús, quien incluso puede resucitar a los muertos.
Tercero, el sufrimiento nos impulsa a conectarnos con la familia de la iglesia.
Pensando en un mundo futuro para nuestros hijos, me da temor pensar en tanto que está avanzado la tecnología como la inteligencia artificial (de verdad que asusta). Quizás nosotros ya no estemos presentes en este mundo loco e impredecible. Pero nuestros hijos lo estarán. Y sus hijos. Da miedo pensar que tal vez no estemos allí para apoyarlos.
Sea o no cierto lo de la inteligencia artificial, habrá sufrimiento que tendrán que pasar como persecución por su fe. Tal vez,cáncer, demencia, etc. Posible, guerras, hambrunas, etc. ¿Cómo resistirán? Pues, necesitan una comunidad. Necesitan a la familia de la iglesia. De eso es de lo que habla este versículo final:
2 Corintios 1:4 (NTV) Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros.
Por eso es importante la iglesia local. En ella encontramos comunidad; Familia. No es solo un hábito dominical; es un salvavidas. Cuando las dificultades azotan, la familia de la iglesia se convierte en las manos y los pies de Dios para brindar su consuelo. Eso es lo que quiero para mis hijos. No hay forma de predecir todos los desafíos. Pero una cosa es segura: sufrirán.
Así que para dejar todo bien claro, recalco: La Verdad es que Dios puede darnos más de lo que nosotros podemos soportar, pero nunca nos dará más de lo Él que puede soportar. El sufrimiento nos impulsa a depender de Cristo, apoyarnos en nuestra familia de la iglesia y preparar a la próxima generación para hacer lo mismo.
Para cerrar, el 9 de abril de 1945, apenas cuatro semanas antes de la rendición de Alemania, los nazis sacaron a Bonhoeffer de su celda en el campo de concentración de Flossenbürg. Lo desnudaron, lo llevaron a la horca y lo ejecutaron. Pero lo más destacable es que el médico de la prisión que presenció su muerte dijo más tarde: “Casi nunca he visto a un hombre morir tan completamente sumiso a la voluntad de Dios”.
Bonhoeffer había escrito una vez: “Sólo un Dios que sufre puede ayudar”. Esa fue su ancla. No se aferró a la falsa esperanza de que Dios nunca le daría más de lo que podía soportar. En cambio, se aferró a la verdadera esperanza de que Dios nunca lo abandonaría, ni siquiera en la muerte.
Esa es nuestra conclusión hoy: Dios si puede darte más de lo que puedes soportar, pero nunca te dará más de lo que Él puede soportar. El sufrimiento vendrá. Las pruebas te agobiarán. Pero Cristo es suficiente. Él sostuvo a Bonhoeffer. Él sostuvo a Pablo. Él me sostuvo en mi sufrimiento. Y Él te sostendrá a ti.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Qué diferencia marcó la fe de Bonhoeffer frente a la obediencia ciega de otros líderes religiosos en su tiempo?
- ¿Por qué es importante distinguir entre tentación y sufrimiento al interpretar 1 Corintios 10:13?
- ¿Cómo puede el sufrimiento enseñarnos a depender más profundamente de Cristo?
- ¿Qué papel juega la comunidad de la iglesia en medio de las pruebas y el dolor?
- ¿Qué legado espiritual dejó Bonhoeffer y cómo puede inspirar a las futuras generaciones?
Estoy demasiado lejos del alcance de Dios
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Puntos de conversación:
- La mentira dice: “Estoy demasiado lejos del alcace de Dios”, pero la verdad es que la misericordia de Dios es más grande que nuestro pasado (Jonás 4:2, Lucas 15:20).
- Nínive era infame por su violencia, idolatría y crueldad, pero cuando se arrepintieron, Dios los perdonó (Jonás 3:4–10).
- El carácter de Dios siempre ha sido misericordioso y compasivo (Éxodo 34:6–7, Salmo 103:8, Joel 2:13).
- El hijo pródigo nos representa a todos: rotos, avergonzados e indignos, pero recibidos nuevamente por el amor del Padre (Lucas 15:11–20).
- La clave es el arrepentimiento: apartarse del pecado y volver a Dios (2 Pedro 3:9).
La semana pasada vimos el primer tema de la serie: Dios es un aguafiestas. Exploramos la mentira creíble de que Dios no quiere que te diviertas y por eso todas las reglas y regulaciones. Empero, la verdad es que desde el principio, Dios creó todo para nuestro bien. Nos dio abundancia y provisión pero también límites. Adán y Eva pasaron de confiar en la definición de Dios del bien a decidir lo bueno para sí mismos. Y el resultado NO FUE BUENO, resultó en vergüenza.
Esto nos lleva al tema de hoy. Tal vez sientas una profunda vergüenza por tu pecado. La Biblia tiene algo que decir sobre eso. Hoy vamos a confrontar una mentira que parece creíble: “Estoy demasiado lejos del alcance de Dios.” Quizás pienses: “Si supiera dónde he estado, lo que he hecho… Dios nunca me querría.” Ese pensamiento parece razonable. Lo he escuchado muchas veces en el ministerio. Personas que creen que Dios no puede perdonarlas por sus errores pasados, por haber cruzado un límite, por sus adicciones —ya sea a las drogas, al alcohol, a la pornografía— o incluso por lo que otros les han hecho, como el abuso de un familiar.
Pero la verdad honesta de Dios es esta: nadie está demasiado lejos de su alcance. Ni el asesino más cruel, ni el adúltero, ni el fornicario. Hoy veremos dos historias bíblicas que lo demuestran. Solo tendremos tiempo para dos ejemplos, pero hay cientos. Este es un tema que atraviesa toda la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Elegiremos una historia representativa de cada uno, porque Dios es el mismo en ambos, y su corazón siempre ha estado a favor de la gente.
En ambas historias, presta atención a dos cosas: lo que hicieron mal —y créeme, es peor que lo tuyo— y lo que hicieron bien para volver a Dios y ser aceptados por Él. La primera historia está en el libro de Jonás, en el Antiguo Testamento, y trata de los ninivitas.
Jonás 1:1-2 (NTV) 1 El Señor le dio el siguiente mensaje a Jonás, hijo de Amitai: 2 «Levántate y ve a la gran ciudad de Nínive. Pronuncia mi juicio contra ella, porque he visto lo perversa que es su gente».
En tiempos de Jonás, Nínive era una de las ciudades más importantes del Imperio asirio. Asiria era temida por su poder militar y su crueldad. Gobernaban mediante el terror, y otras naciones los veían como opresores despiadados. Los registros históricos muestran prácticas brutales: desollaban vivos a los cautivos, amontonaban cabezas enemigas como trofeos, empalaban prisioneros. La injusticia era evidente y provocaba indignación.
Además, los ninivitas adoraban a dioses falsos, especialmente a Ishtar, diosa del amor y la guerra. Tenían templos dedicados a ella, practicaban la prostitución ritual y la idolatría. Arqueólogos han encontrado santuarios al aire libre y figuras de Ishtar en hogares. Incluso se realizaban sacrificios de niños en ese entorno pagano. Este es el contexto del libro de Jonás. Y la pregunta es inevitable: ¿estaban los ninivitas demasiado lejos del alcance de Dios? A simple vista, sí. Pero aquí viene la parte que quizás te hayas perdido.
Jonás 3:4 (NTV) El día que Jonás entró en la ciudad, proclamó a la multitud: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida».
Tal vez ese sea el único mensaje que hayas escuchado sobre Dios: juicio, condena, destrucción. Que Él está en tu contra. Que esta vez sí que te pasaste. Que nunca aceptaría a alguien como tú. Pero todo eso forma parte de la mentira creíble. Y muchos se la han tragado por completo.
Jonás 3:5,10 (NTV) 5 Entonces la gente de Nínive creyó el mensaje de Dios y desde el más importante hasta el menos importante declararon ayuno y se vistieron de tela áspera en señal de remordimiento. 10 Cuando Dios vio lo que habían hecho y cómo habían abandonado sus malos caminos, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción con que los había amenazado.
¿¡Qué!? Ese es el giro inesperado. Dios perdonó a Nínive. Increíble. Estaban perdidos, lejos, más allá de toda esperanza. Y sin embargo, Dios los perdonó. La reacción de Jonás lo dice todo.
Jonás 4:1-2a (NTV) Este cambio de planes molestó mucho a Jonás y se enfureció. 2 Entonces le reclamó al Señor: —Señor, ¿no te dije antes de salir de casa que tú harías precisamente esto?
Jonás sabía que Dios es el Dios de segundas oportunidades. Lo sabía desde el principio. Dios le dio a Jonás una segunda oportunidad. Y ahora se la da a Nínive, la ciudad malvada.
Jonás 4:2b (NTV) ¡Por eso hui a Tarsis! Sabía que tú eres un Dios misericordioso y compasivo, lento para enojarte y lleno de amor inagotable. Estás dispuesto a perdonar y no destruir a la gente.
Esta es la verdadera imagen del Dios del Antiguo Testamento. Su carácter misericordioso se repite en Éxodo 34:6-7, Números 14:18, Nehemías 9:17, Salmos 86:15, 103:8, 145:8, Joel 2:13. Y también en el Nuevo Testamento, especialmente en este versículo:
2 Pedro 3:9 (NTV) En realidad, no es que el Señor sea lento para cumplir su promesa, como algunos piensan. Al contrario, es paciente por amor a ustedes. No quiere que nadie sea destruido; quiere que todos se arrepientan.
Ese es el camino de regreso a Dios. Funcionó para Nínive. Y funciona también en otra historia: la del hijo pródigo.
Lucas 15:11-12 (NTV) 11 Para ilustrar mejor esa enseñanza, Jesús les contó la siguiente historia: «Un hombre tenía dos hijos. 12 El hijo menor le dijo al padre: “Quiero la parte de mi herencia ahora, antes de que mueras”. Entonces el padre accedió a dividir sus bienes entre sus dos hijos.
Esta petición era una ofensa grave. En la cultura judía, pedir la herencia en vida era como declarar muerto al padre. El hijo menor avergonzó públicamente a su familia. Estaba perdido, demasiado lejos del perdón de Dios. Pero la historia empeora.
Lucas 15:13 (NTV) 13 »Pocos días después, el hijo menor empacó sus pertenencias y se mudó a una tierra distante, donde derrochó todo su dinero en una vida desenfrenada.
Se fue lejos. Vivió desenfrenadamente. Terminó comiendo con los cerdos, lo cual era impuro según la ley. Esta parábola es para ti, si te sientes perdido por tus errores o por lo que otros te han hecho. Jesús la contó para demostrar algo.
Lucas 15:17-19 (NTV) 17 »Cuando finalmente entró en razón, se dijo a sí mismo: “En casa, hasta los jornaleros tienen comida de sobra, ¡y aquí estoy yo, muriéndome de hambre! 18 Volveré a la casa de mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de que me llamen tu hijo. Te ruego que me contrates como jornalero’”.
El hijo se sentía indigno. Tal vez tú también. Pero regresó. Confió en la bondad de su padre. Estaba listo para una nueva relación, bajo los términos del padre. Pensó que sería un sirviente. Pero aquí viene el giro sorprendente.
Lucas 15:20 (NTV) »Entonces regresó a la casa de su padre, y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó.
La historia termina con una fiesta. El padre lo recibe como hijo, no como siervo. En las palabras de Jonás: “Sabía que tú eres un Dios misericordioso y compasivo, lento para enojarte y lleno de amor inagotable. Estás dispuesto a perdonar y no destruir a la gente.”
El Dios de Jonás es el Dios del hijo pródigo. Y es el mismo Dios de hoy. Ya no creas a la mentira creíble. Cree en la verdad honesta de Dios: nadie está demasiado lejos de su alcance. Los ninivitas no lo estuvieron, a pesar de su vida sin Dios. El hijo pródigo no lo estuvo, a pesar de sus vergonzosas acciones. Y tú tampoco lo estás.
No hay nada que hayas hecho que pueda descalificarte del amor de Dios. Él está mirando, esperando que tomes tu decisión. Y aquí está esa decisión: volver a Dios, ser aceptado por Él.
Este llamado es tanto para ti que te has alejado de Dios, como para ti que nunca lo has aceptado como tu Señor y Salvador. Tanto los ninivitas como el hijo pródigo lo hicieron. Ellos se volvieron a Dios, admitieron su pecado, se arrepintieron y se sometieron a Él.
Dios no te ha dado la espalda. Él te espera con los brazos abiertos. Jesús ya pagó el precio. Solo falta que digas “si”.
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que tantas personas creen la mentira de que están “demasiado lejos del alcance” de Dios?
- ¿Cómo desafía la historia de Nínive la manera en que pensamos sobre el juicio y la misericordia de Dios?
- ¿Con qué parte de la historia del hijo pródigo te identificas más: la vergüenza del hijo o la compasión del padre?
- ¿Qué pasos puede tomar alguien hoy si se siente indigno del amor de Dios?
- ¿Cómo te animan estas historias a ver de manera diferente a las personas en tu vida que parecen “demasiado perdidas”?
- ¿Cómo se vería para ti, personalmente, arrepentirte y volver a Dios de una manera renovada esta semana?
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