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El proceso de desarollo de David
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Puntos de conversación:
- El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano. Mateo 25:21
- Las victorias privadas respaldan lo que haces en público. 1 Samuel 17:34–37
- Aprende a caminar con tu propia armadura. 1 Samuel 17:38–40
- Dios prepara tanto al obrero como la obra. 1 Samuel 17:50-51, 1 Samuel 5:1-4, Efesios 2:10
Las promesas de Dios siempre conllevan un proceso. La formación de un hombre o una mujer de Dios comienza mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, mediante la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. A esto le llamamos proceso de desarrollo. Es como una fotografía antigua revelada en el cuarto oscuro, Dios forma a Su pueblo en lugares invisibles. La imagen ya está presente en el negativo, pero si se expone demasiado pronto, se arruina.
Así fue el proceso de desarrollo de David. A partir de ese proceso, aprenderemos cuatro lecciones importantes que nos ayudarán en nuestra propia formación para llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos. En cada lección, compartiré una verdad bíblica y un paso de acción para que esta enseñanza sea lo más práctica posible para cada uno de nosotros.
Y es que la grandeza de David comenzó mucho antes de la batalla contra Goliat — en las rutinas ordinarias de pastorear y servir. Esto nos lleva a la primera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano.
Y en lo aparentemente insignificante. En 1 Samuel 17, se relata a David haciendo mandados para su padre — nada extraordinario ni memorable. Simplemente David, siendo un hijo obediente.
1 Samuel 17:17–20 Un día, Isaí le dijo a David: «Toma esta canasta de grano tostado y estos diez panes, y llévaselos de prisa a tus hermanos. 18 Y dale estos diez pedazos de queso a su capitán. Averigua cómo están tus hermanos y tráeme un informe de cómo les va». Los hermanos de David estaban con Saúl y el ejército israelita en el valle de Ela, peleando contra los filisteos. 20 Así que temprano a la mañana siguiente, David dejó las ovejas al cuidado de otro pastor y salió con los regalos, como Isaí le había indicado. Llegó al campamento justo cuando el ejército de Israel salía al campo de batalla dando gritos de guerra.
Ah, pero el gran momento de David llegó mientras hacía recados para su padre. Su gran momento comenzó con un pequeño acto de obediencia. Su padre le mando: “dale estos diez pedazos de queso” Estas son las tareas ignominiosas que ponen a prueba nuestra verdadera valía.
En este pasaje de la vida de David encontramos una verdad bíblica que no podemos ignorar: Quien no está dispuesto a servir, no está listo para liderar. Si eres demasiado grande para servir, eres demasiado pequeño para liderar.
A continuación quiero compartirte tres principios del Reino de Dios que respaldan esta verdad bíblica. Al cerrar el punto, te daré un paso de acción que puedes tomar hoy para que esta enseñanza sea práctica y transformadora en tu vida.
Primer principio: el reino de Dios crece a través de fidelidad en las pequeñas cosas. Jesús lo expresó claramente en Mateo 25:21: “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades.” Esto nos enseña que la promoción en el Reino no depende de lo visible o lo grande, sino de la constancia en lo cotidiano.
Segundo, mientras el mundo celebra el ascenso, Dios celebra la obediencia. Cada “mandado de queso” —esos actos simples y aparentemente insignificantes de obediencia— forman parte del proceso de formación que Dios utiliza para preparar a sus siervos. Lo que parece pequeño ante los ojos humanos, tiene gran peso en el Reino.
Tercero: Dios honra la fidelidad en lo poco como plataforma para lo mucho. Tal como leímos en Mateo 25:21, “Has sido fiel en lo poco; ahora gobernarás sobre mucho.” Dios no ignora lo pequeño; lo usa como base para lo grande. Por eso, cada paso de obediencia, por más discreto que parezca, tiene un propósito eterno.
Ahora, tu paso de acción para esta semana es identificar una tarea “insignificante”; esas que no tienen reconocimiento ni gloria, esta semana y hazla como un acto de adoración (Colosenses 3:23). Y siempre recuerda: Sé fiel al amar a las personas difíciles, sé amable contigo mismo cuando estés cansado y sírve cuando nadie te esté mirando.
La segunda lección que quiero que aprendas del proceso de desarrollo de David es:
Las victorias privadas respaldan lo que haces en público.
1 Samuel 17:34-37 (NTV) Pero David insistió: —He estado cuidando las ovejas y las cabras de mi padre. Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del rebaño, 35 yo lo persigo con un palo y rescato el cordero de su boca. Si el animal me ataca, lo tomo de la quijada y lo golpeo hasta matarlo. 36 Lo he hecho con leones y con osos, y lo haré también con este filisteo pagano, ¡porque ha desafiado a los ejércitos del Dios viviente! 37 ¡El mismo Señor que me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este filisteo! Así que Saúl por fin accedió: —Está bien, adelante. ¡Y que el Señor esté contigo!
David no se enfrentó a Goliat por casualidad. Su valentía no nació en el campo de batalla, sino en la pradera, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba desafíos que nadie más veía. Como él mismo lo expresa al enumerar las razones que lo capacitan para enfrentar al gigante: “Tu siervo ha matado tanto al león como al oso.”
Esa declaración revela una verdad profunda: la fe se fortalece en las batallas personales. La confianza de David no era arrogancia ni presunción, sino el fruto de una relación íntima con Dios, cultivada en lo secreto. Cada pequeña victoria en lo oculto fue parte del entrenamiento divino que lo preparó para los grandes momentos públicos.
La verdad bíblica es esta: la vida no cambia tanto; simplemente hay más en juego. Es como ese joven que juega fútbol en el parque con sus amigos. Ahí aprende a pasar el balón, a resistir la presión y a mantenerse enfocado. Años después, ese mismo joven está en una final nacional. El campo es más grande, hay miles de personas observando, pero los fundamentos siguen siendo los mismos: pasar, resistir la presión, mantenerse enfocado. Lo que ha cambiado no es la esencia del juego, sino lo que está en juego: un campeonato.
Esta verdad también trae una advertencia seria. Los compromisos privados —aquellos que se hacen en lo secreto, lejos de los reflectores— siempre terminan conduciendo a la vergüenza pública si no se manejan con integridad. Tus “leones y osos” son las tentaciones y los pecados que debes vencer en lo íntimo, en lo cotidiano.
Dios siempre advierte antes de exponerte y sacar tus trapitos al sol. Por eso, presta atención a la advertencia hoy. Como lo enseñan las Escrituras: “El pecado, cuando ha sido concebido, da a luz la muerte” (Santiago 1:15), y “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Tu paso de acción para este punto es identificar tus propios “leones y osos”, es decir, aquellas batallas internas que enfrentas en lo secreto: envidia, lujuria, engaño, orgullo, o cualquier otra lucha que intente robarte tu integridad. No ignores esas áreas; reconócelas con honestidad delante de Dios. Luego, da el siguiente paso: confiesa tus pecados y tráelos a la luz con un creyente de confianza. La Escritura nos enseña que “confesad vuestros pecados unos a otros y orad unos por otros para que seáis sanados” (Santiago 5:16), y que “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1:7).
Tercera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
Aprende a caminar con tu propia armadura.
1 Samuel 17:38-40 (NTV) Después Saúl le dio a David su propia armadura: un casco de bronce y una cota de malla. 39 David se los puso, se ciñó la espada y probó dar unos pasos porque nunca antes se había vestido con algo semejante. —No puedo andar con todo esto—le dijo a Saúl—. No estoy acostumbrado a usarlo. Así que David se lo quitó. 40 Tomó cinco piedras lisas de un arroyo y las metió en su bolsa de pastor. Luego, armado únicamente con su vara de pastor y su honda, comenzó a cruzar el valle para luchar contra el filisteo.
Cuando Saúl le ofreció su armadura, David la probó, pero rápidamente se dio cuenta de que no podía moverse con libertad ni pelear con confianza. No era su forma, no era su historia, no era su proceso. Él había aprendido a confiar en Dios, no en lo exterior ni en lo que parecía más fuerte a los ojos humanos.
Más vale una honda en la mano que una espada que no te queda bien. Saúl intentó que David luchara con una armadura prestada, pero David tuvo que reconocer con qué Dios lo había equipado verdaderamente. Y es que nunca se puede ir a la guerra con armadura ajena. Lo que funciona para otros no necesariamente es lo que Dios ha preparado para ti.
Este momento no es solo un detalle técnico en la historia; es una profunda lección de identidad. David entendió que no podía pelear con lo que no le pertenecía. No necesitaba parecerse a Saúl para ser efectivo. Su confianza no estaba en una armadura prestada, sino en el Dios que lo había entrenado en lo secreto, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba leones y osos con un palo. Esa preparación invisible fue suficiente para enfrentar al gigante visible.
La verdad bíblica que aprendemos de este punto es clara: no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Cuando David probó la armadura de Saúl, rápidamente se dio cuenta de que no era para él. No le pertenecía, no le quedaba bien, y ni siquiera podía moverse con libertad. Por eso dijo: “No puedo pelear con esto.”
Su fuerza no venía de lo que otros usaban, sino de lo que Dios le había dado personalmente. Esta escena nos enseña que la efectividad espiritual no depende de imitar a otros, sino de caminar con lo que Dios ha puesto en ti.
2 Samuel 21:22 (NTV) Estos cuatro filisteos eran descendientes de los gigantes de Gat, pero David y sus guerreros los mataron.
Esto sucedió años después; tal vez David los estaba esperando en el valle de Elah.
Otra verdad bíblica que encontramos aquí es que nosotros no hacemos cosas increíbles; simplemente estamos disponibles. Es Dios quien hace lo extraordinario. Esta frase nos recuerda que lo que Él busca no es perfección ni grandeza humana, sino corazones dispuestos. No se trata de tener habilidades extraordinarias, sino de estar presentes y entregados para que Dios obre lo extraordinario a través de nosotros.
Podemos ilustrarlo con los votos matrimoniales. No son espectaculares por sí solos; son palabras sencillas de compromiso. Pero con el tiempo, ese compromiso constante revela algo profundo: confianza, fidelidad y amor probado. Lo asombroso no ocurre en el momento de la promesa, sino en la constancia de vivirla día tras día.
Así también en nuestra vida espiritual, no se necesita ser increíble, solo estar presente y fiel. Lo asombroso —la transformación, la profundidad, el fruto— lo hace Dios a través del tiempo. Disponibilidad hoy, fidelidad mañana… y Dios se encarga del resto.
El paso de acción que debemos tomar para este punto es hacer una pregunta clave: ¿Qué ha puesto Dios en tus manos? Reconocer lo que ya tienes es el primer paso para caminar con propósito.
Identifica los dones espirituales que Dios te ha dado y sé fiel en las prácticas diarias que fortalecen tu fe. Al igual que David, no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Por eso, es fundamental aprender a caminar en tu llamado hoy, para que estés listo para luchar desde él mañana. Como dice 1 Timoteo 4:14–16, no descuides el don que hay en ti.
Ya casi para terminar, veamos la cuarta y última lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David.
Dios prepara tanto al obrero como la obra.
1 Samuel 17:50-51 (NTV) Así David triunfó sobre el filisteo con solo una honda y una piedra, porque no tenía espada. 51 Después David corrió y sacó de su vaina la espada de Goliat y la usó para matarlo y cortarle la cabeza. Cuando los filisteos vieron que su campeón estaba muerto, se dieron la vuelta y huyeron.
Al cortar la cabeza de Goliat, David replicaba lo que Dios había hecho antes con Dagón
1 Samuel 5:1-4 (NTV) Después de que los filisteos capturaran el arca de Dios, la llevaron del campo de batalla en Ebenezer hasta la ciudad de Asdod. 2 Llevaron el arca de Dios al templo del dios Dagón y la pusieron junto a una estatua de Dagón. 3 Pero cuando los ciudadanos de Asdod fueron a verla a la mañana siguiente, ¡la estatua de Dagón había caído boca abajo delante del arca del Señor! Así que levantaron a Dagón y nuevamente lo colocaron en su lugar. 4 Pero temprano al día siguiente sucedió lo mismo: de nuevo Dagón había caído boca abajo frente al arca del Señor. Esta vez su cabeza y sus manos se habían quebrado y estaban a la entrada; solo el tronco de su cuerpo quedó intacto.
Cuando David cortó la cabeza de Goliat (lo que en la cultura antigua simbolizaba la humillación absoluta y la victoria final), no solo confirmó su victoria, sino que replicó un patrón que Dios ya había establecido: la humillación total de los enemigos que se levantan contra Él. Así como Dios derribó a Dagón —el dios de los filisteos— y dejó su cabeza cortada en el umbral del templo (1 Samuel 5), David hizo lo mismo con Goliat, exponiendo públicamente la impotencia del enemigo.
Esto revela un principio poderoso: Dios prepara tanto al obrero como la obra. David no solo fue formado en lo secreto —con la honda, el rebaño y la fe— sino que también fue llevado a un escenario donde la victoria ya estaba profetizada. La batalla no fue improvisada; fue parte de un diseño divino.
La decapitación de Goliat no fue solo un acto de guerra, fue una declaración espiritual: “Lo que Dios ya hizo en lo invisible, ahora lo manifiesta en lo visible.” Así que cuando Dios te llama, no solo te está preparando a ti —también está preparando el terreno, el momento y el impacto. Tu obediencia activa lo increible que solo Él puede hacer.
La verdad bíblica que aprendemos en este punto es que Dios siempre va un paso por delante. A lo largo de la Escritura vemos cómo Él prepara el escenario antes de que sus siervos entren en acción. El “retiro” de Abraham se convirtió en una guardería de naciones. El exilio de Moisés fue su campo de entrenamiento. El cautiverio de Nehemías sentó las bases para la reconstrucción de Jerusalén. Y la decepción de los discípulos abrió el camino para la resurrección. Nada de esto fue improvisado; Dios ya lo tenía planeado. Solo faltaba que aparecieran los personajes —los obreros que Él mismo levantaría.
Dios no está improvisando tu vida. Él la está escribiendo con intención y propósito. David no solo fue preparado para lanzar la piedra, sino también para tomar la espada del enemigo y completar la obra. Goliat no solo cayó, su derrota fue pública, simbólica y estratégica, al igual que la caída del ídolo Dagón. Cada detalle tenía un propósito mayor. Así es como Dios obra: con precisión, visión y anticipación.
Por eso, el paso de acción que debemos tomar es estar atentos a las “obras preparadas” que Dios coloca cada día en nuestro camino. Pueden ser citas divinas, puertas abiertas o conversaciones oportunas, como nos enseña Pablo en Colosenses 4:3–6. Además, nunca olvidemos nuestro propósito al venir a Cristo:
Efesios 2:10 (NTV) Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás.
Para terminar, recuerda que David no se hizo grande de la noche a la mañana. Se hizo grande a través de años de fidelidad invisible. Dios está creando algo en ti, aunque todavía no puedas verlo. El proceso de cuarto oscuro lleva tiempo, pero la imagen se está formando.
2 Pedro 1:3 (NTV) Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia;
Todo lo que necesitas para vivir en rectitud ya está en ti a través de Cristo. El crecimiento espiritual no se trata de recibir más de Dios, sino de dar más de ti mismo a lo que Él ya ha sembrado en ti. Es como el crecimiento de un niño: el ADN ya está dentro de cada embrión, cada bebé; solo necesita desarrollarse.
La formación de un hombre o una mujer de Dios ocurre mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, a través de la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. Las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de un proceso. Su imagen ya está en ti; ahora permite que Él la enfoque y la defina con claridad
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que Dios forma líderes en temporadas ocultas antes de las públicas? ¿Puedes recordar un momento en que Él te preparó en silencio antes de algo grande?
- ¿Cuáles han sido tus momentos tipo “llevar el queso” — esos pequeños actos de obediencia que te permitieron mostrar tu verdadera esencia?
- ¿Cómo puedes vencer tus “batallas privadas” para estar listo para llamados públicos? ¿Qué pasos prácticos te ayudan a mantenerte responsable?
- ¿Por qué es importante caminar con tu propia armadura en lugar de imitar el llamado de otro?
- ¿Cómo te anima saber que Dios te prepara a ti y a tus circunstancias con anticipación?
- ¿Qué parte del proceso de “formación” te cuesta más en este momento — esperar, confiar o permanecer fiel? ¿Qué verdad de esta enseñanza te ayuda a perseverar?
Un corazón conforme a Dios
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Puntos de conversación:
- El temor conduce a la desobediencia. Saúl actuó por pánico en lugar de confiar, mostrando que todo pecado comienza como una falta de confianza. 1 Samuel 13:8–14; Romanos 14:23
- La conveniencia busca atajos, pero la obediencia honra los mandamientos de Dios, incluso cuando obedecer cuesta. Saúl eligió la comodidad por encima de la integridad. 1 Samuel 15:9; 15:21–22
- El orgullo valora más la reputación que el arrepentimiento. Saúl confesó, pero incluso su arrepentimiento fue para salvar las apariencias. 1 Samuel 15:30
- Saúl representa el esfuerzo humano—intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas. David representa la gracia—confiar en el poder del Espíritu de Dios. Todo lo bueno que hizo a David apto ante Dios tenía su raíz en Jesús. Apocalipsis 22:16
Comenzamos una serie de seis semanas dedicada a David, uno de los personajes bíblicos más reconocidos de todos los tiempos. Su historia está llena de momentos poderosos, decisiones difíciles y una profunda conexión con Dios que lo convirtió en una figura central en la narrativa bíblica.
Pero antes de hablar de David, hoy empezaremos con el personaje que vino antes que él. El hombre del que podríamos estar hablando… pero no lo estamos. No porque no tuviera potencial, sino porque le faltaban las cualidades que Dios estaba buscando. Ese hombre tuvo la primera gran oportunidad de alcanzar la grandeza. Fue elegido, ungido y puesto en una posición de liderazgo sin precedentes. Pero falló. Su nombre es Saúl.
Saúl fue el primer rey de Israel. Su historia, aunque marcada por el fracaso, nos deja una importante lección de vida: es posible parecer el indicado, pero carecer del poder. Tenía la apariencia, la posición y el reconocimiento, pero no el carácter que Dios buscaba. Su reinado comenzó con promesa, pero terminó con rechazo.
Curiosamente, esta misma verdad se refleja en una historia moderna. En 2010, un joven de 24 años en Alemania fue arrestado por hacerse pasar por piloto de Lufthansa. Vestía el uniforme completo, portaba una tarjeta falsa de identificación y publicaba fotos en redes sociales desde la cabina de mando, aparentando ser parte de la tripulación. Lo más sorprendente es que logró sentarse en la cabina de varios vuelos, saludando al personal como si realmente fuera uno de ellos. Aunque nunca llegó a volar un avión —afortunadamente—, se paseaba por los aeropuertos con total seguridad, como si fuera Tom Cruise en Top Gun. A simple vista, parecía todo un piloto… pero no lo era.
Cuando fue descubierto, declaró que “solo quería sentirse importante”. La prensa lo apodó “el piloto de Instagram”. Así como Saúl, este joven tenía la imagen, pero no la autoridad. Ambos nos recuerdan que la apariencia externa no sustituye la autenticidad, la preparación ni el propósito verdadero.
Muy parecida a esa fue la historia de Saúl. A simple vista, parecía un rey: tenía la presencia, el porte y la apariencia que cualquiera esperaría de un líder. Pero no vivía como tal, y por eso fue descartado.
En 1 Samuel 13:14 leemos: “porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón.” Lamentablemente, lo que Dios buscaba no lo encontró en Saúl. Aunque fue el primero en ocupar el trono de Israel, su carácter no estuvo a la altura de su llamado.
Israel quería un rey “como las demás naciones”, alguien que representara poder, estatura y autoridad. Dios les advirtió que ese deseo traería problemas, pero el pueblo insistió. Saúl parecía el indicado —“era el hombre más apuesto… era tan alto que los demás apenas le llegaban a los hombros” (1 Samuel 9:2, NTV)—. Sin embargo, no tenía el corazón para ello.
Su historia nos recuerda que la verdadera grandeza no se mide por la apariencia, sino por la disposición del corazón ante Dios. Por eso, hoy vamos a comparar el corazón de Saúl con el de David. Veremos qué se necesita para tener un corazón conforme al de Dios.
Saúl falló no solo como rey ante Dios, sino también como persona. Su caída nos revela tres actitudes que pueden alejarnos del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
Así que, sin más preámbulo, entremos de lleno al mensaje de hoy, donde exploraremos tres lecciones que podemos aprender de estas actitudes —actitudes que se convirtieron en el talón de Aquiles de Saúl. La primera lección es:
Un corazón que sigue a Dios pasa del miedo a la confianza.
Si Dios no aparece cuando tú quieres y como tú quieres… ¿esperarás? Quizás has pedido sanidad, pero Dios parece guardar silencio. Tal vez necesitas cerrar una venta importante y sientes la presión de romper las reglas para lograrlo. O puede que hayas orado con insistencia para que tu hijo o tu cónyuge “reaccione”, pero no ves ningún cambio. En esos momentos, es fácil sentirse tentado a controlar la situación, a dar sermones o incluso a manipular.
El miedo puede empujarnos a tomar el asunto en nuestras propias manos, en lugar de esperar en Dios y confiar en su tiempo. Pero esa decisión, aunque comprensible, puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Esa fue precisamente la historia de Saúl en la ciudad de Gilgal. Él y sus tropas se estaban preparando para la batalla, temblando de miedo… esperando la bendición de Dios. Pero en lugar de esperar, Saúl actuó por temor, y esa decisión marcó el comienzo de su caída.
1 Samuel 13:8-9 (NTV) Durante siete días Saúl esperó allí, según las instrucciones de Samuel, pero aun así Samuel no llegaba. Saúl se dio cuenta de que sus tropas habían comenzado a desertar, 9 de modo que ordenó: «¡Tráiganme la ofrenda quemada y las ofrendas de paz!». Y Saúl mismo sacrificó la ofrenda quemada.
Las matemáticas de Saúl eran simples pero peligrosas: soldados desertando + el profeta retrasado + el enemigo acercándose se tradujeron en una fórmula impulsiva —actuar ahora, preguntar después. Ante la presión, el miedo y la incertidumbre, Saúl decidió tomar el control por su cuenta, sin esperar la dirección de Dios, y esa decisión le costó caro.
1 Samuel 13:10-12 (NTV) Precisamente cuando Saúl terminaba de sacrificar la ofrenda quemada, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo, 11 pero Samuel preguntó: —¿Qué has hecho? Saúl le contestó: —Vi que mis hombres me abandonaban, y que tú no llegabas cuando prometiste, y que los filisteos ya están en Micmas, listos para la batalla. 12 Así que dije: “¡Los filisteos están listos para marchar contra nosotros en Gilgal, y yo ni siquiera he pedido ayuda al Señor!”. De manera que me vi obligado a ofrecer yo mismo la ofrenda quemada antes de que tú llegaras.
¿Ves reflejos del corazón de Saúl en estas palabras? “No fue mi culpa. Mis hombres me abandonaban. Tú no llegas. Los filisteos estaban listos para la batalla.” Justificaciones como estas son comunes cuando fallamos. Es raro encontrar a alguien que peque sin tener una “buena razón” para hacerlo. Siempre hay una excusa, una presión, una circunstancia que parece justificar la decisión.
Pero la verdad espiritual fundamental es esta: todo pecado comienza con una falta de confianza. Confiar en Dios implica soltar el control, dejar de depender de lo mejor que yo puedo hacer y entregarme a lo mejor que Dios puede hacer. Saúl no confió, y su necesidad de actuar por miedo lo llevó a perder lo que Dios quería darle.
1 Samuel 13:13-14 (NTV) —¡Qué tontería!—exclamó Samuel—. No obedeciste al mandato que te dio el Señor tu Dios. Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre. 14 Pero ahora tu reino tiene que terminar, porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón. El Señor ya lo ha nombrado para ser líder de su pueblo, porque tú no obedeciste el mandato del Señor.
Saúl no confió en Dios. En lugar de esperar la dirección divina, se dejó llevar por el miedo, la presión y las circunstancias. Su decisión no fue simplemente una acción equivocada, sino una revelación de lo que había en su corazón.
Cuando Samuel lo confronta, le dice: “Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre…” Saúl eligió lo mejor que él podía hacer, en vez de esperar lo mejor que Dios podía hacer. El miedo lo llevó a tomar el control, y esa falta de confianza lo apartó del propósito divino.
Confiar en Dios implica renunciar al control, a la urgencia y a la necesidad de resultados inmediatos. Es decir: “Aunque no vea la solución, sé que Dios tiene una mejor.” Esa es la segunda lección que aprendemos de la historia de Saúl:
Un corazón conforme al de Dios pasa de la conveniencia a la obediencia.
Definamos conveniencia: es “la cualidad de ser algo práctico y conveniente, aunque posiblemente sea inapropiado o inmoral.” En otras palabras, es tomar un atajo cuando el camino largo es el correcto. Es elegir lo fácil por encima de lo correcto.
Por ejemplo, recuerdo aquella vez que iba un poco retrasado para la iglesia de Riverdale. Conduciendo la van a alta velocidad, de repente vi una patrulla. ¿Qué hice? Como muchos, oré: “Señor, cierra los ojos del policía.” ¡Qué oración tan absurda! Como si Dios fuera a cegar al pobre hombre sin razón, solo por mi conveniencia. Lo irónico fue que, cuando me detuvo, lo primero que vio en el tablero fue mi Biblia. ¡Qué vergüenza!
Cuando me preguntó si sabía por qué me había detenido, ¿qué podía decir? Que sí. Pude haber inventado una excusa, pero decidí decir la verdad. Esta vez, elegí la obediencia por encima de mi conveniencia.
Te cuento esta anécdota porque algo similar le pasó a Saúl. En el siguiente episodio de su historia, Dios le dio la victoria sobre la nación de Amalec y su rey Agag, y le ordenó destruirlo todo por completo. Fue otra prueba para su corazón. Ya había fallado en el capítulo 13… ¿fallaría también en el capítulo 15?
1 Samuel 15:9 (NTV) Saúl y sus hombres le perdonaron la vida a Agag y se quedaron con lo mejor de las ovejas y las cabras, del ganado, de los becerros gordos y de los corderos; de hecho, con todo lo que les atrajo. Solo destruyeron lo que no tenía valor o que era de mala calidad.
¡Wow, esto sería un excelente sermón sobre generosidad! Porque, en el fondo, dar no se trata solo de dinero… se trata de confianza. Es preguntarse: ¿Confiaré en que Dios proveerá si suelto lo que tengo? ¿Elegiré obedecer, incluso cuando la conveniencia me diga que retenga? Pero ese mensaje será para otro momento. Por ahora, sigamos leyendo.
1 Samuel 15:19 (NTV) ¿Por qué te apuraste a tomar del botín…?
Esa fue la pregunta que Samuel le hizo a Saúl. Lo que Saúl hizo —guardar lo mejor del botín— era común entre los vencedores de guerra, una práctica habitual en tiempos antiguos. Pero cuando Dios te ha dicho que no lo hagas, esa estrategia se convierte en desobediencia. ¿Y la excusa de Saúl? Como muchas veces ocurre, trató de justificar su acción apelando a la lógica humana, ignorando que la obediencia a Dios siempre está por encima de la conveniencia.
1 Samuel 15:20-21 (NTV) —¡Pero yo sí obedecí al Señor!—insistió Saúl—. ¡Cumplí la misión que él me encargó! Traje al rey Agag, pero destruí a todos los demás. 21 Entonces mis tropas llevaron lo mejor de las ovejas, de las cabras, del ganado y del botín para sacrificarlos al Señor tu Dios en Gilgal.
Espera… eso no fue lo que Dios pidió. Strike dos. Saúl decidió perdonar lo que Dios había ordenado destruir por completo, y luego lo justificó llamándolo adoración (1 Samuel 15:15). Pero Dios lo llamó por lo que realmente era: “lanzarse tras el botín con ansias.” Saúl disfrazó su desobediencia como devoción, pero Dios vio el corazón detrás del acto, y no se dejó engañar por las apariencias.
1 Samuel 15:22-23 (NTV) Pero Samuel respondió: —¿Qué es lo que más le agrada al Señor: tus ofrendas quemadas y sacrificios, o que obedezcas a su voz ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio, y la sumisión es mejor que ofrecer la grasa de carneros. 23 La rebelión es tan pecaminosa como la hechicería, y la terquedad, tan mala como rendir culto a ídolos. Así que, por cuanto has rechazado el mandato del Señor, él te ha rechazado como rey.
Los mandatos de Dios no son reglas arbitrarias; son descripciones de la realidad. No están diseñados para limitarte, sino para protegerte. Cuando los rompes, no solo desobedeces… te rompes a ti mismo.
Sin rendición de cuentas, no hay integridad. Saúl tenía títulos, poder y posición, pero no tenía a nadie que le dijera la verdad. Más adelante veremos cómo David, en contraste, responde con humildad cuando alguien lo confronta con la verdad. La diferencia entre ambos está en el corazón.
Al final, solo puedes ser tan responsable como tú decidas serlo. Dios llama a la obediencia, pero nosotros tendemos a minimizar nuestra terquedad, como si no fuera gran cosa. Y esa actitud puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Ahora veamos la tercera y última lección:
Un corazón conforme al de Dios pasa de cuidar su reputación a buscar arrepentimiento.
¿Por qué es tan difícil admitir el fracaso sin intentar guardar las apariencias? Lo vemos constantemente, por ejemplo, en el mundo de la política. Rara vez un político dice simplemente: “Me equivoqué.” Siempre hay un motivo oculto, una explicación estratégica, una maniobra para proteger la imagen pública.
1 Samuel 15:30 (NTV) Entonces Saúl volvió a implorar: —Sé que he pecado. Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos de mi pueblo y ante Israel al volver conmigo para que adore al Señor tu Dios.
Saúl confesó su pecado, pero en lugar de arrepentirse sinceramente, rogó: «Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos…». Strike tres. Seguía más preocupado por su imagen que por su corazón. Estaba más enfocado en proteger su reputación que en buscar una transformación genuina.
Esta actitud revela la diferencia entre la tristeza según Dios y la tristeza del mundo, como lo explica 2 Corintios 7:10. La tristeza que Dios quiere produce arrepentimiento y lleva a la salvación. En cambio, la tristeza del mundo no transforma, solo destruye. Cuando alguien dice: “Sé que pequé, pero…”, esa frase ya es una mala señal. Ese “pero” indica que aún no hay un corazón quebrantado, sino una estrategia para guardar las apariencias.
Debemos dejar de aparentar perfección. Dios no está buscando personas perfectas, porque sabe que nunca alcanzaremos el estándar perfecto que es Cristo Jesús. Lo que Él desea es que vivamos con un corazón conforme al suyo: un corazón obediente, arrepentido y que confíe plenamente en Él.
Aquí es donde debe ocurrir un cambio de enfoque. Si quieres agradar a Dios, no puedes vivir para impresionar a los demás. Como el director de una orquesta, que debe darle la espalda al público para guiar a los músicos, tú también debes apartar la mirada de las opiniones humanas y afinar tu oído para escuchar la única voz que realmente importa: la voz de Dios, a través de su Palabra, la Biblia.
Entonces, si tener un corazón conforme al de Dios no significa ser perfecto, ¿qué esperanza tenemos cuando fallamos? Para responder, veamos al hombre del momento: David.
1 Samuel 16:1 (NTV) Ahora bien, el Señor le dijo a Samuel: —Ya has hecho suficiente duelo por Saúl. Lo he rechazado como rey de Israel, así que llena tu frasco con aceite de oliva y ve a Belén. Busca a un hombre llamado Isaí que vive allí, porque he elegido a uno de sus hijos para que sea mi rey.
Dios retiró su favor de Saúl y entregó el reino a David. Pero aquí viene lo alucinante y sorprendente: nadie más lo sabía. Saúl siguió reinando como si nada hubiera cambiado, y David continuó cuidando a las ovejas, lejos del palacio y del poder. Sin embargo, en lo invisible, algo profundo había ocurrido.
La pista está, una vez más, en el recipiente usado para la unción. A Saúl se le ungió con un frasco hecho por el hombre (1 Samuel 10), mientras que a David se le ungió con un cuerno, símbolo de fuerza y autoridad, hecho por Dios mismo (1 Samuel 16). Ese detalle marca una diferencia espiritual significativa: lo que es hecho por el hombre puede parecer legítimo, pero lo que es hecho por Dios tiene peso eterno.
Y es en el último capítulo de la Biblia donde todo se conecta. Allí, Jesús es llamado “la raíz y el linaje de David”, no de Saúl. Porque Dios no escoge por apariencia, sino por el corazón.
Apocalipsis 22:16 (NTV) «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel con el fin de darte este mensaje para las iglesias. Yo soy tanto la fuente de David como el heredero de su trono…».
Sabemos que Jesús es el heredero del trono de David, pero ¿cómo puede ser también la fuente? La respuesta está en el origen del cambio: el paso del hombre de ayer, Saúl, al hombre del momento, David, fue obra de Dios. En otras palabras, un corazón conforme al de Dios no nace del esfuerzo humano, sino que proviene de Dios mismo.
La comparación entre Saúl y David nos ofrece una imagen clara de lo que significa intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas, en lugar de recibir su gracia por medio de Jesús. Saúl representa a quien busca cumplir con Dios desde la autosuficiencia, y su historia revela tres actitudes que lo alejaron del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
En contraste, la historia de David —como veremos en las próximas semanas— trata del poder de Dios obrando en el corazón humano, dando a luz confianza, integridad y obediencia. Y aunque David cometió pecados incluso más graves que los de Saúl, su diferencia estuvo en el arrepentimiento. Falló muchas veces… pero siempre volvió a Dios con un corazón quebrantado. Siempre se arrepintió y pidió perdón y misericordia.
El punto de todo esto es claro:
¡Todo lo bueno que hizo a David apto delante de Dios tenía su raíz en Jesús!
Esa es la lección de Apocalipsis 22: la aprendemos literalmente en el último capítulo de la Biblia. Allí se revela que Jesús no solo es el heredero del trono de David, sino también la fuente de todo lo que necesitamos. Por eso, si buscas poder y propósito, míralo a Él. Es Jesús quien transforma el corazón, quien nos da un carácter conforme al de Dios, y quien nos guía hacia una vida de obediencia, esperanza y plenitud.
La misma gracia que ungió a David está disponible hoy para nosotros en Cristo. Si te has alejado o has fallado delante de Dios como Saúl, no tengas miedo. Dios no te rechazará si te arrepientes de verdad. David también falló, y en más de una ocasión. Pero lo que lo distinguió de Saúl no fue su perfección, sino su arrepentimiento sincero. Dios no rechaza un corazón quebrantado.
Su gracia sigue llamándote, no para condenarte, sino para restaurarte. Vuelve a Él. Su misericordia es nueva cada mañana, y hoy puedes comenzar de nuevo.
Y si aún no conoces a Jesús, Él es el verdadero Rey, el Hijo de David, el que nunca falló. Su vida perfecta, su muerte en la cruz y su resurrección abrieron el camino para que tú también puedas tener un corazón conforme al de Dios. No se trata de religión, se trata de relación. Jesús te ofrece perdón, propósito y una nueva identidad.
Si deseas conocer a este Dios que te ama y te perdona, ora conmigo esta oración. Y si tú, que te has alejado y has fallado a Dios, deseas volver a Él hoy, también ora conmigo:
“Jesús, te necesito. Reconozco que he pecado contra ti y que solo tú puedes perdonarme. Recibo tu perdón y agradezco que hayas muerto por mí en la cruz. Hoy te acepto como Señor y Salvador de mi vida. Quiero vivir para ti. Amén.”
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- “Es posible parecer el indicado y carecer del poder.” Explica este fenómeno en la vida de Saúl. ¿Sigue siendo cierto en la política hoy en día? Discútelo.
- ¿En qué momento has actuado por miedo en lugar de por fe? ¿Qué reveló eso sobre tu confianza en Dios?
- ¿Por qué los atajos resultan tan tentadores, incluso cuando sabemos que la obediencia es mejor? Da un ejemplo.
- Saúl quiso “guardar las apariencias” después de su fracaso. Comparte una ocasión en la que tú hiciste lo mismo.
- Lee Apocalipsis 22:16. ¿Qué significa que “Todo lo bueno que calificó a David ante Dios tenía su raíz en Jesús”?
- ¿En qué área estás siendo probado actualmente en confianza, obediencia o humildad? ¿Cómo se vería responder con un corazón como el de David?
La formación de David
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La formación de David
Conoce la historia de David en la Biblia y cómo pasó de ser un joven pastor a convertirse en el rey de Israel. Una serie de 6 semanas.
Un corazón conforme a Dios
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Puntos de conversación:
- El temor conduce a la desobediencia. Saúl actuó por pánico en lugar de confiar, mostrando que todo pecado comienza como una falta de confianza. 1 Samuel 13:8–14; Romanos 14:23
- La conveniencia busca atajos, pero la obediencia honra los mandamientos de Dios, incluso cuando obedecer cuesta. Saúl eligió la comodidad por encima de la integridad. 1 Samuel 15:9; 15:21–22
- El orgullo valora más la reputación que el arrepentimiento. Saúl confesó, pero incluso su arrepentimiento fue para salvar las apariencias. 1 Samuel 15:30
- Saúl representa el esfuerzo humano—intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas. David representa la gracia—confiar en el poder del Espíritu de Dios. Todo lo bueno que hizo a David apto ante Dios tenía su raíz en Jesús. Apocalipsis 22:16
Comenzamos una serie de seis semanas dedicada a David, uno de los personajes bíblicos más reconocidos de todos los tiempos. Su historia está llena de momentos poderosos, decisiones difíciles y una profunda conexión con Dios que lo convirtió en una figura central en la narrativa bíblica.
Pero antes de hablar de David, hoy empezaremos con el personaje que vino antes que él. El hombre del que podríamos estar hablando… pero no lo estamos. No porque no tuviera potencial, sino porque le faltaban las cualidades que Dios estaba buscando. Ese hombre tuvo la primera gran oportunidad de alcanzar la grandeza. Fue elegido, ungido y puesto en una posición de liderazgo sin precedentes. Pero falló. Su nombre es Saúl.
Saúl fue el primer rey de Israel. Su historia, aunque marcada por el fracaso, nos deja una importante lección de vida: es posible parecer el indicado, pero carecer del poder. Tenía la apariencia, la posición y el reconocimiento, pero no el carácter que Dios buscaba. Su reinado comenzó con promesa, pero terminó con rechazo.
Curiosamente, esta misma verdad se refleja en una historia moderna. En 2010, un joven de 24 años en Alemania fue arrestado por hacerse pasar por piloto de Lufthansa. Vestía el uniforme completo, portaba una tarjeta falsa de identificación y publicaba fotos en redes sociales desde la cabina de mando, aparentando ser parte de la tripulación. Lo más sorprendente es que logró sentarse en la cabina de varios vuelos, saludando al personal como si realmente fuera uno de ellos. Aunque nunca llegó a volar un avión —afortunadamente—, se paseaba por los aeropuertos con total seguridad, como si fuera Tom Cruise en Top Gun. A simple vista, parecía todo un piloto… pero no lo era.
Cuando fue descubierto, declaró que “solo quería sentirse importante”. La prensa lo apodó “el piloto de Instagram”. Así como Saúl, este joven tenía la imagen, pero no la autoridad. Ambos nos recuerdan que la apariencia externa no sustituye la autenticidad, la preparación ni el propósito verdadero.
Muy parecida a esa fue la historia de Saúl. A simple vista, parecía un rey: tenía la presencia, el porte y la apariencia que cualquiera esperaría de un líder. Pero no vivía como tal, y por eso fue descartado.
En 1 Samuel 13:14 leemos: “porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón.” Lamentablemente, lo que Dios buscaba no lo encontró en Saúl. Aunque fue el primero en ocupar el trono de Israel, su carácter no estuvo a la altura de su llamado.
Israel quería un rey “como las demás naciones”, alguien que representara poder, estatura y autoridad. Dios les advirtió que ese deseo traería problemas, pero el pueblo insistió. Saúl parecía el indicado —“era el hombre más apuesto… era tan alto que los demás apenas le llegaban a los hombros” (1 Samuel 9:2, NTV)—. Sin embargo, no tenía el corazón para ello.
Su historia nos recuerda que la verdadera grandeza no se mide por la apariencia, sino por la disposición del corazón ante Dios. Por eso, hoy vamos a comparar el corazón de Saúl con el de David. Veremos qué se necesita para tener un corazón conforme al de Dios.
Saúl falló no solo como rey ante Dios, sino también como persona. Su caída nos revela tres actitudes que pueden alejarnos del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
Así que, sin más preámbulo, entremos de lleno al mensaje de hoy, donde exploraremos tres lecciones que podemos aprender de estas actitudes —actitudes que se convirtieron en el talón de Aquiles de Saúl. La primera lección es:
Un corazón que sigue a Dios pasa del miedo a la confianza.
Si Dios no aparece cuando tú quieres y como tú quieres… ¿esperarás? Quizás has pedido sanidad, pero Dios parece guardar silencio. Tal vez necesitas cerrar una venta importante y sientes la presión de romper las reglas para lograrlo. O puede que hayas orado con insistencia para que tu hijo o tu cónyuge “reaccione”, pero no ves ningún cambio. En esos momentos, es fácil sentirse tentado a controlar la situación, a dar sermones o incluso a manipular.
El miedo puede empujarnos a tomar el asunto en nuestras propias manos, en lugar de esperar en Dios y confiar en su tiempo. Pero esa decisión, aunque comprensible, puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Esa fue precisamente la historia de Saúl en la ciudad de Gilgal. Él y sus tropas se estaban preparando para la batalla, temblando de miedo… esperando la bendición de Dios. Pero en lugar de esperar, Saúl actuó por temor, y esa decisión marcó el comienzo de su caída.
1 Samuel 13:8-9 (NTV) Durante siete días Saúl esperó allí, según las instrucciones de Samuel, pero aun así Samuel no llegaba. Saúl se dio cuenta de que sus tropas habían comenzado a desertar, 9 de modo que ordenó: «¡Tráiganme la ofrenda quemada y las ofrendas de paz!». Y Saúl mismo sacrificó la ofrenda quemada.
Las matemáticas de Saúl eran simples pero peligrosas: soldados desertando + el profeta retrasado + el enemigo acercándose se tradujeron en una fórmula impulsiva —actuar ahora, preguntar después. Ante la presión, el miedo y la incertidumbre, Saúl decidió tomar el control por su cuenta, sin esperar la dirección de Dios, y esa decisión le costó caro.
1 Samuel 13:10-12 (NTV) Precisamente cuando Saúl terminaba de sacrificar la ofrenda quemada, llegó Samuel. Saúl salió a recibirlo, 11 pero Samuel preguntó: —¿Qué has hecho? Saúl le contestó: —Vi que mis hombres me abandonaban, y que tú no llegabas cuando prometiste, y que los filisteos ya están en Micmas, listos para la batalla. 12 Así que dije: “¡Los filisteos están listos para marchar contra nosotros en Gilgal, y yo ni siquiera he pedido ayuda al Señor!”. De manera que me vi obligado a ofrecer yo mismo la ofrenda quemada antes de que tú llegaras.
¿Ves reflejos del corazón de Saúl en estas palabras? “No fue mi culpa. Mis hombres me abandonaban. Tú no llegas. Los filisteos estaban listos para la batalla.” Justificaciones como estas son comunes cuando fallamos. Es raro encontrar a alguien que peque sin tener una “buena razón” para hacerlo. Siempre hay una excusa, una presión, una circunstancia que parece justificar la decisión.
Pero la verdad espiritual fundamental es esta: todo pecado comienza con una falta de confianza. Confiar en Dios implica soltar el control, dejar de depender de lo mejor que yo puedo hacer y entregarme a lo mejor que Dios puede hacer. Saúl no confió, y su necesidad de actuar por miedo lo llevó a perder lo que Dios quería darle.
1 Samuel 13:13-14 (NTV) —¡Qué tontería!—exclamó Samuel—. No obedeciste al mandato que te dio el Señor tu Dios. Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre. 14 Pero ahora tu reino tiene que terminar, porque el Señor ha buscado a un hombre conforme a su propio corazón. El Señor ya lo ha nombrado para ser líder de su pueblo, porque tú no obedeciste el mandato del Señor.
Saúl no confió en Dios. En lugar de esperar la dirección divina, se dejó llevar por el miedo, la presión y las circunstancias. Su decisión no fue simplemente una acción equivocada, sino una revelación de lo que había en su corazón.
Cuando Samuel lo confronta, le dice: “Si lo hubieras obedecido, el Señor habría establecido tu reinado sobre Israel para siempre…” Saúl eligió lo mejor que él podía hacer, en vez de esperar lo mejor que Dios podía hacer. El miedo lo llevó a tomar el control, y esa falta de confianza lo apartó del propósito divino.
Confiar en Dios implica renunciar al control, a la urgencia y a la necesidad de resultados inmediatos. Es decir: “Aunque no vea la solución, sé que Dios tiene una mejor.” Esa es la segunda lección que aprendemos de la historia de Saúl:
Un corazón conforme al de Dios pasa de la conveniencia a la obediencia.
Definamos conveniencia: es “la cualidad de ser algo práctico y conveniente, aunque posiblemente sea inapropiado o inmoral.” En otras palabras, es tomar un atajo cuando el camino largo es el correcto. Es elegir lo fácil por encima de lo correcto.
Por ejemplo, recuerdo aquella vez que iba un poco retrasado para la iglesia de Riverdale. Conduciendo la van a alta velocidad, de repente vi una patrulla. ¿Qué hice? Como muchos, oré: “Señor, cierra los ojos del policía.” ¡Qué oración tan absurda! Como si Dios fuera a cegar al pobre hombre sin razón, solo por mi conveniencia. Lo irónico fue que, cuando me detuvo, lo primero que vio en el tablero fue mi Biblia. ¡Qué vergüenza!
Cuando me preguntó si sabía por qué me había detenido, ¿qué podía decir? Que sí. Pude haber inventado una excusa, pero decidí decir la verdad. Esta vez, elegí la obediencia por encima de mi conveniencia.
Te cuento esta anécdota porque algo similar le pasó a Saúl. En el siguiente episodio de su historia, Dios le dio la victoria sobre la nación de Amalec y su rey Agag, y le ordenó destruirlo todo por completo. Fue otra prueba para su corazón. Ya había fallado en el capítulo 13… ¿fallaría también en el capítulo 15?
1 Samuel 15:9 (NTV) Saúl y sus hombres le perdonaron la vida a Agag y se quedaron con lo mejor de las ovejas y las cabras, del ganado, de los becerros gordos y de los corderos; de hecho, con todo lo que les atrajo. Solo destruyeron lo que no tenía valor o que era de mala calidad.
¡Wow, esto sería un excelente sermón sobre generosidad! Porque, en el fondo, dar no se trata solo de dinero… se trata de confianza. Es preguntarse: ¿Confiaré en que Dios proveerá si suelto lo que tengo? ¿Elegiré obedecer, incluso cuando la conveniencia me diga que retenga? Pero ese mensaje será para otro momento. Por ahora, sigamos leyendo.
1 Samuel 15:19 (NTV) ¿Por qué te apuraste a tomar del botín…?
Esa fue la pregunta que Samuel le hizo a Saúl. Lo que Saúl hizo —guardar lo mejor del botín— era común entre los vencedores de guerra, una práctica habitual en tiempos antiguos. Pero cuando Dios te ha dicho que no lo hagas, esa estrategia se convierte en desobediencia. ¿Y la excusa de Saúl? Como muchas veces ocurre, trató de justificar su acción apelando a la lógica humana, ignorando que la obediencia a Dios siempre está por encima de la conveniencia.
1 Samuel 15:20-21 (NTV) —¡Pero yo sí obedecí al Señor!—insistió Saúl—. ¡Cumplí la misión que él me encargó! Traje al rey Agag, pero destruí a todos los demás. 21 Entonces mis tropas llevaron lo mejor de las ovejas, de las cabras, del ganado y del botín para sacrificarlos al Señor tu Dios en Gilgal.
Espera… eso no fue lo que Dios pidió. Strike dos. Saúl decidió perdonar lo que Dios había ordenado destruir por completo, y luego lo justificó llamándolo adoración (1 Samuel 15:15). Pero Dios lo llamó por lo que realmente era: “lanzarse tras el botín con ansias.” Saúl disfrazó su desobediencia como devoción, pero Dios vio el corazón detrás del acto, y no se dejó engañar por las apariencias.
1 Samuel 15:22-23 (NTV) Pero Samuel respondió: —¿Qué es lo que más le agrada al Señor: tus ofrendas quemadas y sacrificios, o que obedezcas a su voz ¡Escucha! La obediencia es mejor que el sacrificio, y la sumisión es mejor que ofrecer la grasa de carneros. 23 La rebelión es tan pecaminosa como la hechicería, y la terquedad, tan mala como rendir culto a ídolos. Así que, por cuanto has rechazado el mandato del Señor, él te ha rechazado como rey.
Los mandatos de Dios no son reglas arbitrarias; son descripciones de la realidad. No están diseñados para limitarte, sino para protegerte. Cuando los rompes, no solo desobedeces… te rompes a ti mismo.
Sin rendición de cuentas, no hay integridad. Saúl tenía títulos, poder y posición, pero no tenía a nadie que le dijera la verdad. Más adelante veremos cómo David, en contraste, responde con humildad cuando alguien lo confronta con la verdad. La diferencia entre ambos está en el corazón.
Al final, solo puedes ser tan responsable como tú decidas serlo. Dios llama a la obediencia, pero nosotros tendemos a minimizar nuestra terquedad, como si no fuera gran cosa. Y esa actitud puede alejarnos del propósito que Él tiene para nosotros.
Ahora veamos la tercera y última lección:
Un corazón conforme al de Dios pasa de cuidar su reputación a buscar arrepentimiento.
¿Por qué es tan difícil admitir el fracaso sin intentar guardar las apariencias? Lo vemos constantemente, por ejemplo, en el mundo de la política. Rara vez un político dice simplemente: “Me equivoqué.” Siempre hay un motivo oculto, una explicación estratégica, una maniobra para proteger la imagen pública.
1 Samuel 15:30 (NTV) Entonces Saúl volvió a implorar: —Sé que he pecado. Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos de mi pueblo y ante Israel al volver conmigo para que adore al Señor tu Dios.
Saúl confesó su pecado, pero en lugar de arrepentirse sinceramente, rogó: «Pero al menos te ruego que me honres ante los ancianos…». Strike tres. Seguía más preocupado por su imagen que por su corazón. Estaba más enfocado en proteger su reputación que en buscar una transformación genuina.
Esta actitud revela la diferencia entre la tristeza según Dios y la tristeza del mundo, como lo explica 2 Corintios 7:10. La tristeza que Dios quiere produce arrepentimiento y lleva a la salvación. En cambio, la tristeza del mundo no transforma, solo destruye. Cuando alguien dice: “Sé que pequé, pero…”, esa frase ya es una mala señal. Ese “pero” indica que aún no hay un corazón quebrantado, sino una estrategia para guardar las apariencias.
Debemos dejar de aparentar perfección. Dios no está buscando personas perfectas, porque sabe que nunca alcanzaremos el estándar perfecto que es Cristo Jesús. Lo que Él desea es que vivamos con un corazón conforme al suyo: un corazón obediente, arrepentido y que confíe plenamente en Él.
Aquí es donde debe ocurrir un cambio de enfoque. Si quieres agradar a Dios, no puedes vivir para impresionar a los demás. Como el director de una orquesta, que debe darle la espalda al público para guiar a los músicos, tú también debes apartar la mirada de las opiniones humanas y afinar tu oído para escuchar la única voz que realmente importa: la voz de Dios, a través de su Palabra, la Biblia.
Entonces, si tener un corazón conforme al de Dios no significa ser perfecto, ¿qué esperanza tenemos cuando fallamos? Para responder, veamos al hombre del momento: David.
1 Samuel 16:1 (NTV) Ahora bien, el Señor le dijo a Samuel: —Ya has hecho suficiente duelo por Saúl. Lo he rechazado como rey de Israel, así que llena tu frasco con aceite de oliva y ve a Belén. Busca a un hombre llamado Isaí que vive allí, porque he elegido a uno de sus hijos para que sea mi rey.
Dios retiró su favor de Saúl y entregó el reino a David. Pero aquí viene lo alucinante y sorprendente: nadie más lo sabía. Saúl siguió reinando como si nada hubiera cambiado, y David continuó cuidando a las ovejas, lejos del palacio y del poder. Sin embargo, en lo invisible, algo profundo había ocurrido.
La pista está, una vez más, en el recipiente usado para la unción. A Saúl se le ungió con un frasco hecho por el hombre (1 Samuel 10), mientras que a David se le ungió con un cuerno, símbolo de fuerza y autoridad, hecho por Dios mismo (1 Samuel 16). Ese detalle marca una diferencia espiritual significativa: lo que es hecho por el hombre puede parecer legítimo, pero lo que es hecho por Dios tiene peso eterno.
Y es en el último capítulo de la Biblia donde todo se conecta. Allí, Jesús es llamado “la raíz y el linaje de David”, no de Saúl. Porque Dios no escoge por apariencia, sino por el corazón.
Apocalipsis 22:16 (NTV) «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel con el fin de darte este mensaje para las iglesias. Yo soy tanto la fuente de David como el heredero de su trono…».
Sabemos que Jesús es el heredero del trono de David, pero ¿cómo puede ser también la fuente? La respuesta está en el origen del cambio: el paso del hombre de ayer, Saúl, al hombre del momento, David, fue obra de Dios. En otras palabras, un corazón conforme al de Dios no nace del esfuerzo humano, sino que proviene de Dios mismo.
La comparación entre Saúl y David nos ofrece una imagen clara de lo que significa intentar agradar a Dios con nuestras propias fuerzas, en lugar de recibir su gracia por medio de Jesús. Saúl representa a quien busca cumplir con Dios desde la autosuficiencia, y su historia revela tres actitudes que lo alejaron del propósito divino: el miedo, la conveniencia y el orgullo.
En contraste, la historia de David —como veremos en las próximas semanas— trata del poder de Dios obrando en el corazón humano, dando a luz confianza, integridad y obediencia. Y aunque David cometió pecados incluso más graves que los de Saúl, su diferencia estuvo en el arrepentimiento. Falló muchas veces… pero siempre volvió a Dios con un corazón quebrantado. Siempre se arrepintió y pidió perdón y misericordia.
El punto de todo esto es claro:
¡Todo lo bueno que hizo a David apto delante de Dios tenía su raíz en Jesús!
Esa es la lección de Apocalipsis 22: la aprendemos literalmente en el último capítulo de la Biblia. Allí se revela que Jesús no solo es el heredero del trono de David, sino también la fuente de todo lo que necesitamos. Por eso, si buscas poder y propósito, míralo a Él. Es Jesús quien transforma el corazón, quien nos da un carácter conforme al de Dios, y quien nos guía hacia una vida de obediencia, esperanza y plenitud.
La misma gracia que ungió a David está disponible hoy para nosotros en Cristo. Si te has alejado o has fallado delante de Dios como Saúl, no tengas miedo. Dios no te rechazará si te arrepientes de verdad. David también falló, y en más de una ocasión. Pero lo que lo distinguió de Saúl no fue su perfección, sino su arrepentimiento sincero. Dios no rechaza un corazón quebrantado.
Su gracia sigue llamándote, no para condenarte, sino para restaurarte. Vuelve a Él. Su misericordia es nueva cada mañana, y hoy puedes comenzar de nuevo.
Y si aún no conoces a Jesús, Él es el verdadero Rey, el Hijo de David, el que nunca falló. Su vida perfecta, su muerte en la cruz y su resurrección abrieron el camino para que tú también puedas tener un corazón conforme al de Dios. No se trata de religión, se trata de relación. Jesús te ofrece perdón, propósito y una nueva identidad.
Si deseas conocer a este Dios que te ama y te perdona, ora conmigo esta oración. Y si tú, que te has alejado y has fallado a Dios, deseas volver a Él hoy, también ora conmigo:
“Jesús, te necesito. Reconozco que he pecado contra ti y que solo tú puedes perdonarme. Recibo tu perdón y agradezco que hayas muerto por mí en la cruz. Hoy te acepto como Señor y Salvador de mi vida. Quiero vivir para ti. Amén.”
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- “Es posible parecer el indicado y carecer del poder.” Explica este fenómeno en la vida de Saúl. ¿Sigue siendo cierto en la política hoy en día? Discútelo.
- ¿En qué momento has actuado por miedo en lugar de por fe? ¿Qué reveló eso sobre tu confianza en Dios?
- ¿Por qué los atajos resultan tan tentadores, incluso cuando sabemos que la obediencia es mejor? Da un ejemplo.
- Saúl quiso “guardar las apariencias” después de su fracaso. Comparte una ocasión en la que tú hiciste lo mismo.
- Lee Apocalipsis 22:16. ¿Qué significa que “Todo lo bueno que calificó a David ante Dios tenía su raíz en Jesús”?
- ¿En qué área estás siendo probado actualmente en confianza, obediencia o humildad? ¿Cómo se vería responder con un corazón como el de David?
El proceso de desarollo de David
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Puntos de conversación:
- El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano. Mateo 25:21
- Las victorias privadas respaldan lo que haces en público. 1 Samuel 17:34–37
- Aprende a caminar con tu propia armadura. 1 Samuel 17:38–40
- Dios prepara tanto al obrero como la obra. 1 Samuel 17:50-51, 1 Samuel 5:1-4, Efesios 2:10
Las promesas de Dios siempre conllevan un proceso. La formación de un hombre o una mujer de Dios comienza mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, mediante la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. A esto le llamamos proceso de desarrollo. Es como una fotografía antigua revelada en el cuarto oscuro, Dios forma a Su pueblo en lugares invisibles. La imagen ya está presente en el negativo, pero si se expone demasiado pronto, se arruina.
Así fue el proceso de desarrollo de David. A partir de ese proceso, aprenderemos cuatro lecciones importantes que nos ayudarán en nuestra propia formación para llegar a ser la persona que Dios quiere que seamos. En cada lección, compartiré una verdad bíblica y un paso de acción para que esta enseñanza sea lo más práctica posible para cada uno de nosotros.
Y es que la grandeza de David comenzó mucho antes de la batalla contra Goliat — en las rutinas ordinarias de pastorear y servir. Esto nos lleva a la primera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
El destino, muchas veces, se presenta envuelto en lo cotidiano.
Y en lo aparentemente insignificante. En 1 Samuel 17, se relata a David haciendo mandados para su padre — nada extraordinario ni memorable. Simplemente David, siendo un hijo obediente.
1 Samuel 17:17–20 Un día, Isaí le dijo a David: «Toma esta canasta de grano tostado y estos diez panes, y llévaselos de prisa a tus hermanos. 18 Y dale estos diez pedazos de queso a su capitán. Averigua cómo están tus hermanos y tráeme un informe de cómo les va». Los hermanos de David estaban con Saúl y el ejército israelita en el valle de Ela, peleando contra los filisteos. 20 Así que temprano a la mañana siguiente, David dejó las ovejas al cuidado de otro pastor y salió con los regalos, como Isaí le había indicado. Llegó al campamento justo cuando el ejército de Israel salía al campo de batalla dando gritos de guerra.
Ah, pero el gran momento de David llegó mientras hacía recados para su padre. Su gran momento comenzó con un pequeño acto de obediencia. Su padre le mando: “dale estos diez pedazos de queso” Estas son las tareas ignominiosas que ponen a prueba nuestra verdadera valía.
En este pasaje de la vida de David encontramos una verdad bíblica que no podemos ignorar: Quien no está dispuesto a servir, no está listo para liderar. Si eres demasiado grande para servir, eres demasiado pequeño para liderar.
A continuación quiero compartirte tres principios del Reino de Dios que respaldan esta verdad bíblica. Al cerrar el punto, te daré un paso de acción que puedes tomar hoy para que esta enseñanza sea práctica y transformadora en tu vida.
Primer principio: el reino de Dios crece a través de fidelidad en las pequeñas cosas. Jesús lo expresó claramente en Mateo 25:21: “Bien hecho, mi buen siervo fiel. Has sido fiel en administrar esta pequeña cantidad, así que ahora te daré muchas más responsabilidades.” Esto nos enseña que la promoción en el Reino no depende de lo visible o lo grande, sino de la constancia en lo cotidiano.
Segundo, mientras el mundo celebra el ascenso, Dios celebra la obediencia. Cada “mandado de queso” —esos actos simples y aparentemente insignificantes de obediencia— forman parte del proceso de formación que Dios utiliza para preparar a sus siervos. Lo que parece pequeño ante los ojos humanos, tiene gran peso en el Reino.
Tercero: Dios honra la fidelidad en lo poco como plataforma para lo mucho. Tal como leímos en Mateo 25:21, “Has sido fiel en lo poco; ahora gobernarás sobre mucho.” Dios no ignora lo pequeño; lo usa como base para lo grande. Por eso, cada paso de obediencia, por más discreto que parezca, tiene un propósito eterno.
Ahora, tu paso de acción para esta semana es identificar una tarea “insignificante”; esas que no tienen reconocimiento ni gloria, esta semana y hazla como un acto de adoración (Colosenses 3:23). Y siempre recuerda: Sé fiel al amar a las personas difíciles, sé amable contigo mismo cuando estés cansado y sírve cuando nadie te esté mirando.
La segunda lección que quiero que aprendas del proceso de desarrollo de David es:
Las victorias privadas respaldan lo que haces en público.
1 Samuel 17:34-37 (NTV) Pero David insistió: —He estado cuidando las ovejas y las cabras de mi padre. Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del rebaño, 35 yo lo persigo con un palo y rescato el cordero de su boca. Si el animal me ataca, lo tomo de la quijada y lo golpeo hasta matarlo. 36 Lo he hecho con leones y con osos, y lo haré también con este filisteo pagano, ¡porque ha desafiado a los ejércitos del Dios viviente! 37 ¡El mismo Señor que me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este filisteo! Así que Saúl por fin accedió: —Está bien, adelante. ¡Y que el Señor esté contigo!
David no se enfrentó a Goliat por casualidad. Su valentía no nació en el campo de batalla, sino en la pradera, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba desafíos que nadie más veía. Como él mismo lo expresa al enumerar las razones que lo capacitan para enfrentar al gigante: “Tu siervo ha matado tanto al león como al oso.”
Esa declaración revela una verdad profunda: la fe se fortalece en las batallas personales. La confianza de David no era arrogancia ni presunción, sino el fruto de una relación íntima con Dios, cultivada en lo secreto. Cada pequeña victoria en lo oculto fue parte del entrenamiento divino que lo preparó para los grandes momentos públicos.
La verdad bíblica es esta: la vida no cambia tanto; simplemente hay más en juego. Es como ese joven que juega fútbol en el parque con sus amigos. Ahí aprende a pasar el balón, a resistir la presión y a mantenerse enfocado. Años después, ese mismo joven está en una final nacional. El campo es más grande, hay miles de personas observando, pero los fundamentos siguen siendo los mismos: pasar, resistir la presión, mantenerse enfocado. Lo que ha cambiado no es la esencia del juego, sino lo que está en juego: un campeonato.
Esta verdad también trae una advertencia seria. Los compromisos privados —aquellos que se hacen en lo secreto, lejos de los reflectores— siempre terminan conduciendo a la vergüenza pública si no se manejan con integridad. Tus “leones y osos” son las tentaciones y los pecados que debes vencer en lo íntimo, en lo cotidiano.
Dios siempre advierte antes de exponerte y sacar tus trapitos al sol. Por eso, presta atención a la advertencia hoy. Como lo enseñan las Escrituras: “El pecado, cuando ha sido concebido, da a luz la muerte” (Santiago 1:15), y “El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Tu paso de acción para este punto es identificar tus propios “leones y osos”, es decir, aquellas batallas internas que enfrentas en lo secreto: envidia, lujuria, engaño, orgullo, o cualquier otra lucha que intente robarte tu integridad. No ignores esas áreas; reconócelas con honestidad delante de Dios. Luego, da el siguiente paso: confiesa tus pecados y tráelos a la luz con un creyente de confianza. La Escritura nos enseña que “confesad vuestros pecados unos a otros y orad unos por otros para que seáis sanados” (Santiago 5:16), y que “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Juan 1:7).
Tercera lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David:
Aprende a caminar con tu propia armadura.
1 Samuel 17:38-40 (NTV) Después Saúl le dio a David su propia armadura: un casco de bronce y una cota de malla. 39 David se los puso, se ciñó la espada y probó dar unos pasos porque nunca antes se había vestido con algo semejante. —No puedo andar con todo esto—le dijo a Saúl—. No estoy acostumbrado a usarlo. Así que David se lo quitó. 40 Tomó cinco piedras lisas de un arroyo y las metió en su bolsa de pastor. Luego, armado únicamente con su vara de pastor y su honda, comenzó a cruzar el valle para luchar contra el filisteo.
Cuando Saúl le ofreció su armadura, David la probó, pero rápidamente se dio cuenta de que no podía moverse con libertad ni pelear con confianza. No era su forma, no era su historia, no era su proceso. Él había aprendido a confiar en Dios, no en lo exterior ni en lo que parecía más fuerte a los ojos humanos.
Más vale una honda en la mano que una espada que no te queda bien. Saúl intentó que David luchara con una armadura prestada, pero David tuvo que reconocer con qué Dios lo había equipado verdaderamente. Y es que nunca se puede ir a la guerra con armadura ajena. Lo que funciona para otros no necesariamente es lo que Dios ha preparado para ti.
Este momento no es solo un detalle técnico en la historia; es una profunda lección de identidad. David entendió que no podía pelear con lo que no le pertenecía. No necesitaba parecerse a Saúl para ser efectivo. Su confianza no estaba en una armadura prestada, sino en el Dios que lo había entrenado en lo secreto, mientras cuidaba ovejas y enfrentaba leones y osos con un palo. Esa preparación invisible fue suficiente para enfrentar al gigante visible.
La verdad bíblica que aprendemos de este punto es clara: no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Cuando David probó la armadura de Saúl, rápidamente se dio cuenta de que no era para él. No le pertenecía, no le quedaba bien, y ni siquiera podía moverse con libertad. Por eso dijo: “No puedo pelear con esto.”
Su fuerza no venía de lo que otros usaban, sino de lo que Dios le había dado personalmente. Esta escena nos enseña que la efectividad espiritual no depende de imitar a otros, sino de caminar con lo que Dios ha puesto en ti.
2 Samuel 21:22 (NTV) Estos cuatro filisteos eran descendientes de los gigantes de Gat, pero David y sus guerreros los mataron.
Esto sucedió años después; tal vez David los estaba esperando en el valle de Elah.
Otra verdad bíblica que encontramos aquí es que nosotros no hacemos cosas increíbles; simplemente estamos disponibles. Es Dios quien hace lo extraordinario. Esta frase nos recuerda que lo que Él busca no es perfección ni grandeza humana, sino corazones dispuestos. No se trata de tener habilidades extraordinarias, sino de estar presentes y entregados para que Dios obre lo extraordinario a través de nosotros.
Podemos ilustrarlo con los votos matrimoniales. No son espectaculares por sí solos; son palabras sencillas de compromiso. Pero con el tiempo, ese compromiso constante revela algo profundo: confianza, fidelidad y amor probado. Lo asombroso no ocurre en el momento de la promesa, sino en la constancia de vivirla día tras día.
Así también en nuestra vida espiritual, no se necesita ser increíble, solo estar presente y fiel. Lo asombroso —la transformación, la profundidad, el fruto— lo hace Dios a través del tiempo. Disponibilidad hoy, fidelidad mañana… y Dios se encarga del resto.
El paso de acción que debemos tomar para este punto es hacer una pregunta clave: ¿Qué ha puesto Dios en tus manos? Reconocer lo que ya tienes es el primer paso para caminar con propósito.
Identifica los dones espirituales que Dios te ha dado y sé fiel en las prácticas diarias que fortalecen tu fe. Al igual que David, no puedes guerrear en lo que no puedes caminar. Por eso, es fundamental aprender a caminar en tu llamado hoy, para que estés listo para luchar desde él mañana. Como dice 1 Timoteo 4:14–16, no descuides el don que hay en ti.
Ya casi para terminar, veamos la cuarta y última lección que aprendemos del proceso de desarrollo de David.
Dios prepara tanto al obrero como la obra.
1 Samuel 17:50-51 (NTV) Así David triunfó sobre el filisteo con solo una honda y una piedra, porque no tenía espada. 51 Después David corrió y sacó de su vaina la espada de Goliat y la usó para matarlo y cortarle la cabeza. Cuando los filisteos vieron que su campeón estaba muerto, se dieron la vuelta y huyeron.
Al cortar la cabeza de Goliat, David replicaba lo que Dios había hecho antes con Dagón
1 Samuel 5:1-4 (NTV) Después de que los filisteos capturaran el arca de Dios, la llevaron del campo de batalla en Ebenezer hasta la ciudad de Asdod. 2 Llevaron el arca de Dios al templo del dios Dagón y la pusieron junto a una estatua de Dagón. 3 Pero cuando los ciudadanos de Asdod fueron a verla a la mañana siguiente, ¡la estatua de Dagón había caído boca abajo delante del arca del Señor! Así que levantaron a Dagón y nuevamente lo colocaron en su lugar. 4 Pero temprano al día siguiente sucedió lo mismo: de nuevo Dagón había caído boca abajo frente al arca del Señor. Esta vez su cabeza y sus manos se habían quebrado y estaban a la entrada; solo el tronco de su cuerpo quedó intacto.
Cuando David cortó la cabeza de Goliat (lo que en la cultura antigua simbolizaba la humillación absoluta y la victoria final), no solo confirmó su victoria, sino que replicó un patrón que Dios ya había establecido: la humillación total de los enemigos que se levantan contra Él. Así como Dios derribó a Dagón —el dios de los filisteos— y dejó su cabeza cortada en el umbral del templo (1 Samuel 5), David hizo lo mismo con Goliat, exponiendo públicamente la impotencia del enemigo.
Esto revela un principio poderoso: Dios prepara tanto al obrero como la obra. David no solo fue formado en lo secreto —con la honda, el rebaño y la fe— sino que también fue llevado a un escenario donde la victoria ya estaba profetizada. La batalla no fue improvisada; fue parte de un diseño divino.
La decapitación de Goliat no fue solo un acto de guerra, fue una declaración espiritual: “Lo que Dios ya hizo en lo invisible, ahora lo manifiesta en lo visible.” Así que cuando Dios te llama, no solo te está preparando a ti —también está preparando el terreno, el momento y el impacto. Tu obediencia activa lo increible que solo Él puede hacer.
La verdad bíblica que aprendemos en este punto es que Dios siempre va un paso por delante. A lo largo de la Escritura vemos cómo Él prepara el escenario antes de que sus siervos entren en acción. El “retiro” de Abraham se convirtió en una guardería de naciones. El exilio de Moisés fue su campo de entrenamiento. El cautiverio de Nehemías sentó las bases para la reconstrucción de Jerusalén. Y la decepción de los discípulos abrió el camino para la resurrección. Nada de esto fue improvisado; Dios ya lo tenía planeado. Solo faltaba que aparecieran los personajes —los obreros que Él mismo levantaría.
Dios no está improvisando tu vida. Él la está escribiendo con intención y propósito. David no solo fue preparado para lanzar la piedra, sino también para tomar la espada del enemigo y completar la obra. Goliat no solo cayó, su derrota fue pública, simbólica y estratégica, al igual que la caída del ídolo Dagón. Cada detalle tenía un propósito mayor. Así es como Dios obra: con precisión, visión y anticipación.
Por eso, el paso de acción que debemos tomar es estar atentos a las “obras preparadas” que Dios coloca cada día en nuestro camino. Pueden ser citas divinas, puertas abiertas o conversaciones oportunas, como nos enseña Pablo en Colosenses 4:3–6. Además, nunca olvidemos nuestro propósito al venir a Cristo:
Efesios 2:10 (NTV) Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás.
Para terminar, recuerda que David no se hizo grande de la noche a la mañana. Se hizo grande a través de años de fidelidad invisible. Dios está creando algo en ti, aunque todavía no puedas verlo. El proceso de cuarto oscuro lleva tiempo, pero la imagen se está formando.
2 Pedro 1:3 (NTV) Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia;
Todo lo que necesitas para vivir en rectitud ya está en ti a través de Cristo. El crecimiento espiritual no se trata de recibir más de Dios, sino de dar más de ti mismo a lo que Él ya ha sembrado en ti. Es como el crecimiento de un niño: el ADN ya está dentro de cada embrión, cada bebé; solo necesita desarrollarse.
La formación de un hombre o una mujer de Dios ocurre mucho antes del momento del reconocimiento: en lugares ocultos, a través de la obediencia fiel y en el tiempo perfecto de Dios. Las promesas de Dios siempre vienen acompañadas de un proceso. Su imagen ya está en ti; ahora permite que Él la enfoque y la defina con claridad
- Lee los puntos de discusión anteriores en grupo, incluidas las citas bíblicas. ¿Cuáles son tus pensamientos iniciales sobre estos puntos?
- ¿Por qué crees que Dios forma líderes en temporadas ocultas antes de las públicas? ¿Puedes recordar un momento en que Él te preparó en silencio antes de algo grande?
- ¿Cuáles han sido tus momentos tipo “llevar el queso” — esos pequeños actos de obediencia que te permitieron mostrar tu verdadera esencia?
- ¿Cómo puedes vencer tus “batallas privadas” para estar listo para llamados públicos? ¿Qué pasos prácticos te ayudan a mantenerte responsable?
- ¿Por qué es importante caminar con tu propia armadura en lugar de imitar el llamado de otro?
- ¿Cómo te anima saber que Dios te prepara a ti y a tus circunstancias con anticipación?
- ¿Qué parte del proceso de “formación” te cuesta más en este momento — esperar, confiar o permanecer fiel? ¿Qué verdad de esta enseñanza te ayuda a perseverar?

